Al poner el título aún no estaba seguro si convenía escribir La pasión “y” el hombre o mejor La pasión “del” hombre. Me decidí por el primero, no porque creyera que las pasiones no pertenecen al hombre o que pudiesen ser abstraídas de él, sino porque me parece que puedo diferenciar al menos dos tipos de pasiones en el hombre (pese a ser ambas caras de una moneda): la pasión abstracta o ideal y la pasión concreta, y una de ellas puede aparentar una existencia previa al hombre, pues posee la característica de lo ideal, a la manera platónica. Entonces La pasión “y” el hombre me parece que abarcaría ambas ideas.
El hombre, queda claro, ha vivido; ha vivido y ha sobrevivido durante miles de años, y, si la suerte, o la fatalidad, lo acompaña, también ha muerto. Se habla demasiado acerca de las pasiones de un hombre, de cómo éstas lo arrastran a la desesperación y a la muerte. ¿Se cree acaso que un hombre sin pasiones está más vivo que uno que sí las tiene? Un hombre sin pasiones es un hombre ya muerto. Quien no tenga las más sutiles pasiones, ya sea por lo mínimo y cotidiano o por lo grande e inasible, es una persona que no ha nacido en este mundo: todos tenemos pasiones, y son estas pasiones las mismas que nos inyectan de vida y nos sobredosifican hasta la muerte.
Digamos, por ejemplo: ¿por qué se ha dudado tan poco de la existencia de Jesús, el hijo de Dios? Yo diré por qué; porque, pese a su cualidad de Dios (que muy fácilmente pasa desapercibida), Jesús era demasiado humano como para no haber sido aquel ser tan enorme que dicen que fue. Era creíble la existencia de un Dios siempre y cuando conservara sus pasiones humanas, puras y justificables.
La identificación con lo divino es un tema con el que podría coquetear débilmente en este tratado, aunque no sea mi intención hacerlo.
La divinidad inalcanzable es, casi, la perpetuación, la concretación de una pasión pura, inextinguible en el tiempo; lo mismo que es la mujer para el poeta que la llama, la invoca, la idolatra; la eleva para mantenerla pura, inalcanzable, eterna y amada siempre con la misma pasión.
El deseo del hombre es muchas veces disfrazado como un acto de superación personal, de ascención iluminada al terreno de los dioses, pero no es más que una simple erotización con lo ideal de aquellos pensamientos, pues lo único que moviliza al hombre es aquello que moviliza al resto de los animales: el placer viril de la supervivencia, la pasión sexual de la dominación, ya sea del paraíso, de la mujer. Claro que aunque muchos han quedado satisfechos con su desempeño en el acto pasional, la dominación es ilusoria, pues, como el individuo, ésta es efímera, considerando que la muerte es la finalización de la vida y que todos perecen, tarde o temprano (al igual que toda acción pierde su esencia cuando concluye, cuando deviene en estatismo; es decir, que una pasión que se concreta es una pasión que deja de ser pasión, se pierde, o se transforma —la reacción causa de la acción).
Si lo que queda del hombre tras su paso en la tierra es su idea transmitida, sería obvio suponer que lo único perdurable del hombre son sus pasiones; entonces el dios sería la pasión humana ideal, transmitida como doctrina pasionaria, encarnada en la imagen de un ser superior que conserva todas las cualidades humanas, hecho que facilita la devoción a ella. Podría discutirse el hecho de la necesidad de un dios cuando decimos que la pasión es inherente al hombre, pero cuando el hombre se convierte en hombre, es decir, cuando se convierte en un ser lógico, requiere que el sentimiento animal sea justificado a través del pensamiento y de la lógica, pues la mente humana no puede más que buscar la relación entre las cosas y no se detiene hasta conseguirlo, incluso si debe traer conocimientos ajenos a su búsqueda y forzar la relación de éstos con lo que busca para hacer un descubrimiento que explique los fenómenos concernientes. Entonces queda así explicada la divinidad como pasión idealizada.
Consecuencia de la devoción hacia esta pasión ideal sería, por ejemplo, la muchas veces incomprensible abstinencia que practican los sacerdotes, pues si uno, erotizado por la pasión ideal, dirige su mirada hacia lo mundano y lo material, como sea la pasión por una mujer, paradójicamente estaría matando esa pasión, cuando es en verdad el único momento en que esa pasión podría desatarse y concretarse en hechos. La perfección no es pues, claramente, humana, sino producto de la vaguedad de la mente destinada a la identificación de lo universal y no de lo particular (hecho que crearía, y crea, desastres).
¿Es acaso la pasión asequible, o toda pasión es un sentimiento de idealidad? Podría pensarse que es así, que toda pasión es, más bien, la idealización de cierto hecho u objeto deseado, pero no me parece imposible que una pasión pueda mantenerse orientada hacia un mismo objeto sin enfriarse en algún punto. Es cierto que no se puede mantener constante la intensidad del deseo; habría que tener una mente unidireccional, lo cual sería una patología psicológica, una obsesión, no una pasión. ¿Es entonces toda pasión una patología moderada? Así lo creería la psicología, doctrina que no halla jamás hombre sano. La idea de que todo lo que no podemos controlar es dañino es una idea que parte de la creencia de que el ser humano tiene algo de divinidad; estado de superioridad que se atribuye la misma raza, hecho que debería desacreditar al instante el mero pensamiento, sea ilusión o delirio. Uno es esclavo de su inconsecuencia, y el hombre no actúa como dios, sino como animal, víctima de su inocencia. En todo caso la única enfermedad inherente al ser humano es la de mirar de reojo las cosas que sabe ciertas y vapulearlas por creerlas amenazas para su estadio divinal.
Toda pasión conlleva en su naturaleza variaciones de intensidad que dependerán del ánimo del portador de la misma. La pasión más pura es la que bordea la obsesión, pero mantiene la inteligencia intacta de quien la lleva; el individuo es consciente de su pasión desbordada y en cierto punto la avala, pues es ésta la que tira de su carro como una fuerza de voluntad ajena a la propia persona, permitiéndole concretar actos “imposibles”.
Pasión graciosa como pocas sería la paradójica pasión de Alejandro Magno. Alejandro poseía una pasión casi perfecta, al punto que llegó, por muchos, a ser considerado un dios. Él mismo llegó a creerlo en cierta medida, pero frustrado por su pasión paradójica, Alejandro se convirtió en el ser humano más humano de todos los tiempos, en un modelo a seguir por muchos en los siglos que le seguirían a su muerte. ¿Por qué llamé graciosa y paradójica a la pasión que dominaba a Alejandro? Pues porque Alejandro esperaba convertirse en la misma pasión que anhelaba concretar; esperaba convertirse en ese dios mencionado arriba, el dios que representa la pasión ideal, el dios cómico que inspira el ascetismo y el holocausto.
Resumamos entonces en pocas palabras los dos tipos de pasiones que pudimos diferenciar. Hablamos de pasión concreta y de pasión ideal; la pasión concreta es la que da frutos en el espíritu —llámese ánimo— del que la porta, mientras que la pasión ideal es la cual, el que la siente, cree que sería razón de su completa felicidad, si tan sólo pudiese obtener eso que anhela, es decir, es una falsa pasión concreta, pues nunca se alcanza, por lo tanto, nunca llega a beneficiar directamente el espíritu del portador.

Mostrando las entradas con la etiqueta Ensayo. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Ensayo. Mostrar todas las entradas
jueves, noviembre 22, 2007
jueves, octubre 04, 2007
Despertarse
Despertarse: el mayor de los dilemas en la sociedad actual. ¿Cuántos habrán deseado quedarse en la cama descansando aunque sea un minuto más? ¿Cuántos habrán transigido la hora sagrada del levante por un arremetedor capricho de laxa vagancia? Bueno, sin contar aquellos superhombres que han nacido con la acatadora agudeza de un reloj suizo y que funcionan como engranajes constantemente, creo que la respuesta podría ser “todos”.
Habiéndome despertado, hoy, a las ocho de la mañana con una genial idea en la cabeza, me propongo anotarla de mala manera (si no fuese por la idea hubiese seguido durmiendo) y, al acabar, decido completar mejor el concepto de la misma retornando al mundo de los sueños. Dos horas más tarde me vuelvo a despertar y la idea no se completó, por lo que, murmurando entre dientes, me vuelvo a dormir. Nuevamente, dos horas más tarde (al parecer se desarrollaba un patrón), me despierto, esta vez con el cuerpo adolorido y con cierto grado de remordimiento que me impedía volver a dormir.
¡Somos piezas de un aparato, hoy por hoy, disfuncional! Claro que cuando digo “somos”, sólo puedo hablar por mí... De cualquier manera, los horarios difícilmente puedan mantenerse. Nos despertamos todos los días al escuchar el terrible ruido del despertador que es como un baldazo de agua fría en invierno, hacemos todo lo que tenemos que hacer, salimos para la oficina (yo jamás saldría para la oficina, pero estoy tratando de hacer un punto), pero de pronto nos encontramos que, sin nosotros haber fallado en nuestra maquinaria rutina, nos sermonea el jefe: ¡Se llega a horario! ¡Esto es un trabajo! (Aunque uno se pase las horas boludeando con la computadora, hay que llegar a horario, pues es un trabajo).
¿Qué salió mal, si hicimos lo que hacemos siempre, incluso lo que hacemos cuando nos palmean la espalda y nos felicitan? Por lo general, cuando esto sucede, no es tanta nuestra culpa (al menos que no recordemos cambiar las pilas al despertador y aquello que era un desgarrador y agudo trino se convierta en un gastado y grave pedo de la mancha voraz y jamás nos despertemos) como sí lo es de alguien más (siempre funciona echarle la culpa a otro que no se puede defender). La avenida principal se vio bloqueada a causa de un accidente: alguien no hizo caso al horario de sueño, no durmió sino al volante y se hizo torta contra un colectivo; algunas calles se encuentran embotelladas y nos retrasamos en nuestra rutina. ¡Terrible! ¡Se ha desencajado el engranaje! El mundo que con tanto cuidado construimos con la humildad de nuestro oficio madrugador se desmorona y sólo podemos observar en silencio cómo, a la mañana siguiente, ya no somos los mismos y ese algo indescriptible nos devora por dentro: un horrible cáncer de culpa, contagioso, nos convierte en hombres incapaces de levantarse de sus camastros, y cuando por excepción lo logran, lo hacen en calzoncillos viejos y sucios, transpirados y borrachos... perdidos, olvidados del tiempo: disfuncionales.
Habiéndome despertado, hoy, a las ocho de la mañana con una genial idea en la cabeza, me propongo anotarla de mala manera (si no fuese por la idea hubiese seguido durmiendo) y, al acabar, decido completar mejor el concepto de la misma retornando al mundo de los sueños. Dos horas más tarde me vuelvo a despertar y la idea no se completó, por lo que, murmurando entre dientes, me vuelvo a dormir. Nuevamente, dos horas más tarde (al parecer se desarrollaba un patrón), me despierto, esta vez con el cuerpo adolorido y con cierto grado de remordimiento que me impedía volver a dormir.
¡Somos piezas de un aparato, hoy por hoy, disfuncional! Claro que cuando digo “somos”, sólo puedo hablar por mí... De cualquier manera, los horarios difícilmente puedan mantenerse. Nos despertamos todos los días al escuchar el terrible ruido del despertador que es como un baldazo de agua fría en invierno, hacemos todo lo que tenemos que hacer, salimos para la oficina (yo jamás saldría para la oficina, pero estoy tratando de hacer un punto), pero de pronto nos encontramos que, sin nosotros haber fallado en nuestra maquinaria rutina, nos sermonea el jefe: ¡Se llega a horario! ¡Esto es un trabajo! (Aunque uno se pase las horas boludeando con la computadora, hay que llegar a horario, pues es un trabajo).
¿Qué salió mal, si hicimos lo que hacemos siempre, incluso lo que hacemos cuando nos palmean la espalda y nos felicitan? Por lo general, cuando esto sucede, no es tanta nuestra culpa (al menos que no recordemos cambiar las pilas al despertador y aquello que era un desgarrador y agudo trino se convierta en un gastado y grave pedo de la mancha voraz y jamás nos despertemos) como sí lo es de alguien más (siempre funciona echarle la culpa a otro que no se puede defender). La avenida principal se vio bloqueada a causa de un accidente: alguien no hizo caso al horario de sueño, no durmió sino al volante y se hizo torta contra un colectivo; algunas calles se encuentran embotelladas y nos retrasamos en nuestra rutina. ¡Terrible! ¡Se ha desencajado el engranaje! El mundo que con tanto cuidado construimos con la humildad de nuestro oficio madrugador se desmorona y sólo podemos observar en silencio cómo, a la mañana siguiente, ya no somos los mismos y ese algo indescriptible nos devora por dentro: un horrible cáncer de culpa, contagioso, nos convierte en hombres incapaces de levantarse de sus camastros, y cuando por excepción lo logran, lo hacen en calzoncillos viejos y sucios, transpirados y borrachos... perdidos, olvidados del tiempo: disfuncionales.
lunes, septiembre 03, 2007
Visita a Castillo, encantado
En el mes de diciembre del año pasado visité en dos oportunidades al escritor Abelardo Castillo, previamente habiéndole enviado una carta pidiéndole permiso para hacerlo. Cuando pensaba que era posible que mi carta no fuese respondida un llamado sacudió mi teléfono: Clara, quien se presentaba como una alumna de Abelardo Castillo, me hacía saber, de parte de Abelardo, que podía visitar uno de sus talleres. Era el escritor Abelardo Castillo, a quien yo más admiraba, invitándome a mí, a Facundo Ezequiel, un nadie, a visitarlo a su casa, a presenciar uno de sus talleres. ¡Y todo gracias a una gran humorada epistolar descarada! Vaya, una pequeña dicha.
Estación de Once. Ya de noche. La calle es Hipólito Yrigoyen. La altura de la calle es 2316, la de mis pies es de algo así como 24cm sobre el nivel del asfalto. No hay grandes carteles de neón que pongan al barrio de aviso que ahí vive el mejor escritor argentino vivo. Yo me preguntaba si los muchachos que tomaban cerveza en la esquina se sabrían honrados por su pertenencia al barrio del señor Castillo o si lo ignoraban por completo. Entonces me sentí raro, no particularmente nervioso porque en mi mente ya había ensayado todas las posibilidades de desilusión y de fracaso y todas las peores cosas que podrían pasar al apretar el timbre del intercomunicador de esa puerta bien de Once, como cualquier otra puerta de Once. Lo importante era lo de adentro, ¿no?
«¿Hola? ¿Quién es?»
«Ah, hola, soy Facundo...»
«Ah, sí, ya te abro, esperá un segundo»
Mi expectativa era tal que se desvanecía en sí misma. Parecía que se tardaba toda una vida hasta que escuché pasos bajando de una escalera. Como era previsto: la puerta se abrió: detrás de la puerta una mujer que se mostró cálida y amable y no tardó en presentarse como Sylvia Iparraguirre: la mujer de Abelardo.
Ella misma es escritora, ya lo tenía bien sabido yo antes de entrar a su casa, pero, ¿no encierra cierto gracioso patetismo, cierta fatigada sumisión a la potente imagen de Escritor de su marido, la forma en que automáticamente se presentó?
Muy buena y amable mujer. Me guió escaleras arriba donde pude ver inmediatamente cierto vivo cuadro que por un momento no pude evitar admirar por su belleza pero que al mismo tiempo me intimidó. Abelardo estaba sentado en un gran sillón (o lo que me pareció un gran sillón) y, como si fuese un anciano y sabio maestro, se encontraba rodeado de un puñado de alumnos, pero charlaban todos tan cálidamente, tan amistosamente... Ahí estaba él: era inevitable encontrarlo con la vista pese a que era un hombre relativamente pequeño. ¡Qué pálido! Y yo que pensaba que no veía mucho el sol. Abelardo tuvo la cortesía de pararse para saludarme. Yo, al momento, me acerqué también y estrechamos nuestras manos. Por extraño que parezca no recuerdo mucho de lo que realmente pasó, sé que saludé a los demás presentes en la habitación y que luego nos cambiamos de los sillones a la mesa grande donde quedé enfrentado a la cabecera de la mesa donde se ubicaba Abelardo. Él en una punta y yo en la otra; me sentí desubicado... ¿Sentarse a la cabeza de la mesa de Abelardo? Quizás le di una ridícula importancia a un dato insignificante, pero ayudó a que no me relajara todo lo que hubiese querido.
En esa mesa se habló de muchas cosas, principalmente literarias, pero recuerdo que luego de incómodos silencios que se generaban, supongo que por el carácter retraído de la mayoría presente, Abelardo sacaba conversación y hablaba de fútbol, de cortes de luz, etc.
De Abelardo me impresionaron ciertos pequeños detalles que me daban pistas interesantes de quién realmente era Abelardo Castillo. Principalmente su mirada al hablar. Cuando elaboraba sus discursos desde lo profundo de su intelecto era su mirada algo desenfocada: parecía que no miraba lo que captaban los ojos, sino que leía una especie de teleprompter que le dictaba lo que debía decir desde atrás de su mirada. Cambiaba esa mirada cuando le hablaba a Sylvia, su mujer, por ejemplo.
Su voz estentórea se imponía en la habitación y sumado al hecho de que sus discursos estaban tan bien armados... me resultaba imposible no oírlo.
Ya mencioné la palidez de su piel. En sus manos se veían sus 71 años pero Abelardo era joven, lo sentía más joven, más vital que yo.
Cuando ya me iba (o fue acaso cuando llegaba) Abelardo cometió la locura de decirme que escribía bien cartas, que a pesar del tono cómico de la misma (de la carta que le había escrito) sabía bastante bien escribir cartas. Lo primero que hice (después de dormir mucho) fue arrancar los borradores de mi cuaderno y destrozarlos.
Estación de Once. Ya de noche. La calle es Hipólito Yrigoyen. La altura de la calle es 2316, la de mis pies es de algo así como 24cm sobre el nivel del asfalto. No hay grandes carteles de neón que pongan al barrio de aviso que ahí vive el mejor escritor argentino vivo. Yo me preguntaba si los muchachos que tomaban cerveza en la esquina se sabrían honrados por su pertenencia al barrio del señor Castillo o si lo ignoraban por completo. Entonces me sentí raro, no particularmente nervioso porque en mi mente ya había ensayado todas las posibilidades de desilusión y de fracaso y todas las peores cosas que podrían pasar al apretar el timbre del intercomunicador de esa puerta bien de Once, como cualquier otra puerta de Once. Lo importante era lo de adentro, ¿no?
«¿Hola? ¿Quién es?»
«Ah, hola, soy Facundo...»
«Ah, sí, ya te abro, esperá un segundo»
Mi expectativa era tal que se desvanecía en sí misma. Parecía que se tardaba toda una vida hasta que escuché pasos bajando de una escalera. Como era previsto: la puerta se abrió: detrás de la puerta una mujer que se mostró cálida y amable y no tardó en presentarse como Sylvia Iparraguirre: la mujer de Abelardo.
Ella misma es escritora, ya lo tenía bien sabido yo antes de entrar a su casa, pero, ¿no encierra cierto gracioso patetismo, cierta fatigada sumisión a la potente imagen de Escritor de su marido, la forma en que automáticamente se presentó?
Muy buena y amable mujer. Me guió escaleras arriba donde pude ver inmediatamente cierto vivo cuadro que por un momento no pude evitar admirar por su belleza pero que al mismo tiempo me intimidó. Abelardo estaba sentado en un gran sillón (o lo que me pareció un gran sillón) y, como si fuese un anciano y sabio maestro, se encontraba rodeado de un puñado de alumnos, pero charlaban todos tan cálidamente, tan amistosamente... Ahí estaba él: era inevitable encontrarlo con la vista pese a que era un hombre relativamente pequeño. ¡Qué pálido! Y yo que pensaba que no veía mucho el sol. Abelardo tuvo la cortesía de pararse para saludarme. Yo, al momento, me acerqué también y estrechamos nuestras manos. Por extraño que parezca no recuerdo mucho de lo que realmente pasó, sé que saludé a los demás presentes en la habitación y que luego nos cambiamos de los sillones a la mesa grande donde quedé enfrentado a la cabecera de la mesa donde se ubicaba Abelardo. Él en una punta y yo en la otra; me sentí desubicado... ¿Sentarse a la cabeza de la mesa de Abelardo? Quizás le di una ridícula importancia a un dato insignificante, pero ayudó a que no me relajara todo lo que hubiese querido.
En esa mesa se habló de muchas cosas, principalmente literarias, pero recuerdo que luego de incómodos silencios que se generaban, supongo que por el carácter retraído de la mayoría presente, Abelardo sacaba conversación y hablaba de fútbol, de cortes de luz, etc.
De Abelardo me impresionaron ciertos pequeños detalles que me daban pistas interesantes de quién realmente era Abelardo Castillo. Principalmente su mirada al hablar. Cuando elaboraba sus discursos desde lo profundo de su intelecto era su mirada algo desenfocada: parecía que no miraba lo que captaban los ojos, sino que leía una especie de teleprompter que le dictaba lo que debía decir desde atrás de su mirada. Cambiaba esa mirada cuando le hablaba a Sylvia, su mujer, por ejemplo.
Su voz estentórea se imponía en la habitación y sumado al hecho de que sus discursos estaban tan bien armados... me resultaba imposible no oírlo.
Ya mencioné la palidez de su piel. En sus manos se veían sus 71 años pero Abelardo era joven, lo sentía más joven, más vital que yo.
Cuando ya me iba (o fue acaso cuando llegaba) Abelardo cometió la locura de decirme que escribía bien cartas, que a pesar del tono cómico de la misma (de la carta que le había escrito) sabía bastante bien escribir cartas. Lo primero que hice (después de dormir mucho) fue arrancar los borradores de mi cuaderno y destrozarlos.
miércoles, agosto 22, 2007
Nada en menos de 10 minutos
Estaba pensando en algo que pudiera escribir rápidamente en alrededor de 10 minutos, pero mientras más pensaba y pensaba, me daba cuenta de que, además de que pasaban los minutos y yo no escribía ni una sola palabra, realmente no hay nada que se pueda solucionar en el transcurso de 10 minutos. Mi novio se las arregla siempre en menos de 30 segundos, pensarán muchas muchachas al leer lo anterior, pero bueno, no me refería a eso, ni tampoco creo que sea una solución para la calentura de la pobre novia, claro ejemplo que nada se soluciona en 10 minutos... ó 30 segundos. No voy a entrar, de todas formas en el territorio de las técnicas amatorias, ni en la cronometración de ellas, hay tantas variables, tan asombrosas todas ellas, que no vale la pena siquiera asomarse al tema.
Decía que planeaba escribir algo en más o menos 10 minutos y no había nada que se me ocurriera para escribir. Bueno, pensé yo, escribo una carta a la mujer que amo, hago algo de tiempo en divagaciones poéticas de amor y quizás en el ínterin, entre metáfora y metáfora se me ocurre algo. Pasé, entonces, mirando estrellas, besando tierra de féminos pies, esquilando ensoñaciones, desollando cavilaciones y nada encontré, más que la certeza de que estoy algo tocado, manoseado, diría yo, por la incoherencia. Y enamorado, por supuesto. Pero nada de nada se me ocurría para escribir, así que no escribí nada, no solucioné nada, destruí la carta que había escrito y me puse a ver la tele. Claro que todo eso me llevó más de 10 minutos.
Decía que planeaba escribir algo en más o menos 10 minutos y no había nada que se me ocurriera para escribir. Bueno, pensé yo, escribo una carta a la mujer que amo, hago algo de tiempo en divagaciones poéticas de amor y quizás en el ínterin, entre metáfora y metáfora se me ocurre algo. Pasé, entonces, mirando estrellas, besando tierra de féminos pies, esquilando ensoñaciones, desollando cavilaciones y nada encontré, más que la certeza de que estoy algo tocado, manoseado, diría yo, por la incoherencia. Y enamorado, por supuesto. Pero nada de nada se me ocurría para escribir, así que no escribí nada, no solucioné nada, destruí la carta que había escrito y me puse a ver la tele. Claro que todo eso me llevó más de 10 minutos.
lunes, junio 04, 2007
Revolución
Estamos en época de cambio. Pronto vendrá una suerte de revolución cultural, anímica, mental. Es difícil de explicar para mí porque es un sentimiento, una sensación, y sólo puedo ser algo vago al describirla, pero es una sensación fuerte y real. Lo que verdaderamente me emociona es saber que pertenezco a esta revolución, soy parte de ella y, espero, seré un brazo funcional. ¿Cómo lo sé? ¿Cómo puedo estar seguro de algo semejante? Porque yo, a la vez, me lo propongo y sé que esta revolución se va a llevar a cabo y va a ser un sentimiento popular muy pronto. Quizás antes de que se lleguen a preparar. Les va a pegar justo en la cara.
martes, mayo 29, 2007
Who am I
El amor es tanto más fácil cuando se tienen billetes para despilfarrar. Me gustaría saber si me amaría una mujer sabiendo que lo único que tengo para ofrecer es mi amor... perdón: mi Amor. Con mayúscula. Supongo, de todas formas, que el Amor, amor o como se quiera, nunca es suficiente, ¿no? Bueno, no soy ningún desamorado, todo lo contrario, quizás por eso tengo esa sensación, como que ningún amor es suficiente para mí. Yo ofrezco todo, doy todo si siento Amor. Pero eso supongo que no le importa a nadie más que al enamorado correspondido. ¿Y yo qué soy?
miércoles, mayo 02, 2007
La desesperación del anti-yo
La persona a quien más amo odiar no es Bush ni el Papa ni mi madre sino yo mismo. Es atractiva la complejidad de odiarse uno mismo. Se me viene a la mente Kierkegaard, se me viene a la mente Yeats; la desesperación por querer ser alguien más que yo; la búsqueda del anti-yo. Aunque muchas veces me parece que eso efectivamente es así, otras tantas, creo que si fuese alguien más que yo sería una persona mucho mucho mucho más infeliz, si es que acaso existen grados de infelicidad. Recuerdo una noche, hace varios años, andar caminando junto a un amigo, discutiendo sobre qué elegiríamos ser si tuviésemos la oportunidad de elegir de nuevo, conscientes de cómo sería la vida en cada uno de sus pasos hasta la muerte; y pese a que ninguno de los dos estaba muerto a la manera clásica, ambos dijimos que volveríamos a elegir la misma vida; la elección de la rebeldía ante lo establecido, ante lo agobiante y antinatural. Me pregunto cuánta verdad estaba yo diciendo. Sí, seguro volvería a elegir la misma vida; no me gustaría ser alguien más, pero me pregunto realmente hasta qué punto soy un ser combativo, hasta qué punto soy un rebelde. Ahí entra en juego el anti-yo. ¿Soy por naturaleza un ser que disfruta el estar inmóvil en su casa, leyendo, escribiendo, pensando, o soy un ser que disfruta de la acción, de llevar a cabo los pensamientos o de siquiera pensar mis actos, un ser que disfruta del instinto salvaje? Bueno, creo ser ambas personas. Es complicado conciliar ambos seres; el pacifista y el combativo, pero no soy el único; a mi parecer esto es así en todos los seres. El mismísimo John Lennon en la famosísima canción Revolution escribe: But when you talk about destruction, don’t you know that you can count me out (in)? Él mismo explicó en una entrevista de que no podía estar seguro, que era un ser humano. Y sí, el ser humano es un ser dual o, mejor, de infinita multiplicidad; muchos estarían de acuerdo conmigo; Hermann Hesse sería uno de ellos, ¿o no escribió El lobo estepario?; Borges sería otro, él hablaba de ser todos los antepasados y los próximos sucesores en un solo ser o infinito ser. Por lo que se le podría justificar un poco el discurso a los psicólogos que dicen que cuando uno odia a alguien lo que en verdad está haciendo es odiar lo que de él mismo ve reflejado en el otro. Por eso es que amo odiarme. Por eso es que a veces soy hermoso. Por eso es que a veces soy horrible.
viernes, abril 27, 2007
El Cine y la Vida
Todos habremos notado que en el cine todo es más fácil. Y cuando digo en el cine quiero decir en las películas (tuve algunas experiencias un tanto complicadas en el cine pero poco se relacionan con las películas). La gente nunca se paraliza frente a un arma cargada, los enamorados siempre acaban juntos (je je) y los perros hablan. Si no pasaron mucho tiempo consumiendo pochoclo su cerebro aún podrá darse cuenta de que esto sucede casi de manera totalmente opuesta en la vida real; quiero decir: la gente se mea en los pantalones frente a un arma cargada, los enamorados ni se juntan y los perros... te mean la pata de la silla. Otro tema que en el cine está tergiversado es el tiempo. Difícilmente veamos a Bruce Willis tomándose veinte minutos de película para "limpiar las tuberías", o a Franchela pensándose dos veces el estúpido chiste antes de largarlo irresponsablemente al mundo de los 24 (o 28 o cuantos sean) cuadros por segundo. Claro que el mundo sería más sencillo si no tuviésemos que ir al baño, aunque también no leeríamos tanto; sería más fácil, también, saber que todos nuestros momentos memorables se repetirían con solo volver a enrollar la cinta y pasarla por el proyector. Pero bueno, en un futuro o muy lejano, para quienes vengan después de nosotros, seremos un conjunto de pedorras grabaciones caseras; seremos gente que vivía para soplar las velas, siempre sonrientes, excepto cuando tenía sexo... nunca bueno.
lunes, abril 23, 2007
L'Amour
Cuando hablamos del Amor, casi siempre, como cuando se habla de política o de religión, se entra en una discusión sin fin. Algunos afirman que el Amor es la cosa más sencilla y hermosa que puede sentir el ser humano; otros dicen que es la cosa más complicada, dolorosa e incomprensible que se pueda sentir; unos cuantos renegados dicen que el Amor no existe. A veces aparecen subgrupos o combinaciones como por ejemplo podría aparecer uno que diga que el Amor es sencillo, doloroso y hermoso; aunque, por lo general, cuando aparece alguien que dice esto es porque pertenece al cerrado grupo de los Sadomasoquistas.
Sea cual sea la opinión que uno guarda del Amor siempre será capaz de encontrar la persona que tenga la opinión diametralmente opuesta: uno dice que el Amor no existe, el otro dice que todo es Amor, que estamos hechos de Amor... Sobre todas las cosas este tema causa confusión. La ciencia trata de ver al Amor como una suerte de impulsos eléctricos en el cerebro causados por diferentes hormonas expulsadas por la pareja que serían las indicantes del grado de compatibilidad entre los dos seres correspondientes... o los tres o cuatro, según como venga el ping pong de hormonas en esta mesa de infinidad de contrincantes...
No me pregunten por qué, pero el otro día estaba sentado en una plaza, dibujando, descansando un poco la mente, salvaguardándome del sol que me mordía el cráneo... mirando una muchacha bastante bonita (prometo decepcionarlos: no habrá ni saliva ni caricias ni erecciones) y esto me obligó a pensar... desvariar... como sea, mi mente empezó a relacionar elementos probablemente imposibles de relacionar. Miré a la chica. Miré el entorno. Miré a la chica: tenía una buena cara. Miré los árboles como autistas meciéndose con el viento. Miré a la muchacha nuevamente... ejem... hay que prohibir que las mujeres tomen helado en palito. Miré detrás: había una zona perimetrada por las cintas blancas y rojas de "peligro" que se ponen cuando están reparando una calle o cuando juntan pedacitos de cadáveres. Miré a la chica, lará-lará-lará, tenía una blusa entre verde y celeste. Miré a las cintas que con el viento vibraban como si fueran enormes cuerdas de guitarra. Pum: idea. Miré a la muchachita para satisfacer mis sentidos una vez más. Las relaciones humanas son como cuerdas vibrantes; cuando las cuerdas están más flojas las vibraciones son más amplias y más lentas, el sonido de la cuerda, así como el trato entre las personas, se hace más grave, más solemne y lejano; pero cuando las cuerdas se tensionan, se agudiza el sonido, como también la relación, cada uno de los cambios en este estado es muy delicado, como en los trastes de la guitarra se van haciendo cada vez más cortos los intervalos y cada nota es más delicada que la otra dificultando diferenciar los límites cada vez más. Si la tensión crece demasiado la cuerda se puede romper. Entonces, el límite entre la profunda conexión entre las personas y el completo distanciamiento es mínimo; el límite entre el Amor y el Odio es así y es casi imposible conocerlo con exactitud. En ese momento el Amor para mí era sencillo, complicado, comprensible e incomprensible, hermoso y doloroso. Ya creía que me estaba enamorando. Entonces volví en mí y vi que la chica de hermosas facciones, de blusa entre verde y celeste, ya se alejaba lejos lejos y quizás nunca la volvería a ver. El Amor ya no existía, se lo había llevado aquel ser etéreo de forma femenina... como si esto no me hubiese pasado mil setecientas veces antes. Para mis adentros, con una sonrisa en la cara, me maldije y seguí dibujando.
Sea cual sea la opinión que uno guarda del Amor siempre será capaz de encontrar la persona que tenga la opinión diametralmente opuesta: uno dice que el Amor no existe, el otro dice que todo es Amor, que estamos hechos de Amor... Sobre todas las cosas este tema causa confusión. La ciencia trata de ver al Amor como una suerte de impulsos eléctricos en el cerebro causados por diferentes hormonas expulsadas por la pareja que serían las indicantes del grado de compatibilidad entre los dos seres correspondientes... o los tres o cuatro, según como venga el ping pong de hormonas en esta mesa de infinidad de contrincantes...
No me pregunten por qué, pero el otro día estaba sentado en una plaza, dibujando, descansando un poco la mente, salvaguardándome del sol que me mordía el cráneo... mirando una muchacha bastante bonita (prometo decepcionarlos: no habrá ni saliva ni caricias ni erecciones) y esto me obligó a pensar... desvariar... como sea, mi mente empezó a relacionar elementos probablemente imposibles de relacionar. Miré a la chica. Miré el entorno. Miré a la chica: tenía una buena cara. Miré los árboles como autistas meciéndose con el viento. Miré a la muchacha nuevamente... ejem... hay que prohibir que las mujeres tomen helado en palito. Miré detrás: había una zona perimetrada por las cintas blancas y rojas de "peligro" que se ponen cuando están reparando una calle o cuando juntan pedacitos de cadáveres. Miré a la chica, lará-lará-lará, tenía una blusa entre verde y celeste. Miré a las cintas que con el viento vibraban como si fueran enormes cuerdas de guitarra. Pum: idea. Miré a la muchachita para satisfacer mis sentidos una vez más. Las relaciones humanas son como cuerdas vibrantes; cuando las cuerdas están más flojas las vibraciones son más amplias y más lentas, el sonido de la cuerda, así como el trato entre las personas, se hace más grave, más solemne y lejano; pero cuando las cuerdas se tensionan, se agudiza el sonido, como también la relación, cada uno de los cambios en este estado es muy delicado, como en los trastes de la guitarra se van haciendo cada vez más cortos los intervalos y cada nota es más delicada que la otra dificultando diferenciar los límites cada vez más. Si la tensión crece demasiado la cuerda se puede romper. Entonces, el límite entre la profunda conexión entre las personas y el completo distanciamiento es mínimo; el límite entre el Amor y el Odio es así y es casi imposible conocerlo con exactitud. En ese momento el Amor para mí era sencillo, complicado, comprensible e incomprensible, hermoso y doloroso. Ya creía que me estaba enamorando. Entonces volví en mí y vi que la chica de hermosas facciones, de blusa entre verde y celeste, ya se alejaba lejos lejos y quizás nunca la volvería a ver. El Amor ya no existía, se lo había llevado aquel ser etéreo de forma femenina... como si esto no me hubiese pasado mil setecientas veces antes. Para mis adentros, con una sonrisa en la cara, me maldije y seguí dibujando.
lunes, abril 16, 2007
Sobre las religiones II
Me enerva la malinterpretación que suelen dar los cristianos a la intención filosófica de intentar explicar todo. Parece ser que su teología es, para ellos, única fuente de conocimientos disponible, y todo aquello que no se atenga a ella es demoníaco; una amenaza para su raza de crédulos.
Sí, definitivamente será una amenaza. Cuando se mantiene la cabeza cerrada durante mucho tiempo, el atisbar la mínima perspectiva de un mundo mayor, más amplio, será la cosa más aterradora y, aun así, a pesar de sus prédicas no se atreven a mirar.
El párroco se postra frente a la multitud de viejas cluecas con su frente bañada en sudor, cada tanto se pasa amablemente —¿lo haría de otra forma?— un paño por la cara, secándose el sudor. Gesticula con vehemencia clerical y articula unas palabras tan estudiadas y tan conocidas que debe hacer uso de toda su voz para que la vieja del fondo escuche. Pero, ¿qué es lo que el cura está diciendo?
—¡Oh, nos cruzamos con muchas piedras, muchas dificultades, muchas tentaciones en nuestro camino!, ¿no es así?, ¡nos enfrentamos al demonio a cada paso, le damos la espalda con dificultad y avanzamos otro paso hacia Dios! ¡Porque Dios es bueno! ¡Dios, el Señor, nos guía y nos lleva a su Reino! ¡Dios nos quiere!...
Así habla el hombre estacado a su cruz particular. Pero, ¿si el camino más difícil es el que lleva al Cielo, como suelen decir, por qué no pueden dar ese paso, por qué no pueden enfrentar sus creencias más arraigadas? A mi parecer ese sería el paso supremo hacia Dios. Animarse a enfrentar los miedos más profundos: ¿y si no hay Dios?
Sí, definitivamente será una amenaza. Cuando se mantiene la cabeza cerrada durante mucho tiempo, el atisbar la mínima perspectiva de un mundo mayor, más amplio, será la cosa más aterradora y, aun así, a pesar de sus prédicas no se atreven a mirar.
El párroco se postra frente a la multitud de viejas cluecas con su frente bañada en sudor, cada tanto se pasa amablemente —¿lo haría de otra forma?— un paño por la cara, secándose el sudor. Gesticula con vehemencia clerical y articula unas palabras tan estudiadas y tan conocidas que debe hacer uso de toda su voz para que la vieja del fondo escuche. Pero, ¿qué es lo que el cura está diciendo?
—¡Oh, nos cruzamos con muchas piedras, muchas dificultades, muchas tentaciones en nuestro camino!, ¿no es así?, ¡nos enfrentamos al demonio a cada paso, le damos la espalda con dificultad y avanzamos otro paso hacia Dios! ¡Porque Dios es bueno! ¡Dios, el Señor, nos guía y nos lleva a su Reino! ¡Dios nos quiere!...
Así habla el hombre estacado a su cruz particular. Pero, ¿si el camino más difícil es el que lleva al Cielo, como suelen decir, por qué no pueden dar ese paso, por qué no pueden enfrentar sus creencias más arraigadas? A mi parecer ese sería el paso supremo hacia Dios. Animarse a enfrentar los miedos más profundos: ¿y si no hay Dios?
Advenimiento de la Incertidumbre
La mayor parte del tiempo soy un tipo taciturno, meditabundo, callado como de muerte, pero cuando una cuestión, por lo general de incomprensión por parte de los otros, me excita la conciencia, termino monologueando de forma tan vivaz que llego a asustarme al oírme cada tanto. Por lo general uso de excusa a ese oyente para satisfacer mis ansias de exteriorizar mi razonamiento, silencioso incluso para mí. Muchas veces, al hablar, me encuentro diciendo cosas que jamás creí pensar, como si otro yo me dictara las palabras. Por lo general ese otro yo es más inteligente que el yo consciente y me asombra su frío razonamiento porque no solo es frío sino que también es caluroso, apasionado, y, a veces, realmente hermoso. Con esto no pretendo exaltar mis cualidades. No. Quizás pretenda ser una especie de súbdito del inconsciente, pues tantas satisfacciones me trajo. De todas formas no creo ni pretendo que éste me domine por completo. Supongo que detrás de esa falta de dejadez, de arrojo a la suerte del inconsciente, se oculta un miedo inconfesado (inconfesable) por el advenimiento de la incertidumbre.
lunes, abril 09, 2007
Sobre las Pseudociencias (Carta no publicada)
Cierta vez, en la revista Ñ, se generó un debate en torno a las opiniones de Mario Bunge que trataba a la psicología como una pseudociencia y no como una verdadera ciencia. Todos los "intelectualitos" escribían tonterías ofuscados con respecto a la humilde opinión del señor Bunge. Mi respuesta a ese comportamiento fue una sincera carta que, a causa de su carácter de sinceridad (y extensión), obviamente, jamás fue publicada.
SOBRE LAS PSEUDOCIENCIAS
(Breve refutación de las ciencias)
por. Facundo Ezequiel
Gente de Eñe (lo pongo así porque se me dificulta decir Ñ, estando esta letra inconexa a una vocal):
He sentido una grata sorpresa al ver que se disputaba, casi infantilmente, en vuestro correo de lectores, el punto de vista del señor Bunge ante lo que, un poco graciosamente, denominó pseudociencias. Está claro que un punto de vista (cualquiera), llevado con vehemencia hasta las últimas instancias del razonamiento lógico, es irrefutable (tengo la seguridad de que todo contiene tanta verdad como tanta mentira, dependiendo de quien lo mira). Es irrefutable por lo mismo que es irrefutable nuestro carácter innato, es decir, nuestra personalidad, nuestra peculiar forma de ver el mundo, la "vida".
Conocemos los hechos, los fenómenos, lo que la ciencia hace es un proceso deshilvanante, regresivo, sobre estos fenómenos, intentando averiguar las causas generadoras de los mismos; un verdadero acto detectivesco, muchas veces fundado sobre falsas pistas, sobre débiles cimientos, incapaces de sostener los hechos que deberían sostener, es decir, fundado sobre -quizás les parezca arbitrario- meras suposiciones. La psicología me parece que fue el principal blanco de los "pseudoataques" de Mario (creo, a esta altura, estamos en confianza) porque es la pseudociencia más sencilla de tirar abajo, por el simple hecho de estar basada, un poco bastante, en la soberbia de un hombre que cree "descifrar" a otro hombre -o incluso a él mismo- por su historia personal, sus recuerdos, etc. Esta soberbia es convertida en ciencia, quién sabe, tal vez por la incapacidad de ver más allá de lo acontecido, que muchas veces no es lo ocurrido en nuestro "mundo personal", en lo cognitivo; nunca será exacta, como nunca lo será nada de lo que requiera una interpretación afrontada desde la inteligencia, que nunca es igual en todos y, lo que es peor, si nos limitamos a una inteligencia (sea, metódicamente hablando, la de Freud, Lacan, Jung o quien sea) estamos eliminando la nuestra, siguiendo la arbitrariedad del pensamiento ajeno. No quiero dañar susceptibilidades, ni adhiero a la opinión de nadie, pero me parece que la psicología no es lo que se pretende, no es el desentrañamiento del alma, al menos no es un método infalible, y me parece que nunca lo será; el ser humano está lejos de aceptar que hay un poco de ridículo en el deseo de obtener ciertas respuestas, bah, en el hecho de ciertas preguntas... No tiene sentido decir que la tierra gira alrededor del sol cuando la tierra gira alrededor del sol. Las cosas son como son.
Me disculpo sinceramente por mi peculiar forma de pensar.
Atentamente, su lector:
Facundo Ezequiel
(tel. 4651-****)
P.D.: Lo que me parecía merecer aclaración era el hecho de que TODA ciencia es (TODO razonamiento lógico, metódico, deviene en) una pseudociencia, si es que decimos que ciencia es un "modo de conocimiento metódico que aspira a formular, de manera rigurosa, las leyes por medio de las cuales se rigen los fenómenos" (según el diccionario). Me parece que la aparente certeza con la que los métodos científicos se han manejado es un tanto relativa, ¿o acaso no se adaptan las ciencias, no evolucionan, según nuevos conocimientos, invalidando a veces conceptos anteriores considerados reales, innegables, por esas mismas ciencias? Después de todo siempre hallaremos un nuevo acercamiento ante cualquier cosa, por más mínima, intranscendental e insignificante que sea, eso, si la miramos un buen rato.
P.D.2: De ser esta carta publicada siéntanse libres de cortar donde quieran (imagino querrán cortar todo en pequeños pedazos y dárselo a los perros, pero... ah... las maravillas del e-mail), pues el pensamiento expuesto es, por su naturaleza, auto-refutado, por lo que la existencia de sus (anti?) ideas siendo de una regular inutilidad, serán, consecuentemente, dispensables. (No llego al extremo de decir impublicables ya que he visto en su revista numerosos artículos, cartas y columnas con una sospechosa cualidad "ilegible" —o de inmerecida lectura).
SOBRE LAS PSEUDOCIENCIAS
(Breve refutación de las ciencias)
por. Facundo Ezequiel
Gente de Eñe (lo pongo así porque se me dificulta decir Ñ, estando esta letra inconexa a una vocal):
He sentido una grata sorpresa al ver que se disputaba, casi infantilmente, en vuestro correo de lectores, el punto de vista del señor Bunge ante lo que, un poco graciosamente, denominó pseudociencias. Está claro que un punto de vista (cualquiera), llevado con vehemencia hasta las últimas instancias del razonamiento lógico, es irrefutable (tengo la seguridad de que todo contiene tanta verdad como tanta mentira, dependiendo de quien lo mira). Es irrefutable por lo mismo que es irrefutable nuestro carácter innato, es decir, nuestra personalidad, nuestra peculiar forma de ver el mundo, la "vida".
Conocemos los hechos, los fenómenos, lo que la ciencia hace es un proceso deshilvanante, regresivo, sobre estos fenómenos, intentando averiguar las causas generadoras de los mismos; un verdadero acto detectivesco, muchas veces fundado sobre falsas pistas, sobre débiles cimientos, incapaces de sostener los hechos que deberían sostener, es decir, fundado sobre -quizás les parezca arbitrario- meras suposiciones. La psicología me parece que fue el principal blanco de los "pseudoataques" de Mario (creo, a esta altura, estamos en confianza) porque es la pseudociencia más sencilla de tirar abajo, por el simple hecho de estar basada, un poco bastante, en la soberbia de un hombre que cree "descifrar" a otro hombre -o incluso a él mismo- por su historia personal, sus recuerdos, etc. Esta soberbia es convertida en ciencia, quién sabe, tal vez por la incapacidad de ver más allá de lo acontecido, que muchas veces no es lo ocurrido en nuestro "mundo personal", en lo cognitivo; nunca será exacta, como nunca lo será nada de lo que requiera una interpretación afrontada desde la inteligencia, que nunca es igual en todos y, lo que es peor, si nos limitamos a una inteligencia (sea, metódicamente hablando, la de Freud, Lacan, Jung o quien sea) estamos eliminando la nuestra, siguiendo la arbitrariedad del pensamiento ajeno. No quiero dañar susceptibilidades, ni adhiero a la opinión de nadie, pero me parece que la psicología no es lo que se pretende, no es el desentrañamiento del alma, al menos no es un método infalible, y me parece que nunca lo será; el ser humano está lejos de aceptar que hay un poco de ridículo en el deseo de obtener ciertas respuestas, bah, en el hecho de ciertas preguntas... No tiene sentido decir que la tierra gira alrededor del sol cuando la tierra gira alrededor del sol. Las cosas son como son.
Me disculpo sinceramente por mi peculiar forma de pensar.
Atentamente, su lector:
Facundo Ezequiel
(tel. 4651-****)
P.D.: Lo que me parecía merecer aclaración era el hecho de que TODA ciencia es (TODO razonamiento lógico, metódico, deviene en) una pseudociencia, si es que decimos que ciencia es un "modo de conocimiento metódico que aspira a formular, de manera rigurosa, las leyes por medio de las cuales se rigen los fenómenos" (según el diccionario). Me parece que la aparente certeza con la que los métodos científicos se han manejado es un tanto relativa, ¿o acaso no se adaptan las ciencias, no evolucionan, según nuevos conocimientos, invalidando a veces conceptos anteriores considerados reales, innegables, por esas mismas ciencias? Después de todo siempre hallaremos un nuevo acercamiento ante cualquier cosa, por más mínima, intranscendental e insignificante que sea, eso, si la miramos un buen rato.
P.D.2: De ser esta carta publicada siéntanse libres de cortar donde quieran (imagino querrán cortar todo en pequeños pedazos y dárselo a los perros, pero... ah... las maravillas del e-mail), pues el pensamiento expuesto es, por su naturaleza, auto-refutado, por lo que la existencia de sus (anti?) ideas siendo de una regular inutilidad, serán, consecuentemente, dispensables. (No llego al extremo de decir impublicables ya que he visto en su revista numerosos artículos, cartas y columnas con una sospechosa cualidad "ilegible" —o de inmerecida lectura).
martes, abril 03, 2007
Verdad y Estética
Sabemos muchas cosas; sabemos que la fuerza gravitacional es la que nos mantiene con los pies sobre la tierra a pesar de estar girando a una velocidad que podría considerarse vertiginosa, haciendo caso omiso a otro hecho que conocemos: la fuerza centrífuga. Sin embargo, las contradicciones, o aparentes contradicciones, son perfectamente explicables a través de la lógica; de hecho, todos los conocimientos adquiridos de forma no inmediata, es decir, que no adquirimos a través de los sentidos, son formas de la lógica; son formas de intentar explicar ciertos fenómenos sensibles para que tengan perfecto sentido -valga la redundancia- ante nuestras mentes.
La Tierra es plana y es el centro del Universo; el Cielo y en Infierno se disputan este plano estando el uno arriba y el otro abajo respectivamente; eso, mientras la lógica de las teorías teológicas estén en boga. Hoy en día el poder de la Iglesia se ha divergido y no rige de forma totalitaria las ciencias como fuera en la sociedad de antaño. La sociedad actual ha dejado de ver la explicación lógica de la Iglesia como un hecho concreto sino que ha pasado a verla como una representación poética del mundo que conocemos (o de la forma que lo conocemos). Sin embargo, de vez en cuando, la desesperación de la Iglesia es tal que aún se aferran a ciertas ideas que, de acuerdo con los avances lógicos actuales, podrían ser vistas como signos de idiotez, de locura o de decadencia (quizás los tres juntos).La lógica actual está regida por la ciencia; quizás una forma menos hipócrita de afrontar el mundo, puesto que acepta las antítesis y las síntesis; una forma menos conflictiva de afrontar las diferentes visiones del mundo y conciliarlas de manera que nos aseguremos un equilibrio mayor entre los individuos y/o grupos ideológicos varios.
Una persona que hoy en día persiga los ideales Nazi no podría ser coherente en su discurso si se empecinara en hablar de una Raza Superior o Raza Aria, al menos no si se considera un individuo de razón lógica. Claro que ningún ser humano, ni un solo individuo de la raza humana podría ser considerado en su totalidad como un ser de naturaleza lógica. Todos nos regimos en última instancia por una irracionalidad totalmente injustificada basada en un personal sentido de la estética que condicionará a grandes rasgos lo que aceptemos o no como Verdadero. El nacionalista siente bello un pedazo delimitado de tierra; el anti semita se siente amenazado por la fealdad que siente en la avaricia caricaturesca de los judíos; el mártir encuentra la Belleza en el supuesto sacrificio por su raza o sus creencias religiosas; el artista aspira a crear una obra que canalice todo aquello que siente sublime. Ahora me gustaría que me digan realmente; ¿cuál es el factor común de todos estos individuos? Pues, simplemente el sentimiento, la percepción de lo bello, aunque cada uno muy probablemente, discutiendo este sentimiento compartido, se encuentren en un conflicto enorme, dada la escala de valores que cada uno de estos sujetos otorga a sus acciones, palabras o pensamientos y que es gobernada únicamente por los elementos que percibe como bellos, por el deseo de conservación de ellos. Claro que es obvio suponer que no son los meros objetos los que hacen al individuo delirar de algarabía en su interior, los que causan ese deseo de gritar de felicidad, sino que la Belleza misma es lo que provoca ese sentimiento, el mismísimo ideal de Belleza lo causa. Y definir ese ideal de Belleza sería la tarea más imposible -y quizás pretenciosa- de realizar en un tratado tan breve como éste. Así que, debido al carácter abstracto de la misma, y de la extensa pesadez que implicaría en este momento realizar el profundo viaje interior que la explicara, dejo esta tarea inconclusa, esperando que alguien más la explique por mí o que sea comprendida a través del monólogo o que, en un futuro no muy lejano, simplemente se me ocurra concluir este tratado, confluyendo todas las palabras y construcciones verbales que, según la más pura lógica, expliquen la Belleza.
La Tierra es plana y es el centro del Universo; el Cielo y en Infierno se disputan este plano estando el uno arriba y el otro abajo respectivamente; eso, mientras la lógica de las teorías teológicas estén en boga. Hoy en día el poder de la Iglesia se ha divergido y no rige de forma totalitaria las ciencias como fuera en la sociedad de antaño. La sociedad actual ha dejado de ver la explicación lógica de la Iglesia como un hecho concreto sino que ha pasado a verla como una representación poética del mundo que conocemos (o de la forma que lo conocemos). Sin embargo, de vez en cuando, la desesperación de la Iglesia es tal que aún se aferran a ciertas ideas que, de acuerdo con los avances lógicos actuales, podrían ser vistas como signos de idiotez, de locura o de decadencia (quizás los tres juntos).La lógica actual está regida por la ciencia; quizás una forma menos hipócrita de afrontar el mundo, puesto que acepta las antítesis y las síntesis; una forma menos conflictiva de afrontar las diferentes visiones del mundo y conciliarlas de manera que nos aseguremos un equilibrio mayor entre los individuos y/o grupos ideológicos varios.
Una persona que hoy en día persiga los ideales Nazi no podría ser coherente en su discurso si se empecinara en hablar de una Raza Superior o Raza Aria, al menos no si se considera un individuo de razón lógica. Claro que ningún ser humano, ni un solo individuo de la raza humana podría ser considerado en su totalidad como un ser de naturaleza lógica. Todos nos regimos en última instancia por una irracionalidad totalmente injustificada basada en un personal sentido de la estética que condicionará a grandes rasgos lo que aceptemos o no como Verdadero. El nacionalista siente bello un pedazo delimitado de tierra; el anti semita se siente amenazado por la fealdad que siente en la avaricia caricaturesca de los judíos; el mártir encuentra la Belleza en el supuesto sacrificio por su raza o sus creencias religiosas; el artista aspira a crear una obra que canalice todo aquello que siente sublime. Ahora me gustaría que me digan realmente; ¿cuál es el factor común de todos estos individuos? Pues, simplemente el sentimiento, la percepción de lo bello, aunque cada uno muy probablemente, discutiendo este sentimiento compartido, se encuentren en un conflicto enorme, dada la escala de valores que cada uno de estos sujetos otorga a sus acciones, palabras o pensamientos y que es gobernada únicamente por los elementos que percibe como bellos, por el deseo de conservación de ellos. Claro que es obvio suponer que no son los meros objetos los que hacen al individuo delirar de algarabía en su interior, los que causan ese deseo de gritar de felicidad, sino que la Belleza misma es lo que provoca ese sentimiento, el mismísimo ideal de Belleza lo causa. Y definir ese ideal de Belleza sería la tarea más imposible -y quizás pretenciosa- de realizar en un tratado tan breve como éste. Así que, debido al carácter abstracto de la misma, y de la extensa pesadez que implicaría en este momento realizar el profundo viaje interior que la explicara, dejo esta tarea inconclusa, esperando que alguien más la explique por mí o que sea comprendida a través del monólogo o que, en un futuro no muy lejano, simplemente se me ocurra concluir este tratado, confluyendo todas las palabras y construcciones verbales que, según la más pura lógica, expliquen la Belleza.
viernes, marzo 09, 2007
Percepciones: realidad e imparcialidad reconciliadora y negativa
A veces creo que soy demasiado condescendiente conmigo mismo y paso por alto la aparente irracionalidad de mis pensamientos, la completa falta de relación entre ellos, y no sé hasta que punto esto afecta mis capacidades de percibir la realidad, tema jodido de por sí, puesto que la realidad, precisamente, se atiene a nuestras percepciones, a nuestros sentidos, y al tener grandes contradicciones, encontronazos importantes en una misma línea perceptiva de las cosas, casi se podría decir que se está anulando la realidad en sí, se está negando a sí misma al verse partida por dos puntos opuestos, aunque, de nuevo, si la realidad es lo que percibimos, nuestra realidad es, entonces, única e irrepetible en cada individuo, por lo que, a decir verdad, en mi caso, serían múltiples realidades, o una realidad fluctuante.
¿Pero estas múltiples realidades, o realidad fluctuante, entonces podrían crear en el individuo la confusión, o es la confusión la causa de estas múltiples realidades? Por mi parte creo que más que una desventaja, poder ver las cosas desde un ángulo diametralmente opuesto, con la suficiente astucia por parte del individuo afectado, podría, más que anular ambos puntos opuestos, conciliarlos en un tercer punto intermedio, claro que podría crear, a su vez, una total indiferencia ante ambos puntos y crear una imparcialidad que estaría mal vista en un mundo combativo como es el mundo humano.
El carácter flemático de los individuos que sufren (por qué no usar esa palabra) de una realidad fluctuante puede llegar a ser molesto e incómodo para las personas de realidad simple que intentan comprender los actos de éstos, puesto que se caracterizan por su constante cambio de parecer, incluso en los aspectos más banales de lo cotidiano, no pueden seguir el paso a sus pensamientos aparentemente erráticos y crea una desazón en ambos individuos: en el de realidad simple y en el de realidad fluctuante; el primero por sentir que es incapaz de comprender al segundo (a veces causando la falsa impresión de que se encuentra ante un "genio"), y éste, por sentirse incomprendido, por esa razón los individuos de realidad fluctuante se encuentran mejor, por lo general, con los de su propia clase.
Es extraño cómo estos seres, sedentarios en apariencia, pueden presentar un movimiento psíquico casi frenético, difícil de comprender si no nos retiramos un poco hacia atrás a ver el cuadro completo. Así que nos retiramos hacia atrás. ¿Qué es lo que vemos? Lo que vemos es a un ser humano de exuberante presencia, no diferente a cualquier otro ser humano, quizás un poco más exagerado en ciertos aspectos que, por lo ordinario de éstos, pasan desapercibidos en los otros, pero en éste, al verse exaltados de forma tan prodigiosa, pueden maravillar a muchos otros de realidad simple (o también de realidad fluctuante) que ven en esta exuberancia algo tremendamente sensual, puesto que están viendo algo que ellos mismos poseen pero que se encuentra en un sector más oscuro, más oculto de su persona, y la visión de estas nuevas realidades, el impacto que les provocan, pueden tocar puntos reprimidos de su ser y provocar un rechazo violento, o, por el contrario, puede provocar devoción enfermiza por seres entregados por completo a la visión de una nueva realidad "verdadera" y, quién sabe, quizás pueda lograr suficientes adeptos y crear una nueva religión.
¿Pero estas múltiples realidades, o realidad fluctuante, entonces podrían crear en el individuo la confusión, o es la confusión la causa de estas múltiples realidades? Por mi parte creo que más que una desventaja, poder ver las cosas desde un ángulo diametralmente opuesto, con la suficiente astucia por parte del individuo afectado, podría, más que anular ambos puntos opuestos, conciliarlos en un tercer punto intermedio, claro que podría crear, a su vez, una total indiferencia ante ambos puntos y crear una imparcialidad que estaría mal vista en un mundo combativo como es el mundo humano.
El carácter flemático de los individuos que sufren (por qué no usar esa palabra) de una realidad fluctuante puede llegar a ser molesto e incómodo para las personas de realidad simple que intentan comprender los actos de éstos, puesto que se caracterizan por su constante cambio de parecer, incluso en los aspectos más banales de lo cotidiano, no pueden seguir el paso a sus pensamientos aparentemente erráticos y crea una desazón en ambos individuos: en el de realidad simple y en el de realidad fluctuante; el primero por sentir que es incapaz de comprender al segundo (a veces causando la falsa impresión de que se encuentra ante un "genio"), y éste, por sentirse incomprendido, por esa razón los individuos de realidad fluctuante se encuentran mejor, por lo general, con los de su propia clase.
Es extraño cómo estos seres, sedentarios en apariencia, pueden presentar un movimiento psíquico casi frenético, difícil de comprender si no nos retiramos un poco hacia atrás a ver el cuadro completo. Así que nos retiramos hacia atrás. ¿Qué es lo que vemos? Lo que vemos es a un ser humano de exuberante presencia, no diferente a cualquier otro ser humano, quizás un poco más exagerado en ciertos aspectos que, por lo ordinario de éstos, pasan desapercibidos en los otros, pero en éste, al verse exaltados de forma tan prodigiosa, pueden maravillar a muchos otros de realidad simple (o también de realidad fluctuante) que ven en esta exuberancia algo tremendamente sensual, puesto que están viendo algo que ellos mismos poseen pero que se encuentra en un sector más oscuro, más oculto de su persona, y la visión de estas nuevas realidades, el impacto que les provocan, pueden tocar puntos reprimidos de su ser y provocar un rechazo violento, o, por el contrario, puede provocar devoción enfermiza por seres entregados por completo a la visión de una nueva realidad "verdadera" y, quién sabe, quizás pueda lograr suficientes adeptos y crear una nueva religión.
martes, febrero 27, 2007
Viaje
¿Cómo puede afectar a un hombre el viaje de unos cuantos kilómetros teniendo consciencia que las distancias no son nada, lo mismo que el tiempo que dura dicho viaje, la estancia en aquella tierra no muy lejana y el retorno inevitable luego de poco más de veinticuatro revoluciones de aquel aparatejo que parece gobernar nuestras acciones? Si las distancias y el tiempo, ambas imposibles de precisar a través de nuestros sentidos, no son quienes afectan al hombre, deberá ser, entonces, lo que este hombre ve, oye, piensa y siente al atravesar esas distancias, al dejarse degenerar por el paso del tiempo. Y el tiempo, impasible, parece ser siempre el mismo sin dar muestras de modificar su arrastre senoidal, su extensa curva que nos muestra sus suaves y abruptos cambios de velocidad impíamente; somos nosotros quienes perdemos el rastro de aquél y despertamos un día pensando qué fue del que éramos. Bueno, pues, el que éramos es ahora esto, este ser que ahora se pregunta qué somos en el mundo si apenas nuestra consciencia es capaz de ser coherente consigo misma en breves ciclos que desaprovechamos para cuestionar lo imposible; nos zambullimos hacia dentro de nosotros mismos buscando los límites de nuestra consciencia, la orilla de nuestros pensamientos cuando en verdad deberíamos estar buscando el centro, la causa de nuestra búsqueda de las barreras, del constante elaborar de límites artificiales.
¿Cómo puede afectar a un hombre un viaje? Es difícil saber, pero sabremos que poco o nada si ese viaje es a la costa, donde infinidad de hermosas muchachas se pasean casi desnudas modelando sus esbeltos cuerpos para los extasiados machos que no hacen más que cacarear como gallos, demostrando que son los más apropiados para la reproducción. Yo hice un viaje, un viaje a la costa que duró lo que tarda en arder un cuerpo, y ardí en cuerpo y alma. Soy humano e hice un viaje al centro de la humanidad reducida a su esencia. Hice un viaje a la animalidad ida y vuelta.
¿Cómo puede afectar a un hombre un viaje? Es difícil saber, pero sabremos que poco o nada si ese viaje es a la costa, donde infinidad de hermosas muchachas se pasean casi desnudas modelando sus esbeltos cuerpos para los extasiados machos que no hacen más que cacarear como gallos, demostrando que son los más apropiados para la reproducción. Yo hice un viaje, un viaje a la costa que duró lo que tarda en arder un cuerpo, y ardí en cuerpo y alma. Soy humano e hice un viaje al centro de la humanidad reducida a su esencia. Hice un viaje a la animalidad ida y vuelta.
sábado, febrero 10, 2007
Sobre las religiones I
Hay ciertos problemas que el ser humano, de tan arraigado que se siente en éstos, a causa de la antigüedad milenaria de dichos problemas, ve como irrelevantes o, quizás, como inherentes a la propia raza, razón por la cual se sienten vencidos ante ellos incluso antes de enfrentarlos. El principal de estos problemas, al que aludo aquí sin rodeos, es, por supuesto, la religión; problema que tenemos tan cerca de nuestros ojos que no logramos ver más que nebulosamente.
No estoy muy seguro de quién dijo la siguiente frase, pero debe de haber sido un tipo como Oscar Wilde, alguien que sabía ver las cosas y las exponía a la vista de todos con su particular y práctico sentido del humor: “La religión es el opio de las masas”, nada más acertado. La religión es un sedante de la inteligencia y de la razón y elimina a la lógica como si se tratara de una especie de virus infeccioso; de ningún hombre de religión pueden esperarse signos de buen pensar, pues el hombre religioso es defectuoso. La religión no hace más que ofrecer placer, conformismo, a cambio de obediencia, y la obediencia, para estos seres infectos, es placer, conformismo, facilismo. Por esta razón la religión es un círculo vicioso y tal vez indestructible, porque alimenta la ignorancia y al mismo tiempo se alimenta de ella, la religión ha aprendido, como las garrapatas, a alimentarse de la sangre del cuerpo huésped, enfermándolo.
Toda religión es un conjunto de promesas vanas que requieren un esfuerzo intelectual, un acto de fe, para que éstas se materialicen, es decir, requieren el consentimiento para el subsecuente engaño, además que necesitan, para acreditarse como verdaderas y originarias, declararse como las únicas y para tal meta eligen pruebas por demás imposibles de comprobar, atribuyéndose impulsos, deseos y sentimientos (todos intangibles e inexplicables sino a través de alegorías de muy poco rigor científico) como consecuencias divinas de tal o cual hecho mitológico, cosa que, a mi humilde parecer, no hace más que demostrar no sólo la inexistencia de sus dioses, sino el patetismo de quienes requieren de esos fantasmas de fe y esperanza para existir. Un dios que no sea supremo, que necesite ser comprobado, es decir, que no imprima en cada uno de sus actos y obras su innegable, irrefutable y evidente firma que lo identifique como tal, no merece ser llamado Dios. ¿Cómo podría siquiera existir la duda de que semejante ser exista si fuésemos la creación —la más lograda de hecho— de este Dios? Ahí debo de entrar en desacuerdo con un filósofo bastante conocido: Descartes. Descartes fue el del famoso cogito ergo sum: pienso, luego existo. Claro que expuesto así todo se ve muy lindo, pero en el momento en que Descartes dice que el hecho de que exista, de que esté pensando, es la evidencia de la existencia de un ser superior, es decir, de Dios, me parece que está cometiendo un grosso error; si el pensar me da a mí, por consecuencia, la existencia, estoy más bien diciendo que yo soy Dios, yo soy la consciencia antes de la existencia, yo soy el ente creador del ser, o mi consciencia lo será. Pero esa consciencia es lo que Descartes toma como evidencia de la existencia de Dios porque no ve la manera en que esta consciencia llega a ser antes de ser (es decir, cómo puede existir antes de ser percibida), y decide que la solución más sencilla, como tarde o temprano todo ilustre (bah, ni muy ilustre debe ser para ello) pensador frustrado concluye, es que Dios está detrás de la respuesta que nunca se alcanza; Dios es la materialización de todas nuestros anhelos que sabemos, de forma inconsciente, imposibles, como por ejemplo: la felicidad.
No estoy muy seguro de quién dijo la siguiente frase, pero debe de haber sido un tipo como Oscar Wilde, alguien que sabía ver las cosas y las exponía a la vista de todos con su particular y práctico sentido del humor: “La religión es el opio de las masas”, nada más acertado. La religión es un sedante de la inteligencia y de la razón y elimina a la lógica como si se tratara de una especie de virus infeccioso; de ningún hombre de religión pueden esperarse signos de buen pensar, pues el hombre religioso es defectuoso. La religión no hace más que ofrecer placer, conformismo, a cambio de obediencia, y la obediencia, para estos seres infectos, es placer, conformismo, facilismo. Por esta razón la religión es un círculo vicioso y tal vez indestructible, porque alimenta la ignorancia y al mismo tiempo se alimenta de ella, la religión ha aprendido, como las garrapatas, a alimentarse de la sangre del cuerpo huésped, enfermándolo.
Toda religión es un conjunto de promesas vanas que requieren un esfuerzo intelectual, un acto de fe, para que éstas se materialicen, es decir, requieren el consentimiento para el subsecuente engaño, además que necesitan, para acreditarse como verdaderas y originarias, declararse como las únicas y para tal meta eligen pruebas por demás imposibles de comprobar, atribuyéndose impulsos, deseos y sentimientos (todos intangibles e inexplicables sino a través de alegorías de muy poco rigor científico) como consecuencias divinas de tal o cual hecho mitológico, cosa que, a mi humilde parecer, no hace más que demostrar no sólo la inexistencia de sus dioses, sino el patetismo de quienes requieren de esos fantasmas de fe y esperanza para existir. Un dios que no sea supremo, que necesite ser comprobado, es decir, que no imprima en cada uno de sus actos y obras su innegable, irrefutable y evidente firma que lo identifique como tal, no merece ser llamado Dios. ¿Cómo podría siquiera existir la duda de que semejante ser exista si fuésemos la creación —la más lograda de hecho— de este Dios? Ahí debo de entrar en desacuerdo con un filósofo bastante conocido: Descartes. Descartes fue el del famoso cogito ergo sum: pienso, luego existo. Claro que expuesto así todo se ve muy lindo, pero en el momento en que Descartes dice que el hecho de que exista, de que esté pensando, es la evidencia de la existencia de un ser superior, es decir, de Dios, me parece que está cometiendo un grosso error; si el pensar me da a mí, por consecuencia, la existencia, estoy más bien diciendo que yo soy Dios, yo soy la consciencia antes de la existencia, yo soy el ente creador del ser, o mi consciencia lo será. Pero esa consciencia es lo que Descartes toma como evidencia de la existencia de Dios porque no ve la manera en que esta consciencia llega a ser antes de ser (es decir, cómo puede existir antes de ser percibida), y decide que la solución más sencilla, como tarde o temprano todo ilustre (bah, ni muy ilustre debe ser para ello) pensador frustrado concluye, es que Dios está detrás de la respuesta que nunca se alcanza; Dios es la materialización de todas nuestros anhelos que sabemos, de forma inconsciente, imposibles, como por ejemplo: la felicidad.
lunes, enero 22, 2007
Ilusión y Desilusión
¿Cuál será el verdadero valor de la desilusión? ¿Deberíamos sucumbir ante ella o deberíamos enfrentarla hasta que se vea remplazada por un sentimiento de renovada ilusión? De niños sabemos que nuestras fantasías son tan reales que miramos a los adultos que nos las contradicen con cierta renuencia a sus palabras, eso porque no queremos vernos en la terrible situación que sería la hipotética desilusión de aquellas fantasías que en nuestra imaginación infantil casi vemos materializadas. Pero aquel desdén hacia la hipotética desilusión final es, en sí, la punta, por así decirlo, de la desilusión misma; la posibilidad latente de la desilución, podríamos decir, es el comienzo de la desilusión, una especie de morbosa fantasía que, por su calidad sentimental (intangible), sí podemos conseguir y con la cual nos topamos repetitivamente a lo largo de nuestra niñez, hasta que la monotonía de estas desiluciones deja de sorprendernos y crea en nosotros una costra que nos resguarda de futuras desiluciones, costra que, al conseguirla, nos da el título de adultos. Pero debajo de estas costras, creadas de capas de ilusiones muertas, somos todos aún esos seres extremadamente sensibles ante todo lo que afecta nuestras fantasías negativamente y, a pesar de que nos mostremos indiferentes ante nuevas desilusiones, deseamos que estas cesen, que le dejen el paso libre a nuestras fantasías.
El proceso que crea la costra es natural, alejarse de él sería alejarse de lo que se supone que deberíamos ser en el mundo natural, no hay que sentirse culpable ante el morboso deseo de la desilusión pues es un proceso necesario si lo que deseamos es asentar nuestra existencia en el mundo material, es decir, en el planeta tierra, de otra forma estaríamos dejando de lado todo lo que es real, todo a lo que se supone que debemos aferrarnos mientras vivamos. Cuando niños somos extremadamente sensibles y todo cuanto vemos y sentimos durante la niñez quedará impreso en nosotros de manera muy profunda, será una marca que no podremos quitar de nuestra piel, será la marca que nos identificará por el resto de nuestra existencia, tal como el metal al rojo vivo marca a las reses, las impresiones que tenemos de niños nos marcan a nosotros. Pero la niñez es una etapa y , como toda etapa, debe finalizar para darle lugar a la siguiente, cada una igual de importante, pero independiente de la anterior, necesariamente independiente. Digo necesariamente independiente porque una coexistencia de estas etapas sería, no imposible (al contrario, es muy posible, y hasta común hoy en día), pero sí incorrecto, sería un impedimento para la evolución personal. Si dejamos rasgos característicos de la niñez en nuestro carácter de adultos es porque hemos hecho un empecinado esfuerzo en la dirección equivocada, hemos debilitado la formación de la costra, nos hemos esforzado en evitar enfrentar el sufrimiento de la desilusión, sufrimiento relativamente fugaz, por la tonta creencia de que las fantasías nos provocarían más placer del que nos provocaría la creación de la costra, adormecedora de futuras desilusiones, entonces continuamos sufriendo a causa de nuestras ilusiones muertas que no hallan lugar de reposo al nosotros haberle quitado la posibilidad de descansar en la costra, y el dolor que las ilusiones muertas provocan es acumulativo, de la misma manera que se acumulan unas sobre otras para formar la costra adormecedora, si no les damos lugar a que éstas la formen, se acumularán unas sobre otras para provocar un pesar constante, un sentimiento de incorrección que inconscientemente nos aquejará y no nos dará respiro emocional, nos veremos desbordando emociones por no saber ubicarlas, nos encontraremos extrañados con nuestra misma presencia, sentiremos que no pertenecemos a este mundo sin saber por qué, lo cual, en parte, será cierto, ya que nuestro ser no estará preparado para la existencia material, sino que continuará con la sensibilidad de la niñez, nuestro organismo estará captando con la misma intensidad que cuando niños todas esas cosas que vemos y que sentimos, como si lo viéramos todo por primera vez, pero seremos incapaces de sostener el peso de tanta emocionalidad ya que no hemos creado la costra adormecedora y ese desencaje constante muy probablemente no nos deje funcionar correctamente en el mundo material adulto y hasta podría provocar la demencia en los organismos especialmente débiles.
Para finalizar este breve tratado me parece que debo aclarar ciertos aspectos de la ilusión o fantasía y de la necesidad de ésta. La ilusión ES necesaria, como ya hemos visto, es necesaria la fantasía para provocar la costra que nos conducirá a la madurez espiritual (palabra que uso por primera vez en este tratado pero que creo que ayudará a comprender en este preciso punto la idea que intento comunicar), pero si no tuviese otro fin más que el de crear la costra, dirán ustedes, la fantasía es más bien una disfunción del espíritu, ¿por qué razón crearíamos, entonces, este sentimiento con el cual deberemos luchar por el resto de nuestras vidas y nos provoca más dificultades que beneficios en el mundo material? Bueno, pues, si la ilusión tuviese la única función de crear la costra, sería cierto que provocaría más daño que bien, pero la fantasía NO debe ser eliminada con la niñez, TODO LO CONTRARIO, la fantasía debe perdurar por cuanto perdure nuestra existencia y es más, me atrevo a decir que LA ILUSIÓN ES UN MOTOR QUE IMPULSA NUESTRA EXISTENCIA, la ilusión de un porvenir, la fantasía de algo mejor, de un disfrute, de un placer, es cuanto necesitamos para prolongar nuestra vida sin cuestionamientos que nos impidan el progreso personal, pues, claro, el cuestionamiento es una característica infantil, el niño quiere saber cómo funcionan las cosas, eso tampoco quiere decir que en la adultez nos debamos entregar por completo a una vida maquinal o completamente hedonista, simplemente digo que los cuestionamientos morales que impidan el funcionamiento, el progreso personal (o en ocasiones excepcionales, el progreso colectivo), deben ser eliminados por completo.
El proceso que crea la costra es natural, alejarse de él sería alejarse de lo que se supone que deberíamos ser en el mundo natural, no hay que sentirse culpable ante el morboso deseo de la desilusión pues es un proceso necesario si lo que deseamos es asentar nuestra existencia en el mundo material, es decir, en el planeta tierra, de otra forma estaríamos dejando de lado todo lo que es real, todo a lo que se supone que debemos aferrarnos mientras vivamos. Cuando niños somos extremadamente sensibles y todo cuanto vemos y sentimos durante la niñez quedará impreso en nosotros de manera muy profunda, será una marca que no podremos quitar de nuestra piel, será la marca que nos identificará por el resto de nuestra existencia, tal como el metal al rojo vivo marca a las reses, las impresiones que tenemos de niños nos marcan a nosotros. Pero la niñez es una etapa y , como toda etapa, debe finalizar para darle lugar a la siguiente, cada una igual de importante, pero independiente de la anterior, necesariamente independiente. Digo necesariamente independiente porque una coexistencia de estas etapas sería, no imposible (al contrario, es muy posible, y hasta común hoy en día), pero sí incorrecto, sería un impedimento para la evolución personal. Si dejamos rasgos característicos de la niñez en nuestro carácter de adultos es porque hemos hecho un empecinado esfuerzo en la dirección equivocada, hemos debilitado la formación de la costra, nos hemos esforzado en evitar enfrentar el sufrimiento de la desilusión, sufrimiento relativamente fugaz, por la tonta creencia de que las fantasías nos provocarían más placer del que nos provocaría la creación de la costra, adormecedora de futuras desilusiones, entonces continuamos sufriendo a causa de nuestras ilusiones muertas que no hallan lugar de reposo al nosotros haberle quitado la posibilidad de descansar en la costra, y el dolor que las ilusiones muertas provocan es acumulativo, de la misma manera que se acumulan unas sobre otras para formar la costra adormecedora, si no les damos lugar a que éstas la formen, se acumularán unas sobre otras para provocar un pesar constante, un sentimiento de incorrección que inconscientemente nos aquejará y no nos dará respiro emocional, nos veremos desbordando emociones por no saber ubicarlas, nos encontraremos extrañados con nuestra misma presencia, sentiremos que no pertenecemos a este mundo sin saber por qué, lo cual, en parte, será cierto, ya que nuestro ser no estará preparado para la existencia material, sino que continuará con la sensibilidad de la niñez, nuestro organismo estará captando con la misma intensidad que cuando niños todas esas cosas que vemos y que sentimos, como si lo viéramos todo por primera vez, pero seremos incapaces de sostener el peso de tanta emocionalidad ya que no hemos creado la costra adormecedora y ese desencaje constante muy probablemente no nos deje funcionar correctamente en el mundo material adulto y hasta podría provocar la demencia en los organismos especialmente débiles.
Para finalizar este breve tratado me parece que debo aclarar ciertos aspectos de la ilusión o fantasía y de la necesidad de ésta. La ilusión ES necesaria, como ya hemos visto, es necesaria la fantasía para provocar la costra que nos conducirá a la madurez espiritual (palabra que uso por primera vez en este tratado pero que creo que ayudará a comprender en este preciso punto la idea que intento comunicar), pero si no tuviese otro fin más que el de crear la costra, dirán ustedes, la fantasía es más bien una disfunción del espíritu, ¿por qué razón crearíamos, entonces, este sentimiento con el cual deberemos luchar por el resto de nuestras vidas y nos provoca más dificultades que beneficios en el mundo material? Bueno, pues, si la ilusión tuviese la única función de crear la costra, sería cierto que provocaría más daño que bien, pero la fantasía NO debe ser eliminada con la niñez, TODO LO CONTRARIO, la fantasía debe perdurar por cuanto perdure nuestra existencia y es más, me atrevo a decir que LA ILUSIÓN ES UN MOTOR QUE IMPULSA NUESTRA EXISTENCIA, la ilusión de un porvenir, la fantasía de algo mejor, de un disfrute, de un placer, es cuanto necesitamos para prolongar nuestra vida sin cuestionamientos que nos impidan el progreso personal, pues, claro, el cuestionamiento es una característica infantil, el niño quiere saber cómo funcionan las cosas, eso tampoco quiere decir que en la adultez nos debamos entregar por completo a una vida maquinal o completamente hedonista, simplemente digo que los cuestionamientos morales que impidan el funcionamiento, el progreso personal (o en ocasiones excepcionales, el progreso colectivo), deben ser eliminados por completo.
miércoles, diciembre 20, 2006
Aceptar y avanzar
Elegí un título al más puro estilo Bucay, no porque fuese a escribir sobre el autoestima y tantas otras fantásticas alegorías a la estupidez del alma u otras burradas varias; elegí ese título porque vende, y vender significa aceptación y aceptación es algo que puse en el título, algo de lo que no pensaba hablar y sin embargo vemos cómo todo vuelve; eso es el karma, asunto de los indios y budistas del gran Buenos Aires entre horas de trabajo, meditando entre humo y sábanas coloridas, abandonados por su ego que ya ni los respeta, como el resto de la gente que se pasea a gran velocidad, abajo, en las populosas calles, desesperados porque saben que por más rápido que corran no lograrán llegar a ningun lado, por lo que se convierten al budismo y abandonados por su ego meditan...
lunes, noviembre 27, 2006
Influencia y originalidad en el arte
Incluso la manera en que nos sentamos en el inodoro está influenciada por quien se sentara antes en él. O, en términos más evidentes y prácticos, mejor dicho, cada acción que se aleje, aunque sea mínimamente, de los primarios SUPERVIVIENCIA y REPRODUCCIÓN está influenciada por el actuar de otra persona que se alejó, en parte, anteriormente de estos. Entonces, la cultura, podríamos decir, es todo lo que no es SUPERVIVENCIA ni REPRODUCCIÓN (aunque REPRODUCCIÓN podría estar comprendida en SUPERVIVENCIA); y todo lo que es cultura es transmitido por métodos, por así decirlo, NO INSTINTIVOS.
Suponemos, pues, que "ser original", refiriéndose a cualquier tipo de arte, sería alejarse lo más posible de SUPERVIVENCIA y REPRODUCCIÓN, manteniendo cierta coherencia, aunque, a mi parecer, para mantener coherencia dentro de lo abstracto de lo natural que es el arte, hay que remitirse, aunque sea subliminalmente, a los instintos básicos (SUPERVIVENCIA y REPRODUCCIÓN), o todo cuanto hagamos carecerá de sentido o será completamente incomprensible para el espectador. Claro que, entonces, la influencia nos aporta una luz cuando deseamos representar nuestras ideas, puesto que sabemos qué es lo que nos produjo sentimentalmente una obra ajena y podemos deconstruir dicha obra, analizar las partes, los elementos que nos causaron impacto y así utilizarlos como herramientas en nuestra obra artística. O bien, podríamos empezar de cero e intentar alejarnos por completo de todo cuanto hayamos visto. Un imposible, por supuesto, "ser original" y ser comprendido.
Suponemos, pues, que "ser original", refiriéndose a cualquier tipo de arte, sería alejarse lo más posible de SUPERVIVENCIA y REPRODUCCIÓN, manteniendo cierta coherencia, aunque, a mi parecer, para mantener coherencia dentro de lo abstracto de lo natural que es el arte, hay que remitirse, aunque sea subliminalmente, a los instintos básicos (SUPERVIVENCIA y REPRODUCCIÓN), o todo cuanto hagamos carecerá de sentido o será completamente incomprensible para el espectador. Claro que, entonces, la influencia nos aporta una luz cuando deseamos representar nuestras ideas, puesto que sabemos qué es lo que nos produjo sentimentalmente una obra ajena y podemos deconstruir dicha obra, analizar las partes, los elementos que nos causaron impacto y así utilizarlos como herramientas en nuestra obra artística. O bien, podríamos empezar de cero e intentar alejarnos por completo de todo cuanto hayamos visto. Un imposible, por supuesto, "ser original" y ser comprendido.
martes, noviembre 21, 2006
El artista como ser roto
No sería ninguna novedad hablar del artista como un ser disfuncional, fragmentario. Es bien sabido que los artistas (y el ser artista no es una aspiración sino una fatalidad) son gente a la que una parte de su persona, cierta barrera emocional, nunca fue desarrollada como se supone lo haría en un ser humano común y sano. La barrera emocional a la que me refiero es la que nos permite ver el mundo lúcidamente, aunque esta lucidez es en verdad un punto de vista en común por todos los humanos adultos, no así compartido por los infantes. El artista es quien ve el mundo como lo vería un niño, de una manera fresca y particularmente fantástica, como un niño a lo que todo lo sorprende y aun así todo le resulta natural y posible.
La barrera emocional que el adulto desarrolla a través de los años es la que le impide, por ejemplo, sorprenderse ante lo cotidiano, ante la pálida cara de la luna, ante los conejos de algodón que llamamos inocentemente nubes. El ser que no desarrolla aún esta barrera, en cambio, es extrañado cuando el pintor pinta hasta el màs mìnimo detalle del árbol que está en el parque. ¿Por qué pinta el árbol que ya está ahí? ¿Qué necesidad tiene, si el árbol real es mejor?
A diferencia del que pinta lo que ya está ahí, el artista pinta lo que ve, que no es lo mismo que pintar lo que está, efectivamente, ahí, a la vista, evidente. Picasso pintaba, aun en rostros que deberían ser perfiles, ambos ojos, porque él sabía que el otro ojo se encontraba del otro lado, lo imaginaba y lo pintaba, pues un rostro tiene dos ojos. Yo, por ejemplo, cuando, aburrido en horas de clases, dibujaba alguna cara de rasgos más o menos realistas, no tardaba mucho en aparecer el compañero que preguntara ¿quién es?, al ver el dibujo, como si no fuese posible la existencia de un ser imaginario, como si todo lo dicho, lo pensado, lo escrito tuviese que tener sus cimientos en el mundo tangible.
La falta de la barrera es lo que permite atravesar territorios vedados a todo ser, nos permite ser otra persona, por qué no varias personas, en un relato, convertirnos en lo que fuere; podríamos, si la imaginación nos acompaña, pensar como piedras, hablar como el aire, hacer de Dios, morir un millón de veces, resucitar al tercer día, viajar en el tiempo, eliminar el espacio y condensar todo sentimiento terrenal en una palabra la cual nos daríamos el lujo de jamás mencionar.
La barrera emocional que el adulto desarrolla a través de los años es la que le impide, por ejemplo, sorprenderse ante lo cotidiano, ante la pálida cara de la luna, ante los conejos de algodón que llamamos inocentemente nubes. El ser que no desarrolla aún esta barrera, en cambio, es extrañado cuando el pintor pinta hasta el màs mìnimo detalle del árbol que está en el parque. ¿Por qué pinta el árbol que ya está ahí? ¿Qué necesidad tiene, si el árbol real es mejor?
A diferencia del que pinta lo que ya está ahí, el artista pinta lo que ve, que no es lo mismo que pintar lo que está, efectivamente, ahí, a la vista, evidente. Picasso pintaba, aun en rostros que deberían ser perfiles, ambos ojos, porque él sabía que el otro ojo se encontraba del otro lado, lo imaginaba y lo pintaba, pues un rostro tiene dos ojos. Yo, por ejemplo, cuando, aburrido en horas de clases, dibujaba alguna cara de rasgos más o menos realistas, no tardaba mucho en aparecer el compañero que preguntara ¿quién es?, al ver el dibujo, como si no fuese posible la existencia de un ser imaginario, como si todo lo dicho, lo pensado, lo escrito tuviese que tener sus cimientos en el mundo tangible.
La falta de la barrera es lo que permite atravesar territorios vedados a todo ser, nos permite ser otra persona, por qué no varias personas, en un relato, convertirnos en lo que fuere; podríamos, si la imaginación nos acompaña, pensar como piedras, hablar como el aire, hacer de Dios, morir un millón de veces, resucitar al tercer día, viajar en el tiempo, eliminar el espacio y condensar todo sentimiento terrenal en una palabra la cual nos daríamos el lujo de jamás mencionar.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)