lunes, julio 30, 2007

Lento publicar

hace mucho que no publico nada. y no es que no tenga nada para decir, solo que no puedo hacerlo. a quién engaño. quizás no tengo nada que decir. pero tengo mucho que hacer. si lo hago o no es otro tema. por el momento no me importa mucho publicar. será una breve etapa. pronto espero recuperar mis facultades mentales para así poder seguir escribiendo y publicando.

viernes, julio 13, 2007

La escalera de escalones rojizos

Soñado por. Facundo Ezequiel

Llegué al comienzo de unas escaleras de escalones rojizos, donde un altísimo edificio, tanto imponente como rudimentario, rodeaba con sus paredes amarillas sus largas etapas y sus extraños descansos donde cada uno o dos pisos se asomaba un pequeño jardín o zona de recreo, luego, para seguir ascendiendo, te veías obligado a torcerte sobre vos mismo y continuar trepando dificultosamente por el pasamanos, siempre de la izquierda porque, por alguna extraña razón, el de la derecha estaba apenas sobre los escalones y por debajo de una ínfima pared sobre la cual sería imposible apoyarse sin caer al nivel anterior. Cuatro o cinco pisos luego, cuando hubiese empezado a pensar que las escaleras eran simplemente infinitas, llego a dondequiera que estaba yendo, algún piso superior. Era un aula llena de niños, y muy cerca de donde había yo entrado, para mi sorpresa, me encontré a un antiguo compañero del secundario Juan XXIII, un pibe llamado Pérez. Siempre lo creí algo loco o estúpido a Pérez, pero, aún así, me sorprendí cuando él lo único que dijo al verme fue:
—¡Acá tenemos Dulce de Leche!
No tenía el más mínimo sentido, y lo repetía, no lo decía para mí, sino para el resto de la clase, que tampoco parecía sorprenderse por la salida del loco o estúpido Pérez, de hecho, dudo que estuviesen escuchando.
Un poco preocupado comencé a bajar nuevamente.

ATENCIÓN: Lo que relato a continuación tiene la capacidad de la existencia simultánea en dos momentos diferentes, antes de lo de Pérez y luego de lo de Pérez, y aun así, ninguna de estas partes se sucede a la otra, así que no hay razón para asombrarse cuando ahora esté subiendo por las escaleras nuevamente, ya que esa acción pertenece al momento en que estaba aún subiendo las escaleras (pre-Pérez) o cuando luego relate que estaba bajando por ellas (post-Pérez).

En cierto momento, mientras daba los primeros pasos en el primer grupo de escalones, un grupo de más o menos cinco pibes de dieciséis o diecisiete años salta con un estuche de guitarra enorme desde el piso superior hasta la parte de escaleras que está a mi izquierda, golpeándome accidentalmente con el mismo en la cabeza poco antes de aterrizar. No les digo nada. Pienso que pronto sentirán vergüenza cuando miren atrás y recuerden las estupideces que hacían. Continúo trepando. Hay pequeños grupos de personas que suben y bajan, grupos de amigos de dos o tres, personas que congenian entre ellas, personas que hablan en los jardines de recreo que extrañamente parecen desiertos a excepción de un par de muchachas que parecen discutir esos temas importantes de muchachas. Aproximadamente por el cuarto piso, luego del jardín de las dos muchachas, un enorme grupo de estudiantes viene desde atrás, por las escaleras, son todos chicos de dieciocho años que por su corpulencia aparentan tener más, uno me llama la atención y se me adelanta para hablarme y que lo pueda ver. Es un pibe cuya cara me parece familiar en cierto punto. Medio rubión, pelo sucio, desaliñado, dientes sin lavar, amarillentos de nicotina, ropa arrugada... y aun así no es tan desagradable como la descripción lo hace parecer. Con bochinchosa voz de adolescente me pregunta:
—¿Conocés a Viviana... (nombre de maestra o de vieja, ¿era Viviana?)?
Me quedé pensando un segundo y luego le respondí.
—No, no conozco a ninguna Viviana...
En este momento creo que nos detuvimos por un instante.
—¿Tenés novia? —me preguntó descaradamente.
—No... en este momento no... —respondí sospechando de sus intenciones las cuales no eran del todo claras para mí, todavía.
—¿No me estarás mintiendo?
Aún tenía ánimos de cuestionarme a mí, él, que sin conocerme ya me abordaba con tanto descaro, me cuestionaba la veracidad de mis afirmaciones, como si en mis momentos de sequía femenina no pudiese estar seguro de que no tengo novia... ¡Mierda que estoy demasiado seguro!
—N... no.
—¿Seguro?
—Sí.
Y me miró en forma de reconocimiento, analizando mis afirmaciones, buscando en mí algún signo que me delatara. Pero no había forma de mentir para mí.
—Bueno —empezó con una voz suave, nada parecida a la estridente con la que me hablara antes; y puso su mano en mi hombro—, tengo una amiga que piensa que sos muy _____
MI CABEZA, EN ESTE PUNTO, COMENZÓ A HACER RUIDO DE ESTÁTICA, TAPANDO EL ADJETIVO CALIFICATIVO CONCERNIENDO MI PERSONA.
Ahora estábamos bajando. El pibe ya no estaba delante de mí, sino detrás, pero sin verlo todavía podía oír su voz.
—Después te la presento, la sentás y se ponen a hablar...
Y yo continué bajando las escaleras mientras la voz se hacía más lejana, al igual que las escaleras y mis pasos.

FIN DEL SUEÑO

Fairy tale

The silver frog says in a practical way
“You know what’ll happen if you turn gay”
“Yes”, answered the beautiful queen,
“I know, and I don’t mind a little bit”

“Well”, the frog stood staring his boots,
“You might as well know that it’s the root
of your future unhappiness. Believe it”
And so he said, knowing there’s no answer fit

to the mind of the poor happy queen
for she is happy now as she could ever be
“Now, precious pretty little queenie,
you might kiss my king size weenie”

The queen leaned to kiss his Johnny
but as she got closer, came to her a longing;
she remembered a face she’d loved to see later
and a deep unhappiness came to rape her

Now the time was too late
was it destiny, was it fate
the frog turned into a hunk
Would you believe his name was Hank?

He smoked like a toad
and was pretty as a moan
but soon she would discover
his feet were a little turned over,

black spots covered his nose
and he snorted like a horse;
the warnings had taken their place
as well as the undertaker take the late

“Oh! Unhappiness!”, cried the queen
“Forgive me, I didn’t meant to be mean”,
said the affected poor Hank old frog
as the queen wept like a big fat hog

“But you should’ve heard when the time it was,
not a good idea to wait ‘til everything is lost,
‘cause now, you know, I want to fuck yours
‘til the very last of the church bells tongs”

“What can I do, what can I do?
at least be gentle and fuck me good”
the queen replied panting and tired,
“Well, that to a woman I can’t deny”

Simplemente sentado en un bar

Por. Facundo Ezequiel

Los fríos latigazos de agua sacudían el tiempo que ya, como por fatalidad consumada, dejaba de ser; no era. Dos caballos blancos tiraban del coche fúnebre que, a su vez, era víctima de una oscilación pendular como el mismísimo difunto, víctima del horloge à balancier que dejaba plasmado el olvido de infinidad de eternidades en cada uno de los ecos de los tics y los tacs. Tic-tac.
Tic-tac... Las primeras gotas..., cadenciosas en su distanciamiento cada vez más minúsculo hasta convertirse en un poderoso clamor, en un teatro desbordante, estrepitoso, de palmas emocionadas. A los pocos segundos la oscuridad del teatro parpadeó como una lámpara gastada y la bóveda crepitó en una fuerte explosión fría. Luego todo se sumió en la oscuridad nuevamente. Las palmas no cesaban.
No se vería tanta alegría en las cientas de hectáreas arruinadas, en los pobres campos de los humildes granjeros devenidos en marineros de agua amarga. Definitivamente este mar era uno al cual no cualquiera podría enfrentarse. Era un mar combativo. Era un mar guerrero. Era un mar que dejaba huella en la tierra... bajo la tierra.
Las negras calles de sinuosa tinta de pulpo se extendían desvergonzadamente sobre la rectitud de los renglones del cuaderno de espirales. Era, ciertamente, un camino oscuro, repleto de mugre y de agua de alcantarilla. Pero era este camino oscuro lo único que hacía crepitar, como los truenos del otro lado del vidrio, el corazón del explorador vagabundo.
El coche fúnebre se convertía en un hermoso buque de guerra que parecía ser el mensajero, el predicador, el representante de lo que vendría. Y lo que vendría era aquello que iba a hacerlo andar muchos otros kilómetros bajo muchos otros litros de agua. Los caballos se habían convertido en el motor del más fabuloso galeón, encargado de hacerle la guerra a la vida. Era una exhibición desenfadada, una feria de miseria.
Hizo el gesto de tomar de la taza, pero al acercársela a la boca vio que sólo quedaban unas pocas lágrimas de café fosilizadas y esa borra sintética del expreso que era casi un chiste o una clara premonición de lo que era el futuro de los bebedores modernos de café. Casi no había borra que leer. Casi no había futuro. El vidrio lloraba también, pero su desgarro de miles de lágrimas era un paseo en el parque para el que escribía en su cuaderno de espirales.
Ahora salían de su escondite miles de ratas, salían a festejar el carnaval que era para ellas el paseo del galeón ecuestre. Se agolpaban alrededor del vivo vehículo de muerte y sonreían con sus pérfidos bigotes de funcionarios públicos. Sus pequeñas naricitas se contraían para olfatear el tremendo olor a bosta y agua séptica que para ellos significaba el progreso definitivo.
Se refregó los ojos con ambos dedos índices y pasó la vista de la hoja de papel a la ventana donde se veía a la lluvia disminuir de a ratos. Miró su fantasma del otro lado, del lado llovido, y se dijo a sí mismo:
«A veces es bueno estar simplemente sentado en un bar. »

lunes, julio 02, 2007

Caracol

Por. Facundo Ezequiel

Las lánguidas palabras resbalaban gravemente por mis oídos como una sombra encerada en susurros. Quise responder pero sólo conseguí un cacareo en la parte trasera de mi garganta. Estaba frío pero mis mejillas se enrojecieron, acaloradas por una vergüenza infantil. La abracé bien fuerte, para que no huyera y me abandonara. Tenía miedo de mí y necesitaba sentir el calor de alguien que me comprendiera. Besé su cuello y sentí cómo se estremeció. El contacto de mis labios con su piel erizada me laceró la mente como si se tratara de una afilada hoja de navaja que abría una fruta tierna. Estábamos los dos desnudos y no podía ver su cara, pero sus hombros me confortaban. Besé sus delicados hombros. Oí cómo gimió; parecía un gato soñando pesadillas. Besé sus omóplatos; sus angelicales alas de piel y hueso. Ella respiraba por la boca; mi aire entraba por sus pulmones y exhalábamos al unísono. Acaricié su espalda con mi aliento hasta llegar al cuenco donde terminaba. Besé con todo mi amor y ternura primero una de sus celestiales nalgas y luego besé la otra. Una lágrima caliente se desprendió de mi ojo y quise llorar. Escuché un sollozo y se me cerró la garganta. La abracé bien fuerte, para que no huyera y me abandonara.