martes, febrero 27, 2007

Viaje

¿Cómo puede afectar a un hombre el viaje de unos cuantos kilómetros teniendo consciencia que las distancias no son nada, lo mismo que el tiempo que dura dicho viaje, la estancia en aquella tierra no muy lejana y el retorno inevitable luego de poco más de veinticuatro revoluciones de aquel aparatejo que parece gobernar nuestras acciones? Si las distancias y el tiempo, ambas imposibles de precisar a través de nuestros sentidos, no son quienes afectan al hombre, deberá ser, entonces, lo que este hombre ve, oye, piensa y siente al atravesar esas distancias, al dejarse degenerar por el paso del tiempo. Y el tiempo, impasible, parece ser siempre el mismo sin dar muestras de modificar su arrastre senoidal, su extensa curva que nos muestra sus suaves y abruptos cambios de velocidad impíamente; somos nosotros quienes perdemos el rastro de aquél y despertamos un día pensando qué fue del que éramos. Bueno, pues, el que éramos es ahora esto, este ser que ahora se pregunta qué somos en el mundo si apenas nuestra consciencia es capaz de ser coherente consigo misma en breves ciclos que desaprovechamos para cuestionar lo imposible; nos zambullimos hacia dentro de nosotros mismos buscando los límites de nuestra consciencia, la orilla de nuestros pensamientos cuando en verdad deberíamos estar buscando el centro, la causa de nuestra búsqueda de las barreras, del constante elaborar de límites artificiales.
¿Cómo puede afectar a un hombre un viaje? Es difícil saber, pero sabremos que poco o nada si ese viaje es a la costa, donde infinidad de hermosas muchachas se pasean casi desnudas modelando sus esbeltos cuerpos para los extasiados machos que no hacen más que cacarear como gallos, demostrando que son los más apropiados para la reproducción. Yo hice un viaje, un viaje a la costa que duró lo que tarda en arder un cuerpo, y ardí en cuerpo y alma. Soy humano e hice un viaje al centro de la humanidad reducida a su esencia. Hice un viaje a la animalidad ida y vuelta.

No hay comentarios.: