martes, mayo 29, 2007

Who am I

El amor es tanto más fácil cuando se tienen billetes para despilfarrar. Me gustaría saber si me amaría una mujer sabiendo que lo único que tengo para ofrecer es mi amor... perdón: mi Amor. Con mayúscula. Supongo, de todas formas, que el Amor, amor o como se quiera, nunca es suficiente, ¿no? Bueno, no soy ningún desamorado, todo lo contrario, quizás por eso tengo esa sensación, como que ningún amor es suficiente para mí. Yo ofrezco todo, doy todo si siento Amor. Pero eso supongo que no le importa a nadie más que al enamorado correspondido. ¿Y yo qué soy?

sábado, mayo 26, 2007

Las maravillas del alcohol

por. Facundo Ezequiel



Ah! Las maravillas del alcohol!

aliviana el alma

apura la sangre

sabio Βακχος

dios del imposible

Ariadna hizo bien

en amarte

sabe Zeus

también sé yo

si sabré yo

sabio Βακχος

de las generosas manos que ofrecen

Ah! Las maravillas del alcohol!

lunes, mayo 21, 2007

Poesía de un improvisado no tan improvisado

por. Facundo Ezequiel

Las faltas de mi alma que jamás serán castigadas
me aterran y mueven mis pisos como sismos
y sin embargo nada cambia de lugar
los vasos y las copas siguen sin quebrarse
y me embriagan las piernas que mis miradas siguen
: es que mi corazón es un corazón preso
que anhela la libertad del amor
y el amor es el mismo terror
que como claustro me agobia
me aterra la posibilidad
de no y de sí
de ser amado :
Cuál es la falta, entonces?
mi falta
brilla
brilla por su ausencia
mi falta es el amor
mi dolor es mi canción
y si pudiera subir la cremallera de mi corazón
probablemente
(conocerán ustedes mi suerte)
me agarre una arteria o dos

Será mi destino
morir por el abandono
dejado
incluso
por mi sangre

miércoles, mayo 16, 2007

Recitar

Cómo quisiera tener una memoria prodigiosa, poder recitar a cada momento una poesía que sepa represente los sentimientos del momento. Amaría poder citar en perfecto francés los versos de mi querido Baudelaire y los dispersos versos de Ginsberg, Darío y Whitman, que me hacen querer la vida, apreciarla, aun más. Me gustaría que las palabras me salieran como suspiros, que los recuerdos y los sentimientos emergieran como borbotones de vida. Pero no sé ni lo que digo, y a veces me aterrorizo al escucharme hablar, al hablar sin pensar, porque... ¿por qué? No sé, pero no me canso de repetir que soy patético, pero de nuevo, yo me creo el redentor del patetismo. Ahora mismo hay dos personas a las que les daría un buen par de trompadas; no tiene nada que ver, pero supongo que es la excitación del momento...

viernes, mayo 11, 2007

Tándem azul (sueño)

Entré a un bar. Había sólo una mesa. En ella reconocí a al menos dos personas. David y Juan Manuel, mi amigo y un compañero de la primaria que jamás volví a ver. Había cerca de tres personas más sentadas a la mesa, pero no podía ver claramente sus caras. Supuse que los reconocería. Me senté a la mesa. Jugaban una especie de ruleta rusa con un par de drogas inyectables; una era de un contenido verde limo, me recordaba a los limpiadores de piso; el otro era de un azul translúcido. Sentí miedo. Al parecer los demás olfatearon mi terror porque Juan Manuel, quién sostenía la jeringa de contenido azul se levantó de golpe, dándome una mirada que entendí enseguida. Me levanté como un resorte, tropezando hacia atrás.
—Es Tándem azul —dijo Juan Manuel. Yo di otro paso atrás.
—Está bien —me dijo David que se me abalanzó y me sostuvo fuertemente—. No es nada, vas a ver.
Yo me quejaba, me retorcía temeroso mientras veía cómo la aguja se acercaba a mi mejilla izquierda. Sentí el pinchazo y cómo el cuerpo se me iba flotando a través de la mejilla dormida.
—Está bien —repitió David—. No es nada. Sos de arena, vas a ver.
Mi cuerpo se disolvió, escurriéndose entre los brazos de mi amigo David. Era arena.

lunes, mayo 07, 2007

Los locos también sufren (sobre todo dolores de cabeza)

Sin lugar a dudas no tengo idea de nada. Una hermosa muchacha me dijo «todo es nada; nada es todo­». «Sí», respondí yo, que ya lo sabía, sin poder decir nada mejor. «¿Estuviste alguna vez enamorado?». Vacilé antes de contestar; «no», dije. Me pregunto si le gustaría saber que le estaba mintiendo. «Te voy a dar una información muy útil sobre las mujeres: cuando se callan, las manos, los ojos, dicen mucho». Pero ella... no creo haber escuchado lo que quería escuchar de sus ojos, caray, de sus manos. «¡Te dejé pensando!, ¿eh?». ¡Ay ay ay; y cuánto! Me reí. «Te besaría las manos, pero tengo que ir al baño», dije y me levanté; no quería ver la consecuencia de mis palabras; soy muy cagón y me avergüenzo de mí cuando empiezo a hablar de esa manera, cuando empiezo a ser verdaderamente sincero; me da miedo que no me entiendan, o que me malinterpreten; verdaderamente tenía ganas de besarle las manos; casi lo hago, pero no creo equivocarme al pensar que eso hubiese sido fatal. Pero me siento fatal. Me duele la cabeza.

miércoles, mayo 02, 2007

La desesperación del anti-yo

La persona a quien más amo odiar no es Bush ni el Papa ni mi madre sino yo mismo. Es atractiva la complejidad de odiarse uno mismo. Se me viene a la mente Kierkegaard, se me viene a la mente Yeats; la desesperación por querer ser alguien más que yo; la búsqueda del anti-yo. Aunque muchas veces me parece que eso efectivamente es así, otras tantas, creo que si fuese alguien más que yo sería una persona mucho mucho mucho más infeliz, si es que acaso existen grados de infelicidad. Recuerdo una noche, hace varios años, andar caminando junto a un amigo, discutiendo sobre qué elegiríamos ser si tuviésemos la oportunidad de elegir de nuevo, conscientes de cómo sería la vida en cada uno de sus pasos hasta la muerte; y pese a que ninguno de los dos estaba muerto a la manera clásica, ambos dijimos que volveríamos a elegir la misma vida; la elección de la rebeldía ante lo establecido, ante lo agobiante y antinatural. Me pregunto cuánta verdad estaba yo diciendo. Sí, seguro volvería a elegir la misma vida; no me gustaría ser alguien más, pero me pregunto realmente hasta qué punto soy un ser combativo, hasta qué punto soy un rebelde. Ahí entra en juego el anti-yo. ¿Soy por naturaleza un ser que disfruta el estar inmóvil en su casa, leyendo, escribiendo, pensando, o soy un ser que disfruta de la acción, de llevar a cabo los pensamientos o de siquiera pensar mis actos, un ser que disfruta del instinto salvaje? Bueno, creo ser ambas personas. Es complicado conciliar ambos seres; el pacifista y el combativo, pero no soy el único; a mi parecer esto es así en todos los seres. El mismísimo John Lennon en la famosísima canción Revolution escribe: But when you talk about destruction, don’t you know that you can count me out (in)? Él mismo explicó en una entrevista de que no podía estar seguro, que era un ser humano. Y sí, el ser humano es un ser dual o, mejor, de infinita multiplicidad; muchos estarían de acuerdo conmigo; Hermann Hesse sería uno de ellos, ¿o no escribió El lobo estepario?; Borges sería otro, él hablaba de ser todos los antepasados y los próximos sucesores en un solo ser o infinito ser. Por lo que se le podría justificar un poco el discurso a los psicólogos que dicen que cuando uno odia a alguien lo que en verdad está haciendo es odiar lo que de él mismo ve reflejado en el otro. Por eso es que amo odiarme. Por eso es que a veces soy hermoso. Por eso es que a veces soy horrible.

Capítulo en un bar

Por. Facundo Ezequiel

NOTA ENTRE PARÉNTESIS:
(El relato subsiguiente quizá sea un fragmento de otro algo más extenso, o quizá sea un cuento sin inicio y con un final cuestionable, filosófico para el que sepa leer... Anyway, es materia prima con la necesidad primaria de ser refinada.) FE’07
[EN VERDAD PARECE UN CAPÍTULO DE UNA NOVELA]

—Entonces..., ¿es verdad eso que decías, esa teoría que me tiraste el otro día acerca del sufrimiento?, quiero decir, ¿en verdad creés lo que dijiste?; estabas medio mamado...
—¡Ja! Sí, me acuerdo que te estuve hablando un largo rato, ¿no?, sí, sobre hipótesis más que teorías, acerca de cosas que no me parece que pueda recordar; no sin empedarme primero y, claro, si vos querés pagarme el... los tragos, no voy a tener problema, creo, en reelaborar, recrear... rememorar dichas hipótesis.
—Mmm —suspiró el otro, dudoso—... No sé si creerte...
—¡Exactamente eso es lo que te digo...; sobrio no logro ser muy coherente! En cambio, con unos tragos encima... ¡soy muy convincente!
Silenciosamente, haciéndole caso a su amigo, y aún no muy convencido, realizó un movimiento fluido, casi acuático, con el que llamó al mozo. Pidió una botella de whisky. El otro, excitado, comenzó a hablar solo, con una voz cavernosa, diferente a su voz común, parecía que empezaba a recitar unos improvisados versos:

—“Decimos que todo, al final, acaba,
que nada empieza sin algo terminar
pero yo, si mi memoria no me falla,
otra verdad voy a diseminar...

Más de una botella hará falta, amigo,
para que con vuestros inexpertos ojos
podáis ver la vastedad del infinito
de la que mis versos cosechan oro...”

De pronto se silenció, como si su mente quedara en blanco y olvidase lo que estuviera diciendo. (Lo que en parte pasó, ya que detuvióse al ver que el mozo se acercaba nuevamente, esta vez con una botella de Breeders y dos vasos, haciendo un asombroso equilibrio sobre una vieja bandeja plateada). El mozo puso con vehemencia de bar los dos vasos sobre la mesa, y luego la botella. «Es notable su experiencia; primero los vasos, que pesan menos, y, luego, la botella, así no pierde el control de la bandeja ante una variación repentina del centro de equilibrio, cosa que hubiese pasado al tomar primero la botella, muy pesada...», pensó el que acababa de mudar. «Debe de tener un buen tiempo trabajando de esto.»
Ambos amigos dieron simultáneamente las gracias. El mozo sonrió y se preparó para dar la retirada, de hecho, ya había dado la media vuelta cuando oyó a uno de los dos clientes que se dirigía, al parecer, a él.
—Disculpe...
—¿Sí? —inquirió el mozo un poco inquieto—. ¿Hay algún problema con su orden? ¿Me equivoqué de pedido, señores?
—¡No, no, nada de eso, por favor, todo lo contrario...! Es... sólo una duda, si me permite la indiscreción.
—Diga usted. —El mozo con curiosidad se posicionó firme frente a este extraño cliente, pero encorvado por dicha curiosidad como un niño frente a una larga fila de hormigas.
—Me preguntaba cuánto tiempo hacía que usted... trabaja de... servir mesas —finalmente exteriorizó su duda, tímidamente, pues no quería herir el ego del mozo. El mozo sonrió y se mostró visiblemente afectado ante el cuestionamiento del desconocido.
—Bueno, señor —comenzó el mozo alzando nerviosamente la voz y rascándose involuntariamente el occipucio—, no es que yo tenga la intención de estar sirviendo mesas para siempre, pero me paga la facultad, si las propinas son buenas...
—Mm, sí, apuesto a que incluso se saca buenas notas, nada debajo de 8... —dijo para sí, pensando en voz alta, pero el mozo, al oírlo, creyó que se dirigía a él, por lo que contestó avergonzado.
—No... bueno... algo. Pero, ¿usted...?
El hombre comenzó a reír a carcajadas, el mozo, perplejo ante la inesperada reacción, se endureció, con una facción tal que parecía víctima de la mirada de Medusa. Preocupado se excusó y se alejó de la mesa rápidamente.
—Estás loco... —dijo el amigo, mirando cómo se alejaba el mozo.
—Algo —contestó el otro—, pero no lo suficiente... Aunque espero que esto haga el resto del trabajo —dijo, levantando la botella de whisky hasta la altura de sus ojos y luego echando nuevamente a reír.
—¿Notaste lo patético de aquel tipo? —agregó luego de una pausa en la que se sirvió una medida del contenido de la botella—. Probablemente nunca termine sus estudios y trabaje el resto de su vida sirviendo whisky a borrachos pseudo filósofos que creen tener el derecho moral de juzgar a la humanidad entre copas.
—Pero... pero... —exclamó el otro, desconcertado.
—Después de todo, cada uno tiene sólo lo que se merece —continuó diciendo el primero, con aire cansino, como si le confesara una culpa que le pesara en exceso al vaso que ahora se acercaba a los labios—. Bah —exclamó con asco y sacudió la cabeza al mismo tiempo; reacción que su amigo adjudicó al fuerte trago recién bebido, aunque en verdad se tratara del disgusto que le causaran sus propias palabras, que le habían parecido tan falsas, como salidas de la boca de alguien más, de un ingenuo.
Un tenue silencio se prolongó a lo largo de uno o dos tragos más, impasse que forzó un cambio de tema: ambos, en lo que había durado el silencio, divagaron en diversas cavilaciones que, por su jerarquía (de ínfima o extrema importancia), jamás se hicieron verbo. Finalmente apoyó el vaso vacío, dispuesto a hablar, cuando oyó que su amigo ya lo estaba haciendo, quizás, incluso, hasta hacía un rato ya. Se esforzó en darle significado a los sonidos que desfilaban indiferentemente de un oído al otro sin dejar huella en su cráneo. Sólo logró captar frases fragmentadas de lo que podría haber sido muy interesante oír, según juzgó; y, aun así, sus esfuerzos fueron inútiles y no pudo comprender nada, pero, para no parecer maleducado, asentía continuamente con la cabeza y decía “mjm...” cada vez, pero en ningún momento pudo verle la cara a su amigo; no podía quitarle la vista al vaso vacío que acababa de dejar sobre la mesa. «¡Qué ridículo!», pensaba, y de todas formas no podía evitar mirar el insignificante vaso, barato, como cualquier vaso de bar; sucio, como cualquier vaso de bar, y, sin embargo, su férrea voluntad sólo le provocaba dolor de cabeza al intentar desviar su mirada del vaso aquél, tan ordinario que empezaba a disgustarle profundamente.

Mjm...

Mjm...