martes, noviembre 21, 2006

El artista como ser roto

No sería ninguna novedad hablar del artista como un ser disfuncional, fragmentario. Es bien sabido que los artistas (y el ser artista no es una aspiración sino una fatalidad) son gente a la que una parte de su persona, cierta barrera emocional, nunca fue desarrollada como se supone lo haría en un ser humano común y sano. La barrera emocional a la que me refiero es la que nos permite ver el mundo lúcidamente, aunque esta lucidez es en verdad un punto de vista en común por todos los humanos adultos, no así compartido por los infantes. El artista es quien ve el mundo como lo vería un niño, de una manera fresca y particularmente fantástica, como un niño a lo que todo lo sorprende y aun así todo le resulta natural y posible.
La barrera emocional que el adulto desarrolla a través de los años es la que le impide, por ejemplo, sorprenderse ante lo cotidiano, ante la pálida cara de la luna, ante los conejos de algodón que llamamos inocentemente nubes. El ser que no desarrolla aún esta barrera, en cambio, es extrañado cuando el pintor pinta hasta el màs mìnimo detalle del árbol que está en el parque. ¿Por qué pinta el árbol que ya está ahí? ¿Qué necesidad tiene, si el árbol real es mejor?
A diferencia del que pinta lo que ya está ahí, el artista pinta lo que ve, que no es lo mismo que pintar lo que está, efectivamente, ahí, a la vista, evidente. Picasso pintaba, aun en rostros que deberían ser perfiles, ambos ojos, porque él sabía que el otro ojo se encontraba del otro lado, lo imaginaba y lo pintaba, pues un rostro tiene dos ojos. Yo, por ejemplo, cuando, aburrido en horas de clases, dibujaba alguna cara de rasgos más o menos realistas, no tardaba mucho en aparecer el compañero que preguntara ¿quién es?, al ver el dibujo, como si no fuese posible la existencia de un ser imaginario, como si todo lo dicho, lo pensado, lo escrito tuviese que tener sus cimientos en el mundo tangible.
La falta de la barrera es lo que permite atravesar territorios vedados a todo ser, nos permite ser otra persona, por qué no varias personas, en un relato, convertirnos en lo que fuere; podríamos, si la imaginación nos acompaña, pensar como piedras, hablar como el aire, hacer de Dios, morir un millón de veces, resucitar al tercer día, viajar en el tiempo, eliminar el espacio y condensar todo sentimiento terrenal en una palabra la cual nos daríamos el lujo de jamás mencionar.

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