lunes, abril 23, 2007

L'Amour

Cuando hablamos del Amor, casi siempre, como cuando se habla de política o de religión, se entra en una discusión sin fin. Algunos afirman que el Amor es la cosa más sencilla y hermosa que puede sentir el ser humano; otros dicen que es la cosa más complicada, dolorosa e incomprensible que se pueda sentir; unos cuantos renegados dicen que el Amor no existe. A veces aparecen subgrupos o combinaciones como por ejemplo podría aparecer uno que diga que el Amor es sencillo, doloroso y hermoso; aunque, por lo general, cuando aparece alguien que dice esto es porque pertenece al cerrado grupo de los Sadomasoquistas.
Sea cual sea la opinión que uno guarda del Amor siempre será capaz de encontrar la persona que tenga la opinión diametralmente opuesta: uno dice que el Amor no existe, el otro dice que todo es Amor, que estamos hechos de Amor... Sobre todas las cosas este tema causa confusión. La ciencia trata de ver al Amor como una suerte de impulsos eléctricos en el cerebro causados por diferentes hormonas expulsadas por la pareja que serían las indicantes del grado de compatibilidad entre los dos seres correspondientes... o los tres o cuatro, según como venga el ping pong de hormonas en esta mesa de infinidad de contrincantes...
No me pregunten por qué, pero el otro día estaba sentado en una plaza, dibujando, descansando un poco la mente, salvaguardándome del sol que me mordía el cráneo... mirando una muchacha bastante bonita (prometo decepcionarlos: no habrá ni saliva ni caricias ni erecciones) y esto me obligó a pensar... desvariar... como sea, mi mente empezó a relacionar elementos probablemente imposibles de relacionar. Miré a la chica. Miré el entorno. Miré a la chica: tenía una buena cara. Miré los árboles como autistas meciéndose con el viento. Miré a la muchacha nuevamente... ejem... hay que prohibir que las mujeres tomen helado en palito. Miré detrás: había una zona perimetrada por las cintas blancas y rojas de "peligro" que se ponen cuando están reparando una calle o cuando juntan pedacitos de cadáveres. Miré a la chica, lará-lará-lará, tenía una blusa entre verde y celeste. Miré a las cintas que con el viento vibraban como si fueran enormes cuerdas de guitarra. Pum: idea. Miré a la muchachita para satisfacer mis sentidos una vez más. Las relaciones humanas son como cuerdas vibrantes; cuando las cuerdas están más flojas las vibraciones son más amplias y más lentas, el sonido de la cuerda, así como el trato entre las personas, se hace más grave, más solemne y lejano; pero cuando las cuerdas se tensionan, se agudiza el sonido, como también la relación, cada uno de los cambios en este estado es muy delicado, como en los trastes de la guitarra se van haciendo cada vez más cortos los intervalos y cada nota es más delicada que la otra dificultando diferenciar los límites cada vez más. Si la tensión crece demasiado la cuerda se puede romper. Entonces, el límite entre la profunda conexión entre las personas y el completo distanciamiento es mínimo; el límite entre el Amor y el Odio es así y es casi imposible conocerlo con exactitud. En ese momento el Amor para mí era sencillo, complicado, comprensible e incomprensible, hermoso y doloroso. Ya creía que me estaba enamorando. Entonces volví en mí y vi que la chica de hermosas facciones, de blusa entre verde y celeste, ya se alejaba lejos lejos y quizás nunca la volvería a ver. El Amor ya no existía, se lo había llevado aquel ser etéreo de forma femenina... como si esto no me hubiese pasado mil setecientas veces antes. Para mis adentros, con una sonrisa en la cara, me maldije y seguí dibujando.

2 comentarios:

Wendy Aparicio dijo...

Es, sin duda, aquello que te pasa mil setecientas veces con la misma persona, dónde sea, cómo sea, cuándo sea y por los motivos más estúpidos que te puedas imaginar.

(mil setecientas veces, y contando...)

Facundo Ezequiel dijo...

Tortura china...