lunes, diciembre 28, 2009

Todos podemos

por. Facundo Ezequiel

aparentemente
todos podemos
hundirnos
en un pozo
lo suficiente-
mente
grande
todos podemos
criar
enormes
granos
llenos de
pus
todos podemos
rascarnos
hasta sangrar
todos podemos
gritar
aparentemente
todos podemos
lector idiota
escribir
desde el alma
—suponiendo que
la haya—
supuestamente
todos somos
vasijas huecas
moldeadas
de la misma
mugre-mierda

ya quisiera
lector hipócrita
creerme
la mentira
tan bien
como
usted

pero
escritor
y
lector
tienen tanto
en común
como
leche
y
humo

ARF!

por. Facundo Ezequiel

Estamos andando...
las luces en la ruta
con un ritmo
cuadrado
pero
hipnotizante
nos guían.
Unas cuantas
curvas
peligrosas y
estamos parando
y volviendo
a andar.
Luces,
luces,
luces,
bingo,
kiosco,
bar,
club,
pub,
luces
y
una plaza.
Las ventanas
bajas
viendo a
las chicas
con
mirada
criminal.
Un frío
recorre
la espina
y el alma
caliente.

La esquina
ebulliciente.

Podríamos
poblar
todas
las barras
de todos
los bares
en este
día.

Lo mejor
es no
parar
y esperar
que
salga
el sol.
Demasiados pensamientos
esperan en los
semáforos,
demasiadas
posibilidades
en ojos fugaces.

Así que
Mingus
martilla
poemas
con sus
dedos
masivos,
repletos
de bronca,
con un
sonido
tan gordo
como
la tierra.

Todo en
la noche
es un perfecto
poema,
por eso
hoy
no temo
recordarte.

Las luces
quedan atrás,
el alba
adelante
y
otra hoja
de mi
cuaderno
queda
cubierta
de
recuerdos de
amor
y
abandono.

Ladran.

jueves, diciembre 10, 2009

Esto es guerra

por. Facundo Ezequiel

Ahí estaba yo,
tratando de ganar
una pelea de puños
con palabras,
sin ser cobarde,
intentando
arrancarles
las cabezas
contrayendo
mis pulmones,
vibrando mis
cuerdas
vocales.
Nunca fui
cobarde,
solo que
siempre sentí
una fascinación
morbosa
por la siguiente
pelea.

Todos
son
gatitos
ante
mi
curiosidad.

Él mira por la ventana

por. Facundo Ezequiel

Y todo es ridículo
en la vida humana.
El vecino, con el trapo grasiento
saliendo del bolsillo trasero,
arreglando el motor.
El chico pedaleando
en su triciclo
tratando de alcanzar
las palomas.
La abuela en alpargatas
baldeando la vereda
desde atrás de
las rejas.
La señora que
en la esquina,
cruzada de brazos,
cambia el peso
de piernas
y se asoma
para ver
si llega
el 64.
Él se pregunta
qué sería de sus vidas
si el motor funcionara,
si la rueda
delantera alcanzara
a la paloma,
si el viento
no trajera
polvo,
si los colectivos
cumplieran
sus horarios.
Qué objetivos
tendrían.
Qué esperas
ocuparían
sus días.
Qué habría
detrás
de esa
ventana.
Mientras tanto
se alegra de que
esa paloma
pueda volar.

Política

por. Facundo Ezequiel

“es absurdo el perdón
en una sociedad
irreflexiva”
yo lo miré.
“el partidismo,
el patoterismo,
la demagogia”
me llevé
un bocado
a la boca.
“la moral
debe ser
cuerpo
antes
que
palabra”
mastiqué
un poco.
“la cultura
de trabajo”
estaba
duro.
“fuerza de
choque”
lo escupí
en la servilleta.
“el pueblo”
lo envolví
y lo tiré
a la basura.
“me voy”
no había postre
ni cerveza
ni tele.
me senté
al piano y
machaqué
la misma
melodía
de
siempre.

lunes, noviembre 30, 2009

Picazón

por. Facundo Ezequiel

Por supuesto que no quería verla,
pero tenía que hacerlo,
era algo así como
una picazón
detrás de los ojos,
entre las orejas.
Por más que parpadeara
o pusiera los ojos
en blanco cien veces
la picazón persistía.
No era muy bueno
en esas cosas pero
llamé y tartamudié
frases sacadas de
películas norteamericanas
hasta que cedió.

Mientras esperaba que
llegue, encendí un cigarro.
La mesera, una chica
gordita con un serio
problema de acné,
se me acercó :
“No puede fumar, señor”
dijo.
Era verdad, ni para eso
servía ya —no tenía
el estilo de Bogart.
Me disculpé y
lo apagué,
lamentando mi suerte.

Agarré un sobrecito de azúcar
y me puse a jugar con él.

La mesera me miraba mal
desde el mostrador.

Tomé un edulcorante también
y un par de servilletas.
Empecé a retorcerlo todo,
intentando darle la forma
de un dragón,
pero parecía más bien
una medialuna con patas.
Solté la cosa y
ni siquiera se
mantenía en pie.

Me puse a tararear
canciones que creía
haber oído
en algún momento,
de alguna manera.
La espera no era
lo mío,
tampoco.

Llegó 20 minutos tarde
y pude acordarme
dos cosas :
por qué quería verla y
por qué no quería verla más.

Socialismo puertas adentro

por. Facundo Ezequiel

Yo también tenía
un amigo socialista.
A veces le tocaba la puerta y
él me abría
con esa pinta de
cantante de ópera,
su gran panza enrulada,
y los calzoncillos agujereados.
“Tengo cerveza”
le decía.
Automáticamente
me dejaba pasar,
incluso cuando no
tenía cerveza:
se había convertido
en una especie de
contraseña.
La palabra “Vino”
funcionaba igual de bien.
Yo era bastante joven
cuando lo conocí;
había leído mucho Bukowski
en horas del colegio secundario;
los profesores no me entendían,
mis padres no me entendían;
pensé saber algo.
Así que mi amigo socialista
se había convertido en
una suerte de modelo a seguir;
él era bastante viejo
y yo
mucho más joven.

Por consejo suyo
asistía a reuniones rojas
con hermosas rosas mujeres
Por consejo suyo
empecé a trabajar en la fábrica
Por consejo suyo
lo dejaba dormir en mi casa
Por consejo suyo
socialicé a mi novia...

Bueno,
todo es muy divertido
hasta que no podés dormir
porque tu amigo
y tu novia
se la pasan “socializando” en tu cama
toda la noche,
todo el día.
Pero eso estaba bien,
yo trabajaba todo el día
y ella se aburría,
y a la noche
estaba demasiado cansado y
ella requería mucha atención.

Sí, todo estaba bien,
hasta que se empezaron a
“socializar” todo lo que
había en la heladera:
la cerveza, el queso,
las aceitunas, el dulce de leche,
la lechuga, incluso los huevos.
Llegaba a casa y las
botellas vacías, las migas,
y toda la mugre
parecían el resultado
de una guerra.
Empecé a encabronarme.
Dejé de aportar al
“fondo común.”

Empecé a comer afuera.

Al otro día se acercó él:
“¿Qué pasa, compañero? ¿Los
burgueses enajenadores de trabajo
no te pagan?”

Al día siguiente ella:
“Mi amor, tengo hambre
y no hay plata”

“Puta,” dije yo,
“callate o te emboco;
mañana, cuando me despierte,
no quiero verte ni
a vos, puta desagradecida,
ni al viejo maricón tuyo.”
No escuché sus peros
y me tiré en la cama.
Toda la noche sus murmuros
en la cocina, tramando.
En un momento pensé
que intentarían matarme
mientras dormía, pero
no tenía sentido,
no podían sacarme nada.

Cuando desperté
ya no estaban;
fue mi mejor desayuno
desde preescolar.

Después me encendí un cigarro
y entonces me di cuenta:
se habían “expropiado” mi cenicero.
Con el cigarrillo colgando en los labios
corrí a mirar por toda la casa.
También me faltaban la valija,
una camisa, unos pantalones,
la bufanda, la radio, dos pares
de calzoncillos y el velador.

Yo también tenía
un amigo socialista,
pero desde que no lo tengo
duermo mejor.

martes, octubre 27, 2009

Todas esas rosas muertas

por. Facundo Ezequiel

Ahí estaba yo,
dibujando esas rosas muertas,
pensando en todos los
Sí y los No.
Por alguna razón
los Sí no tenían un
sabor tan pronunciado y
tendía a olvidarlos.
Pero los No
se clavaban como
pernos brillantes
en mi cabeza cansada.
Solo las mujeres
tenían la capacidad
de Afirmar y
Negar
para mí.
Trazaba un pétalo
ennegrecido
y todos esos
Sí y No femeninos
comenzaron a desfilar
como espinas
en el lápiz.


Hombres me dijeron
no y si, pero
en sus labios
fueron escritos en
minúsculas y sin
acento alguno.

Solo una mujer
puede Negar.
Solo una mujer
puede Afirmar.

Todas esas
rosas muertas
y lo único que
buscaba era
el Sí femenino
que me hiciera
olvidar
todos los tristes
No
que condimentaban
la indigestión y
me arrastraban
atado al parachoques
de la carroza
funeraria.

miércoles, octubre 21, 2009

Sexo, sexo, sexo

por. Facundo Ezequiel

sexo, sexo, sexo,
todo era sexo.
prendí la tele y
sexo.
peor :
fingían tenerlo.
hombres depilados
y mujeres perfectas,
plásticas
gemían,
se frotaban mutuamente.
sin apagar la tele
me di vuelta en la cama y
me acerqué a mi mujer
que dormía dándome la
espalda.
todo era
sexo, sexo, sexo.
ella gimió, gruñó
y yo no tenía
nada de especial :
diez dedos y una verga.

Muerte es una dama que espera

por. Facundo Ezequiel

Se debe esperar
o asediar el fuerte?
Todo cae
tarde o temprano.
Se debe buscar
o esperar encontrar?
Todo está
en su lugar.
No hay mucho
para aprender
en la vida,
no importa
lo que digan,
cuanto antes
lo sepas
más tiempo
vas a tener
para conocer
a la Única
Mujer.

jueves, octubre 01, 2009

Days like shit

by. Facundo Ezequiel

Days like shit
are over.
Days pouring
brown and filthy.
Underbridge days
with no bridges
at all
are done.
Days like cockroaches
crawling into
your guts,
feeling helpless
restless.
Days of wine,
whining,
ruby tears
tearing you
apart.
Alone in the
dark,
all the lights on.
Empty.
Days like razors
no more.
What may come
will be any better?

Hoyo en uno

por. Facundo Ezequiel

No necesito inspiración
Todos mis poemas son malos
no nocivos
sino
llanamente desagradables
vacíos
sin dirección alguna
excepto la basura
Lo único que no
se puede negar
es que son
sinceros
Eso es algo
bueno,
no?

Esta es mi sangre

por. Facundo Ezequiel

Lo que siempre
me fascinó fue
la facilidad con la que
se engaña.
No tiene rumbo y dice
ser feliz.
No tiene moral y dice
ser buena.
No escucha y dice
entender.
Me hubiese gustado
estar ahí
cuando se diese cuenta
pero
supongo que todos
estamos
solos
en las buenas y
en las malas.
Esta es mi
sangre.
Beban.

jueves, septiembre 24, 2009

Primavera para quién

por. Facundo Ezequiel

Hace uno o dos días empezó la primavera
Hizo un calor como para freír huevos al sol
Al otro día un frío infernal
Casi se me caen los labios
temblando en el colectivo
luego de una gran borrachera
que sirvió para borrar
un dolor de cabeza
colmado de mujeres
y podrían seres

Esto está jodido

por. Facundo Ezequiel

Tengo la oportunidad
de tener mi propia
exhibición
pero nada tiene sentido :
Qué tema podría abordar
siendo un completo
desconocido?
A quién podrían importarle
mis rosas otoñales
mis autorretratos?
Solo querrían desnudos
pero la mujer que quiero
dibujar se excusa
diciendo que no tiene tiempo
para mí
Y yo ardo

Tengo que afilar mi birome y mis lápices

por. Facundo Ezequiel

No te rías
esto es serio :
Te amo de acá al cielo
Así que
si me ves
apoyado en la ventana
es que estoy
midiendo
la distancia
hasta el suelo

jueves, septiembre 17, 2009

Fantasías animadas de ayer y hoy

por. Facundo Ezequiel

No hay vida
No hay muerte
no hay nada
no hay todo
La resaca es hermosa
estrellas y sirenas
iluminando y nadando
en un mar oscuro
Es malo pensar que
esto va a acabar,
que los sueños son
más vívidos que nuestras imágenes
viajando en trenes
y colectivos
hacia la certidumbre.
Eso no es vida
Eso no es muerte
eso no es nada
eso no es todo
amigos

Her-mo-sa

por. Facundo Ezequiel

Mierda que es hermosa!
no necesita mover las caderas o
inclinarse hacia delante
con su increíble delantera
Ella ES hermosa
transpira belleza
Ese es su regalo
a los que miran o escuchan

Lo inasible como idea es dura,
¡pero intenten abrazarla a Ella!

Ella no necesita a nadie
le es infiel hasta al espejo
porque Ella es ELLA y
Ella es una sola, (es)
Estúpido intentar
reproducir su belleza

Todas las otras son
viejas
feas

Ocupado

por. Facundo Ezequiel

Denme 10 minutos para respirar
el aire es menos que puro
lo sé
pero es lo que hay

No me insistan
no me busquen
el timbre no funciona
no tengo puerta

El perro ladra todo el día

Si salgo y me encontrás
no me preguntes qué hacía
simplemente no estaba

Qué puedo hacer?
Apenas tengo presencia que aportar

De 0 a 24 estoy ocupado
me vas a escuchar
tocando el piano
vas a ver :
seguí el rastro
de sangre

Canción para borracho enamorado sentado al piano con variaciones

por. Facundo Ezequiel

tengo ladrillos en mi panza
podría vomitar ciudades enteras
tengo trompetas todo el día
derrumbando muros en mi oído
tengo un tambor para la mujer
que entiende lo que digo

tengo la botella vacía
siempre que ella está cerca
tengo misterios y fantasías
para entretener a mis santos
tengo cuentos y temblores
para cada ausencia

aun así no estoy listo
para enfrentar el hecho
nunca nada es suficiente
no hay suficiente pegamento
para sellar esta abertura
y no cometer una locura

La vida es un triste solo de la mano de Dios

por. Facundo Ezequiel

Él no toca cuerdas
Él no toca vientos
Él no toca percusión
Él es mudo

Él toca emociones

Mientras hacías otra cosa
sin importancia me decías esto :
La vida es un triste solo
de la mano de Dios.

lunes, agosto 31, 2009

El que busca tropieza, El que encuentra murió

por. Facundo Ezequiel

Dos veces lancé palabras
contra tu ventana,
preferiste seguir durmiendo
No te culpo: dije:
.conozco
.monótono
.pozo
.tonto
.no
.
Quería decir
todo lo
contrario
pero mis palabras son
como pus que
vierte
de estos labios
lastimados :
Supuran lo único
que me quedó
de vos :
.

miércoles, agosto 26, 2009

El galope de la interferencia

y leo tus palabras,
no bonitas,
no, bonita,
el papel que interpreto
nies de héroe niesde
Villano
Secundario
atascado en el drama
Supremo
Silenciado
por el ruido extremo
el galope de la interferencia
y ya no sé
si te despedías
ni de quién

jueves, julio 30, 2009

Silencio bautismal

por. Facundo Ezequiel

quién hubiera pensado que este
pequeño ratón
podía llorar?
no te enojes conmigo por
querer no hablar.

el silencio es como un
viejo loro en el hombro
de este sucio pirata.
pide que lo alimente
y festeja las lágrimas.

una caricia, dice la luna,
un pecho una clavícula un muslo
no te lastimaría.
de más está decir que sos sorda

ese idioma
el del capricho
lo conozco
pero
imposible
comunicar

quisiera —sin
embargo digo—
quitarte la ropa
besarte
cada pliegue
articulación
curva
lunar
que esconde
tu risa

le malheureux
triste

así me bautizó
tu silencio

sábado, julio 18, 2009

El amor es una mujer que se te sienta al lado

por. Facundo Ezequiel

No quisiera quererte
no quisiera desearte
no quisiera dolerte
no quisiera quererte
ni mirarte ni amarte
Empiezo a desearte
empiezo a mirarte
empiezo a quererte
empiezo a desearte
Y a amarte
No quisiera
pero lo hago

El idioma de los puercos

por. Facundo Ezequiel

Hay sufrimientos,
no hay duda.
Entre nosotros
hay silencio --
La sinceridad
se presenta en
formas curiosas,
como la
inexpresividad--
Si te dijera,
si te dijera preferirías
que no te
dijera,
porque hablo
el idioma de los puercos
y no puedo decirte
que te amo.

jueves, junio 25, 2009

La catástrofe cíclope

por. Facundo Ezequiel

sin darme cuenta yo era
el tornado
la catástrofe cíclope
el caos a mi alrededor

por qué será todo tan difícil
cuando uno solo tiene amor
amor para sí

no hay mucho para entender
ellas te desean o no
se excitan o te olvidan
y uno puede quedarse calmo
vivir en el ojo
del tornado
estirar la mano y
rozar con las yemas de los dedos
lo ridículo del sexo

ellas se retuercen
te hacen rogar
te convierten a su religión
y acabás

acabás
adorando al clítoris gastado
de una mujer que no puede entender
por qué bromeás todavía
cuando te excomulgó

ya sé que el problema es supérfluo
yo también olvidé
algunas mujeres
pero hubo alguna que
merecía
que le escribiese
unos versos

El rusito

por. Facundo Ezequiel

pietr y yo jugábamos al fútbol.
yo le gritaba "pietr!" —
sin el acento judío—
y él me la pasaba
yo pateaba y era gol,
no es que fanfarronee
pero siempre era así
pietr! gol. pietr! gol.
un día me hice un nuevo amigo
y aunque gritaba otro nombre
la jugada terminaba en gol.
no tardé en entender que
el que importaba era yo.
pero hubo veces
en las que miraba atrás
y recordaba la cara del rusito
cuando no lo elegí para el equipo.
entonces llegué a pensar
que ni siquiera yo importaba;
lo que importaba
era el gol.

viernes, junio 19, 2009

A veces, doler le piensa

por. Facundo Ezequiel

cuando, sumergiéndose
en la sábana,
de un recule nocturno
y frío
se envolvió en un sueño
ella lo desenrolló
como un gato que
juega con el
estambre — él
dibujó en desánimo
una larga línea
de pensamientos
gastados
y se vertió
sobre el suelo

Apuren, amigos

por. Facundo Ezequiel

estos que no son
mis amigos
me saludan
me ofrecen la mano
me sonríen y
esperan que
responda.
estos que no son
mis amigos
me miran
extrañados
como si nunca
hubiesen visto
el asco.
por mis venas
corre la
tierra ardiente
en la que
seré
enterrado.
los que son
mis amigos
saben
que la sangre
se coagula
si no
circula
si no se
diluye
en alcohol.
apuren
amigos
una ofrenda
a esta
tumba
errante.

Llave

por. Facundo Ezequiel

Yo, en la cama,
sufriendo la resistencia
de lo tangible,
sintiendo calor en
la madrugada de frío.
Tres mujeres —
miles—
debatiéndose
mi cordura.
Mientras el picaporte
gira
sé que
soy
el único que pierde.
La llave
está
echada.

Tercer paso

por. Facundo Ezequiel

Dos pasos en la oscuridad
me dicen que
no.
Lo que estaba ya no .
Lo que era ya no .
Cuándo ?
me pregunto
Cuándo
este nudo gordiano
se ató .
En la oscuridad
espero
un tercer paso . .
Siempre
después de la noche
salió
el sol.

Gauze

por. Facundo Ezequiel

man, it's hard even when you have all the cards
no cards, it's the same
if you let them break you
then it will be a matter of time
if you overcome the weight of the world
all those words, kindness, envy in disguise
all those silent declarations of mankind
are nothing
you are you
an artist
a flower in the sun
whose veins are chlorophyll channels
raging uniqueness
fed from eclipses
you will discover
if you believe this words i'm singing
nothing really matters
so grow spines
or let your guts out
nobody would notice
not even me
all those I's
ayes
eyes covered with white gauze

martes, mayo 19, 2009

A quien mi pena sublime

por. Facundo Ezequiel

¿De quién serán los días
cuando solo me quede la noche?
¿De quién los tintes celestes
de mis horas finales?
El dolor es un alivio cuando
lo que tortura es el alma.
Será una dama esta vez
a quien mi pena sublime,
mañana seré yo
quien al cielo se arrime.
Si pusiera mi mano en su mejilla lunar,
si bebiera el cálido frío que ha de manar
hallaría mi suerte : la gloria y la muerte.

viernes, mayo 15, 2009

Jano

por. Facundo Ezequiel

A L.M.A.

Rosa borrosa
que envenena mi sangre,
almíbar de derrota,
repetición gangosa
que mi corazón
quiso soltar y
con un hipo doloroso
se tragó.
Sufriría menos
si recordara,
si olvidara
no dolería más,
pero tus ojos que vuelven
no sé si eran de fuego
o si eran de mar.
Venus de brazos cortos,
¿a quién podrías abrazar?
Tus brazos apenas alcanzan
para el aire rascar.
Ya sé que es de cobardes
vivir en el pasado,
más fácil temer lo que pasó
que mirar hacia delante,
pero sé también que muero
si no te veo un instante;
tal es mi pasión.
Hoy casi no existe:
un suspiro mustio
de astromelias.
Triste.
Pero mi cabeza de Jano
ve el futuro y ve el pasado,
y entre medio
se bate mi existencia
entre la sonrisa amarga y
la cínica carcajada.

Pilar

por. Facundo Ezequiel

Preciosa
como un secreto
La estructura
que sostiene mis sueños
Pilar de mi tren
de pensamientos
Reflejo circunspecto
que me espía
atentamente
No muchas palabras
Mi confuso
tartamudeo
y poemas
disgregados
repartidos
en botellas
importadas
Después
al separarnos
masturbándome
ante su foto
Una lágrima
en el espejo

jueves, mayo 07, 2009

Burro y Cisne

por. Facundo Ezequiel

Podría haber habido
Guitarras
Castañuelas
Bailarines
Velas encendidas y
Un vino descorchado

Podría haber habido
Cientos de personas
A mi alrededor
Pero
En lo que
A mí
Me concierne
Solo éramos
Dos

Ella
Como un
Cisne
Maravillosamente
Blanca
Y
Yo
Como un
Burro
Gris
Sin saber
Como hablar

Debe haber habido
Guitarras porque
Aún las
escucho

Todos los ojos azules

por. Facundo Ezequiel

Todos los ojos azules
De Ramos a Merlo
Y vuelta
Todos los carteristas
Agazapados
Todos los locos
Los violadores
Las putas
Y
Las criaturas
Inocentes
Se subieron a
Este tren
De borrachos
Fumadores y
Santos
Todas las víctimas
Y las musas
De estos poemas
Como un seco
Lengüetazo
De gato
Marcaron la
Tarjeta y
Mi piel

lunes, abril 27, 2009

Llantos

por. Facundo Ezequiel

Estábamos besándonos, no es que desatendiera la situación, pero, del otro lado estaba esta otra chica que no paraba de mirarme. Y yo la miraba también. No era fea; era rubia, carita de ángel, no más de 20 años, tenía las piernas cruzadas y entre sus manos un libro que me era muy familiar

“estás prestando atención o estás mirando a la chica” me recriminó con tono de pregunta.

“estoy prestando atención, y mirando a la chica”

“por qué no te vas con ella si tanto te gusta?”

“te tengo más cerca”

no sé qué porquería gritó y con un gesto exagerado me dio la espalda y se fue.

La rubia se quedó sonriendo y yo, mirándola con mi indiferencia de macho alfa, me prendí un cigarrillo.

“va a volver” dije “a las 12 y cuarto, cuando salga de su clase de danza, va a llamarme desde un teléfono público, llorando, pidiéndome perdón”

la rubia seguía sonriendo y entonces empecé a sospechar que era medio estúpida.

“querés venir a mi departamento hasta que llame” pregunté

“en serio?”

“siempre hablo en serio”

me paré, ella descruzó las piernas y desplegó el más hermoso par de jamones que jamás hube visto. Era alta como el mismo cielo. Le pasé la mano por la cintura y me puse a calcular el repertorio. Nunca había estado con una mina más alta que yo.

“sí que tenés piernas. Me vendrías bien para sacar las telarañas del taparrollos”

la rubia se rió y las mejillas se le pusieron de un hermoso color rosado. Estaba seguro que era virgen

di vuelta la llave y la hice pasar. Miraba todo con ojos de cachorro. Sobre la mesa tenía la máquina de escribir y un poema que llevaba tres días sin terminar. Se acercó a leer la hoja y de nuevo empezó a reír

“ponete cómoda. Una cerveza?”

“uh, gracias”

fui a la heladera a buscar las botellas y las destapé

cuando volví la rubia estaba completamente desnuda y mojada hasta las rodillas, que, debo decirlo, era un largo trecho

“epa” dije, sorprendido

“cogeme” me dijo

tomé un trago

“bue...”

era, como lo había sospechado, virgen, pero como yo no tenía la obligación de saberlo, la metí hasta el fondo y la rubia soltó un aullido que me perforó el tímpano. Al minuto la rubia empezó a reírse como una loca, yo aproveché para mover más rápido los pistones y darle más fuerte. La saqué a último momento y le acabé encima. Debo haber soltado dos litros de esperma que, como orgullosos campeones de salto en largo, blanquearon su expresión

“wow... de dónde sacaste tanta waska?” me preguntó mientras jugueteaba con el pegote en su mentón

“no uses esa palabra. Limpiate en el baño” le señalé la única puerta que no llevaba a afuera

la rubia, mientras reía se fue sumisa al baño. El teléfono sonó y desde la cama, tomando un trago de cerveza tibia, le pedí a la rubia que contestase

la rubia atendió el teléfono y empezó a reírse a carcajadas, una risa macabra, idiota

“necesito que te vayas” le dije, frío

“tenías razón” dijo “llamó llorando como histérica, que quería hablar con vos y no sé qué mierda”

“siempre tengo razón. Ahí está tu ropa”

“me encantó que fueras el primero...” empezó mientras se ponía la bombacha

“sí, sí, a mí también”

la rubia se terminó de vestir y se fue a arreglar el pelo al espejo del baño

“quería que fuese especial” decía alzando la voz desde la otra habitación “pero nunca pensé que iba a ser con vos...”

“me alegro. Mirá, ahora van a venir unas personas y no puedo tenerte acá dando vueltas, viste”

la rubia apareció otra vez, solo la sonrisa estúpida delataba su condición post-venérea

“bueno, me voy, si me dedicás el libro”

era lo menos que podía hacer. Firmé, lo dediqué a Wanda y se lo devolví

“no me llamo Wanda” dijo al ver lo que había escrito

“y yo no soy el puto Borges. ahora te agradecería si te vas yendo... gracias”

empujé a la rubia afuera y me tiré en la cama para terminar la cerveza. El teléfono sonó otra vez. Dejé que sonara. Un perro empezó a rasguñar la puerta. Los llantos no me iban a dejar dormir jamás.

La advertencia

por. Facundo Ezequiel

mientras con la lengua
desesperadamente
trataba de sacarme
la carne de la
muela cariada
ella seguía parloteando
movía las manos
como loca
“sos insensible!”
llegué a escuchar
cuando creía
que se aflojaba
la carne
se estaba poniendo roja
los ojos vidriosos
pero la carne
no salía
cuando se me cansó
la lengua
gruñí
se le saltaba una vena
en la sien izquierda
ladraba
“nunca me escuchás!”
forcé mi suerte
me corté la lengua
con la muela
rota

Con casi 24 años

por. Facundo Ezequiel

Con casi 24 años
El destino se asoma
Y me hace saber
Que soy un artista
Me guiña el ojo
Y me recuerda
A los otros

El pintor pelirrojo
Que se cortó
La oreja
Y se suicidó
El escritor hipocondríaco
Que se mató
Patéticamente
Con el alcohol
El otro que
Fue consumido
Por la sífilis

En la locura
Sonrío
Puede que me haya
Roto una uña
Al patear esta silla
Sin trabajo
Ni pasión
Por la muerte
No tengo
Con qué
Pagarme el
Alcohol

Completamente
Desconocido
Quién querría verme
Arrastrándome en el barro?
Hay que hacerse
Un lugar en el cielo
Para ganarse
El infierno

Con casi 24 años
Ya soy un fracaso
Solo puedo escribir
Patéticos poemas

Loco

por. Facundo Ezequiel

Desperté con el cigarrillo
Entre los dedos
Por lo visto
Solo había
Dormido un segundo
La ceniza
Seguía aferrada
Y no tenía
Más de un
Centímetro
La mierda seguía
Ahí afuera
Estaba por todos lados
Amenazando
Con ensuciarme
Los pantalones
“vos, mierda,
no me vas a agarrar!”
grité

la tele parpadeaba
su ruido habitual
una mujer
empezó a
sollozar
a mi lado
“no te
conozco”
la abracé
intenté
abrirle la
blusa —
se asomaba
una pequeña flor—
mordí
los botones
“no
te
conozco”
la mierda
pasaba
por debajo de
la puerta
me llegaba
a los zapatos

ella
se apartó
“puta! Mierda!
Puta!
Puta! Mierda!
Puta!”
La mierda ya
La tenía
Por los tobillos

Sin levantar
Los pies
Mientras
Ella
Se alejaba
Intenté
Aferrarla
Por el brazo
Pero
Tenía
Espinas
“puta!
Puta!
Puta!”

Podría haber evitado
La mierda
Por un momento
—me llegaba
a las rodillas—
pero siempre
creí
que era bueno
tener los
pies
en la tierra
aunque eso signifique
embarrarse
de mierda

Conversación

por. Facundo Ezequiel

los hombres hablan
de fútbol
de autos
de cuánto les cuelga
y qué huevo está más abajo
yo prefiero
el silencio
estando
entre mujeres
pero ellas
tampoco se
callan

Tengo una vida para cada día de la semana

por. Facundo Ezequiel

tengo una vida para cada día de la semana
el lunes
soy una puta vieja y cansada
el martes
soy un escritor decadente
el miércoles
soy un chofer heroinómano
el jueves
soy un poeta aferrado al vino
el viernes soy otro despojo derrotado
tambaleante y sucio
el sábado soy
un niño caprichoso
el domingo
soy un loco suicida
y fracasado

las semanas pasan
con variaciones
hoy
no sé qué día es
pero estoy
mareado
y tecleando
en una vieja máquina
un poema
que no voy
a leer
ni nadie
jamás

miércoles, abril 15, 2009

Huesos

por. Facundo Ezequiel

las mujeres
todas
se llevan algo
de mí
libros
fotos
calzoncillos
ganas
alma
vida
llegado este punto
en el que estoy
desnudo
incluso
de piel
sin alma
uno solo
puede escribir
poemas
que la
próxima mujer
se va
a
llevar
también

Me complació

por. Facundo Ezequiel

un perro dormía en la calle
ella tenía que ser hermosa
y le ofreció
un pedazo de torta y
unas caricias
era mi cumpleaños

Plop

por. Facundo Ezequiel

sí, hoy soy mejor poeta,
aguanto más botellas
de cerveza
mis frases vacías
ya no son incompletas
y el amor cursi
es solo algo
que me atormenta
desde el pasado

hoy soy mejor poeta,
tomé lo que había en la mesa y
escribo
desde la
comodidad de
mi baño

jueves, abril 09, 2009

Sífilis

por. Facundo Ezequiel

poemas
para qué?

Propina

por. Facundo Ezequiel

ellas son jóvenes
huelen bien
nada de perfumes n°5
solo su piel
recorren las mesas juntando pedidos
con una sonrisa
trabajan en negro
un pobre sueldo
me conocen
no tanto como yo a ellas
pero se sienten aliviadas
cuando les pido
mi café
rara vez
tengo plata
pero siempre dejo propina
el otro día
no tenía monedas
y puse bajo la taza
mi mejor poema
no soy shakespeare
pero nunca voy a escribir
otro mejor

Billete roto

por. Facundo Ezequiel

las señoras piensan
que los basureros
no penan
que son
espíritus
que se
desvanecen
a la luz del día
que solo reaparecen
para tocar los timbres
a la hora de la siesta
o a la hora de la comida
o a la hora de lavar la ropa
o a la hora de la telenovela
para violar
la tranquilidad
y preservar
la basura

para evitar revueltas
donan una moneda
o el billete roto
que le entregó
el verdulero
el otro día

pero ellos
por un mal sueldo
se deshacen de su mierda
del semen de sus maridos
destinado a sus amantes
de las uñas cortadas
de las cartas
que no deben
ser encontradas
se deshacen
de las últimas
toallas
ensangrentadas

por un mal sueldo
y tal vez
una moneda o
un billete
roto
sin numeración

Una idea

por. Facundo Ezequiel

en cinco años espero
tener mi licenciatura
en arte
voy a pintar un cuadro
un rembrandt mutilado
lo voy a vender
diez veces más caro
que el cuadro más
caro
voy a fumar cigarros
voy a jugar ajedrez
con chicas desnudas
voy a prometer
retratos
a todas ellas
que no voy a pintar
y
al cumplir 70 y tantos
voy a dormir
con chicas
de 20
a 15 años
el vino no va a faltar
y voy a vivir de fiado

y si me queda tiempo
pintaré otro cuadro

viernes, abril 03, 2009

La muerte es buena

por. Facundo Ezequiel

la muerte es buena,
hoy se murió el primer
ex presidente
de la post dictadura
y la gente
se reunía y
recordaba,
parecía recordar
por vez primera
la ilusión de la
democracia.
una mierda,
como quien dice.

Los Jotas del ministerio

por. Facundo Ezequiel

Los Jotas del ministerio adoptan posturas obscenas.
Una pierna por detrás de la cabeza y la lengua
Colgando por debajo del ombligo.
Dando saltitos se acercan a quienquiera que los mire
Para mover las caderas frente a los ojos horrorizados
De quienes aún guardan algo de decencia.
La dignidad se les escapa
Por entre las piernas.
Los Jotas del ministerio creen saber lo que hacen
Pero ellos tampoco tienen la más mínima idea.
Patizambos del camino moral, los Jotas del ministerio
Amenazan con hacer cumplir las leyes
Grabadas en antiguas fojas.

Mis amigos

por. Facundo Ezequiel

los locos
borrachos
cínicos
son mis amigos. .
entre todo ese
farfullo
siempre
se las arreglan
para decir
una verdad.

si tuviese un mango
les
compraría
un
trago.
mientras
con gusto
dejo
que ellos
me inviten
a mí.

Soledad

por. Facundo Ezequiel

el alcohol y los perros
son los únicos compañeros.
pero los perros se van y
las borracheras pasan

intenté con las hembras
pero ellas también
se van

y el tiempo

al final
solo queda
una pregunta

Suicidio

por. Facundo Ezequiel

cuando los perros ladran
y no puedo dormir
pienso en las veces
que pensé matarme
y siempre algo me
convencía de no hacerlo

pienso que
seguramente
no eran buenas razones
pero
cuándo hay
buenas razones para
no matarse?

es la burocracia del cambio
lo que me mantiene
con vida

jueves, marzo 26, 2009

Autofagia

por. Facundo Ezequiel

El lóbulo cansado
se posa sobre el algodón,
donde los campos son blancos
y el azul no chorrea.

Es inagotable la tristeza
pero aprendemos a olvidarla,
el resto que nos excita
lo bebemos con mesura.

Lento gotear
del corazón, la tierra
subvierte el tacto
y la lengua, como un loco agotado,
ya casi no jadea.

El amor, al final,
es un animal autófago.

lunes, marzo 16, 2009

Sangría

por. Facundo Ezequiel

Si hubiese
una sola rosa en el rosal
que coronase las espinas
valdría la sangría
el mirarla nomás

jueves, marzo 12, 2009

Bautismo

por. Facundo Ezequiel

Después de un día de lluvia
una única gota
bautizó su frente.

jueves, marzo 05, 2009

Salida de viernes

por. Facundo Ezequiel

La calle azul se perdía bajo los pesados pies de los gigantes de concreto. Ernestina se miró los zapatos que habían tomado un extraño tono verdoso a esa hora de la tarde, sus piecitos parecían no haber pisado nunca en sus veintitantos años y le dolían al verse obligados a tomar la forma de los zapatos. Ser mujer es difícil, si encontrara a un buen hombre y pudiese pensar que todo este trabajo valió la pena... ¿Para qué me compré estos zapatos horribles que encima me hacen doler los pies? Cruzó la calle, en la esquina dos tipos la miraban con una sonrisa y cuando pasó junto a ellos dijeron una guarangada. Ernestina apuró el paso, estaba oscureciendo y todavía faltaban como cinco cuadras. Por la calle pasó un auto con música a todo volumen. Los amigos se estaban reuniendo en los departamentos, haciendo la previa antes de ir a los boliches. Más adelante, en la puerta del edificio, el encargado fumaba un cigarrillo. Ernestina lo saludó y presionó el timbre. El encargado no dejaba de mirarla, la hacía poner nerviosa. La voz tardó una eternidad en contestar. «¿Sí?»
—Soy yo, abrime —dijo Ernestina, acercándose al portero eléctrico.
La chicharra gruñó y cuando Ernestina empujó la puerta, se abrió con un chasquido metálico.
En el pasillo el ascensor la esperaba. Abrió la primer puerta plegadiza, luego la segunda y se metió adentro, cerró las puertas y apretó el botón marcado con un “5” en bajorrelieve. La caja, que era como un ropero pequeño, arrancó, llevándole toda la sangre a los pies. Pegado en el espejo con cinta adhesiva un cartel impreso decía “En el mes de enero aumentará el valor de las expensas para cubrir los gastos del arreglo del ascensor. Federico Puccio, jefe de consorcio.” ¿Qué pasaría si ahora se cayera el ascensor? Mejor no pensarlo. No sería la primera vez que. “Capacidad Máxima: 4 personas.” Quedaría hecha papilla. Más no me podrían doler los pies. El ascensor se detuvo. Abrió las puertas. El piso estaba completamente a oscuras, solo la lucecita naranja del interruptor de la luz se veía claramente. Ernestina se abalanzó para presionarlo, pero tropezó con el borde mal alineado del piso con el ascensor y casi se cae. Soltando un quejido entre dientes como el de las serpientes al acecho cojeó hasta el botón de luz y después, ya pudiendo ver dónde andaba, cerró las puertas del ascensor y buscó el “5D”. Tocó el timbre y poco después el sonido de los cerrojos descorridos y una vuelta de llave la alivió. La puerta se abrió, la música inundó el pasillo y la cara amiga le sonrió.
—¡Era hora, boluda! —aulló Ernestina—. ¿Por qué tardaste tanto en abrirme el portón? No sabés cómo me miraba el pajero del portero. ¡Ajj! Me da un asco ese tipo.
—¡Hola, no? Me estaba secando el pelo, ¿qué querés? Y cómo no te va a mirar, puta, si andás con toda la concha al aire.
—Si no muestro un poco las piernas, no me va a ver nadie.
—¿De qué hablamos entonces?
—¡Ay, pero no ese tipo!
—Mirá que ganan bien estos tipos, eh, así como lo ves, el negro éste se la pasa pajereando y gana más que yo en esa mierda de oficina.
Ernestina se acomodó en la sala, apoyó la cartera sobre la mesa y se sentó.
—¿Cuánto te falta?
—Me maquillo y vamos.
—Bueno, dale.
Paseó la mirada por la habitación. Había unos cerditos, perritos, llamas, gatos, cocodrilos, elefantes, pequeños saleros de cerámica con forma de todo tipo de animales que interactuaban entre ellos sobre la cómoda inglesa, frente al espejo. Marta es una persona perfectamente normal, excepto por esta manía infantil de coleccionar saleros con forma de animalitos.
—¡Conseguiste el avestruz! —gritó Ernestina a Marta que se maquillaba en el baño.
—¿Viste? —contestó la voz apagada—. ¿No es hermosa?
—¡Sí! —dijo mientras se paraba para verlo de cerca.
Un bicho feo de plumas grises brillantes. Parece salido de una película de Disney. ¿Qué clase de persona dedica su tiempo libre a coleccionar avestruces de cráneos de porcelana agujereados? Da un poco de miedo pensarlo. Una vieja solterona, con la casa llena de antigüedades y polvo sobre los muebles cubiertos de plástico. Para entonces yo espero estar viuda de algún millonario.
—Yastá... —apareció Marta. Se veía verdaderamente hermosa. Ernestina sintió que se le hinchaba el pecho de alegría.
—¿Paso al baño un segundo y vamos?
—Dale.
Cruzaron la puerta. Los bolsos pegados a sus lados.
—Apretá —dijo Marta.
—¿Qué?
—La luz.
—Ah, sí.
El pasillo se iluminó y Marta pudo cerrar la puerta con la tintineante llave. Llamaron al ascensor y escucharon cómo regresaba de algún piso superior. Marta presionó el botón de la luz antes de que se apagara, interiorizado como tenía el tiempo que duraba la luz encendida. El ascensor se detuvo. Puerta uno. Puerta dos. Puerta uno. Puerta dos. “En el mes de enero...” “Capacidad Máxima...” Apenas pueden entrar dos, ¿cómo esperan que entren cuatro? Marta se miraba el maquillaje en el espejo que decoraba las paredes del habitáculo. El ascensor se detuvo en el tercer piso. Detrás de las dos puertas un hombre joven de una cabellera rubia y una barba rala un tanto desprolija que contrastaba con la pulcredad y el cuidado de su vestimenta esperaba para entrar.
—Disculpen —dijo el hombre, avergonzado—, ¿entramos todos?
Marta tuvo que tragarse la negativa cuando Ernestina se apuró a contestar.
—¡Entramos todos!
—Permiso...
El hombre puso el primer pie con mucho cuidado de no pisar a ninguna de las dos. Ernestina se puso colorada cuando el hombre le rozó los pechos con el brazo al cerrar las puertas. El hombre se dio cuenta y de pronto se puso rígido soslayando la mirada hacia Ernestina. ¿Y si es él? Marta miró al hombre con mala cara, dándose cuenta de cómo miraba a su amiga. ¿Y si es el hombre que necesito? Es hermoso. El ascensor se detuvo. El hombre abrió las puertas, se bajó y esperó a un lado a que las dos muchachas salieran, les sonrió amablemente cuando lo hicieron y luego volvió a cerrar las puertas. Ernestina se apuró a darle las gracias. Marta le tiró del brazo. Lentamente se acercaron hacia la puerta, el hombre las pasó, abrió la puerta y la mantuvo abierta hasta que pasaron. Ernestina no pudo evitar sonreír de felicidad y nuevamente le dio las gracias. Una vez que se alejaron del edificio, del portero, del hombre rubio de barba desprolija, Ernestina, disimuladamente comentó.
—Era lindo, ¿no?
—¿Lindo? No, me pareció un desastre... Vi cómo te miraba.
—¿Me miraba? —preguntó con una gran sonrisa Ernestina, poniéndose roja.
—Mmm... y vi cómo te pusiste... ¡sos una trola!
¿Y si es él?
—¡Andá a cagar!... Decime que lo conocés, que te lo cruzás, que sabés dónde vive...
—Lo vi alguna vez, pero no sé dónde vive, prefiero no saber.
¿Y si es él?
Sus zapatos eran grises bajo la noche estrellada, joven, sucia como un lienzo sin pintar que lleva demasiado tiempo olvidado en una buhardilla, joven mientras se perdían en su estómago hambriento las dos mujeres, jóvenes también.

Afuera, la lluvia

por. Facundo Ezequiel

Afuera, la lluvia. Dentro, a oscuras, la mira caer. Él la miraba, a oscuras, la veía y caía, y por más fuerte que apretara los dientes su mirada no tenía el poder de evitarlo y caía. Sus uñas clavadas en el sillón de cuerina negra, o la oscuridad era impenetrable y él la creía cayendo y no cayera. Afuera, la lluvia. Dentro, el clamor apagado por la alfombra, y ella, cayendo. Él también, estaba, pero sólo la veía caer y caía con ella y hubiese sido ella de no ser por el sillón y la alfombra que sentía en las uñas y en la planta de los pies. Caía, caía, y de pronto un sobresalto; tal vez un relámpago o el sonido de un cuerpo dando contra la mesa. Afuera, la lluvia. Dentro, él, el sillón, la alfombra; la mesa... y algo espantoso que no dejaba de caer.

El árbol cayó en el bosque

por. Facundo Ezequiel

Cuando María se levantó del sillón, Juan hizo ademán de levantarse, apoyó las manos sobre los brazos de su asiento y luego de aquel gesto inacabado se dejó caer nuevamente; miró cómo María se alejaba, adentrándose en la cocina. Juan prendió un cigarrillo que sacó del paquete arrugado que había sobre la mesita ratona.
—¡Mi amor! ¿No traés el cenicero?
María volvió con el platito de los carozos de aceitunas que habían comido hacia el comienzo de la picada.
—¿Y el cenicero?
—Yo qué sé. Fijate dónde lo dejaste que siempre lo dejás repleto y después la que termina limpiando las cenizas soy yo.
»Y te toca lavar los platos.
—Cuando termine el cigarrillo voy.
—Dejá, los lavo yo, pero después vas a limpiar el baño vos, eh.
—Esperá un segundo que termino el cigarro y ya los lavo.
—Mejor los lavo yo, que estoy con el envión.
María volvió a desaparecer dentro de la cocina, Juan resopló, llenando de humo la habitación, se levantó y apagó el cigarrillo contra los carozos. Con largos pasos, Juan se acercó a María por detrás, que ya estaba enjabonando los platos, y la abrazó, rodeándola por la cintura y cruzando un brazo entre sus pechos, dejando la mano sobre uno de sus hombros. María, sintiéndose completamente abarcada por el abrazo de este enorme hombre, suspiró.
—Siempre me mataron tus suspiros.
María sonrió.
—No te creas que así vas a zafar de lavar los platos. Tomá la esponja, seguí vos.
Juan amaba la suspicacia de María y comenzó a reír, incapaz de evitar la responsabilidad que le legaba María con el pase de la esponja.
—¿Dónde dejaste los cigarrillos?
—Quedaron sobre la mesita, pero hay que bajar a comprar más; quedaron dos.
María desapareció, esta vez hacia la sala.
—Pero cuando termine de lavar voy yo, no te preocupes... Vení acá.
María se acercó a la cocina con un cigarrillo entre los dedos.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Tengo ganas de escucharte.
—Ay, Juan, qué bobo.
—¡Qué tiene! Me gusta escucharte hablar, me hace bien, me tranquiliza. ¿Tanto te cuesta complacerme?
—Sólo cuando me lo pedís.
María se rió y le besó tiernamente el cuello a Juan mientras que él seguía lavando, le frotó el pecho con una mano, le dio una pitada al cigarrillo que tenía en la otra y luego de soltar el humo le habló al oído.
—Te quiero mucho...
Juan, con dificultad, se mantuvo en silencio y luego dijo con voz grave.
—Sos cruel... ¿por qué sos así conmigo?
—Porque te gusta —susurró María.
Juan cerró el agua y se dio vuelta para enfrentar a María que lo miraba con una sonrisa lasciva, sádica, Juan pensó que estaba esperando un golpe o algo, algo que la excitara un poco más. Juan con violencia le desabrochó el pantalón. María se mordía el labio mientras lo miraba actuar de esa manera, desencajado, era otro Juan, el animal que ella buscaba en él a cada encuentro.
La empujó contra la pared y se puso de rodillas. Le levantó una pierna y se la puso al hombro. Pocos habían sido tan buenos como Juan para María.

Cuando el portón se cerró detrás de él, Juan se dio vuelta y miró a la que creyó que era su ventana. Sonreía, pero no tenía ninguna razón para hacerlo y la ambigüedad de ese sentimiento encontrado con la razón lo carcomía. ¿Qué tenía que ver la dicha con la razón? El ser humano no compatibiliza con la felicidad, eso es lo que lo diferencia de los apacibles ciervos que saltan en los bosques, lo que lo distingue de cualquier otra raza animal. Sin embargo, Juan todavía sonreía al pagar por el paquete de cigarrillos y al pensar en las cosas que sería capaz de hacer por esa mujer que no lo esperaba, allá, en el departamento de arriba, ansiaba, eso sí, sus cigarrillos, su sexo, pero bien podría no tenerlo y, sin mirar atrás, buscaría al siguiente si no encontrara el suyo. Era una máquina de hacer piltrafas, pero solo los infelices se tiraban de cabeza a esa picadora de sentimientos y razonamientos. ¿Qué mejor que sufrir más hoy para saber que ayer estábamos mejor y tener así una meta visible pero igual de inalcanzable que el horizonte mismo? Así se puede saber que estamos vivos.
Juan trepó las escaleras y con la llave entró al departamento 48. Había música sonando, esa música que había aprendido a querer pese a su odio por la misma: era la música favorita de María. Juan canturreó un poco, inconscientemente, como dictándole la letra al tipo del disco que repetía lo que Juan decía, pero afinado.
—Ya llegué.
Juan empezó a buscar a María, y aunque no había muchos lugares donde buscar, enseguida pudo ver que no estaba en la sala, ni en la cocina, ni en la pieza. Tenía que estar en el baño. Juan se acercó a la puerta y se asomó a la cerradura, vio entonces que la luz estaba prendida, así que le habló a la puerta.
—Dejo los cigarrillos sobre el escritorio.
Juan abrió el paquete y sacó un cigarrillo, lo prendió con los fósforos que también había comprado y dejó el paquete sobre el escritorio, en la pieza. Grata fue la sorpresa al ver el cenicero sobre la mesa de luz, entonces se acordó que a la mañana había estado fumando en la cama. Se tiró sobre el acolchado, puso el cenicero sobre su panza y descartó las cenizas de su cigarrillo. El cenicero subía y bajaba con su respiración y esto era particularmente relajante para Juan que siempre se encontraba tensionado, atascado entre sombras por el irracional crecimiento de sus fantasías de locura y persecución. Arriba, abajo, el sonido mínimo y crispado del cigarrillo que se consumía a cada pitada y el humo en las penumbras de la habitación lo fueron sumiendo en un sopor del que no despertó sino con una terrible convulsión inexplicable: alguna pesadilla que no pudo recordar, pues había sido menos que un instante. Confundido miró alrededor: había tirado el cenicero y todas sus cenizas sobre el cubrecamas, si no arreglaba eso rápido María lo iba a matar. Se apuró a meter, como pudo, las cenizas de vuelta en el cenicero y luego, apurado, lo fue a vaciar al tacho de basura en la cocina, agarró un trapo y se apuró a volver a la pieza. Sacudió las cenizas de la cama y suspiró al ver que se había salvado de una de esas reprimendas histéricas de María.
—No pasó nada —se dijo a sí mismo, esperando quizá que María lo oiga y nada hubiese cambiado—. No pasó nada —repitió en voz más alta, pero nadie le preguntó “¿Qué nada pasó?” y Juan quizo tranquilizar a María diciéndole —. No pasó nada, no pasó nada, no pasó nada.
Pero repetir el conjuro no lo hacía cierto y la luz del baño estaba prendida todavía, María, del otro lado de la puerta, no daba señales de vida, naturalmente. El árbol había caído en el bosque, lejos de toda contemplación. No había pasado nada.

Limbo

por. Facundo Ezequiel

Cansado, cansado, cansado
Como quien se ve envuelto en palabras
Repitiendo una premonición pasada
¡La voluntad!
¿Dónde?
Dos secretos en la vereda en penumbras
Deslizándose hacia la alcantarilla.
Los muertos no hablan,
Comentó el espiritista
Al decano de la respetable iglesia.
Uno más uno
Y el tercero en discordia
Pasearon hasta caer
Fundidos, sin memoria.
Olas tras las puertas doradas,
Mares de gente queriendo entrar.
Li-libertad,
Tartamudeó la reina,
Inmersa con la cabeza hasta la cintura
Del amable cortesano
Y en una mano una rosa
Que en sus labios posó.
¡Despiértese!,
El guardia al vagabundo instó;
Una costilla el sueño le costó
Pero dios no le devolvió su hembra,
Y la rama del fruto...
Demasiado alta.

Sobre los árboles

por. Facundo Ezequiel

Poniendo prácticamente naso con naso, los dos gorilas se miraban con cierta presteza extática como sólo saben hacer los salvajes al enfrentar sus estrechos horizontes.
—Te via matá —dijo el Intelectual de la tribu pronunciando a la perfección los agudos acentos de su particular idioma.
—Me gustária que lo intenté, gil —dijo el otro, intentando meter miedo a través de métodos subconscientes, lo que le mereció el respeto de su contrincante, que supo notar la variación de los tonos y los acentos, la eliminación de una sutil “s” y la pronunciación de labios apretados que hacían sonar el calificativo final como un genial ‘jul’.
El Intelectual se supo ante un virtuoso y pese a que la apariencia de aquel no lo acompañara (le crecían pelos en la frente), tuvo que esbozar una sonrisa y concederle honorablemente la victoriola.
—Meá dejá inerme —dijo el Intelectual haciendo vibrar un moco en la laringe con la profunda pronunciación de la “j”. El de los pelos en la frente sonrió también, con cierta dificultosa, y ambos pelanfrunes estrecharon sus manos en mutuo consentimiento.
El Intelectual, derrotado en el juego del enfrentamiento verbal, volvió entonces a su humilde choza, enarbolada sobre las metálicas vigas y el maleable concreto. Luego de una obvia mágica conjuración destinada al extraño, aparente, deseo de apertura de cierta planta pedalácea, se abrió la puerta de su residencia.
—Cerrate nomás, sésamo. —Cerróse la puerta detrás del Intelectual.
La choza consistía en separaciones cuyas funciones diferenciales estaban dispuestas por la preponderancia de ciertos colores: el baño era baño hasta que los elementos que lo constituían cambiaban del color blanco al negro y entonces el baño no era más baño sino que era cocina; de la misma manera el amarillo indicaba dormitorio y el verde sala de estar/comedor. Parado en el verde de la choza, que por dificultades estructurales representaba también vestíbulo, barruntaba su próxima acción, la cual confirmó cuando se apresuró al negro y se sirvió un vaso de agua que desbordó la sensación de hacer del blanco su próxima parada en la choza.
Sentado en el tazón y concentrado en su lectura (porque el Intelectual no habitaba el blanco si no era apoltronado en la lectura de algún volumen olvidado por la cuadrumanidad) gestualizaba cada una de las palabras que sus ojos recorrían.
El Intelectual se sobresaltó cuando un repetido golpe proveniente del verde de la choza lo ubicó nuevamente en su mamiferocidad.
—¡Puta, puta! ¡Me cagón su madre! ¡Ni un ségundo de paz! —Abrióse la flor de su irreverencia y subióse los lompa. Tropezando en insultos se acercó a la puerta y de un tirón la abrió.
—Hola bola te tárdaste un cacho en abrí. —Del otro lado saludaba un retazo de la cuadrumanidad; un retazo que él consideraba gastado y malformado, pero que de vez en cuando apreciaba tener a su lado.
—Mamor, staba descárgando unos indóloros; me retardé, pero perdones pídote.
—No te gandulfes, que te tra pa comé unos vidolitos que están de rechufle.
—¡Vidolitos! Vo me hacé desampará todo filo de nervio. Tamo, mamor —el Intelectual dijo mientras ponía en bobo los labios para chuponear a su hembra.
—Sipi, sipi, yásepe, nonos pongamonó cachondo —dijo ella mientras lo alejaba con dura mano en la sembla.
El Intelectual reculó, en silencio, hacia el verde, presto a preparar la mesa.
—¿Pongo los platoboldos? —preguntó en voz alta a su hembra, que se encontraba en el negro, preocupándose de los vidolitos. Como su concentración era amplia en su labor, no oyó la cuestión del Intelectual, quien, siempre que se le ignorase en sus peticiones, a causa de algún rezago de su tumultuosa infancia, se sulfuraba hasta el paroxismo; y tal era la representación que tenía de sí encolerizado, que muchas veces no podía evitar reírse con tal fuerza que su atacado diafragma le provocaba un terrible acceso de hipo.
—¡¡Thep pregunthép ship pongo lhosp platobholpdos!!... —repetía vanamente y con pésimos resultados el Intelectual, que ahora no sólo sufría de una inmensa duda sino también de un profundo dolor de vientre a causa del esfuerzo involuntario de sus músculos hiparios.
Los vidolitos que la hembra había echado en el hervorio de agua, se blandaban como serpientes cansadas y sin faquires que las encanten se ahogaban en el gor-gor que vaporeaba al negro y que prontamente se extendía por los restantes colores de la choza. Ya se sabía entonces que los vidolitos estaban listos, bien mortoritos y cantantes al dente de gustador que se precie.
Aparecíase entonces descabellada y a los chillos la hembra, reclamando la disposición de los platoboldos.
—¡¡¿Y los platoboldos?!! ¡¡¿Y los platoboldos?!!
Agotarado, el Intelectual, con un suspiro se resignó y no respondió con voz, sino disponiendo la vajetilla como debiera todo buen cuadrumarido responsable de su elección casamental.
—Ya hubiera elegido uno más prendido... si vinieran con etiqueta estos momototos... —refunfululaba para sí la hembra.
El Intelectual bajó la mirada y le alcanzó su platoboldo a su mamada, esperando, si no cariño, sí callar su vientriloquía, que por el pupo le gruñía y gruñía como un sapo. La hembra vorrojó un enjambre de enredados vidolitos en el platoboldo del Intelectual y luego, más tiernamente, llenó el suyo. La comilona sucedió entre calladas mira-miras y babosos zipidos de vidolos. Hacía años que no se sentían tan diferencialejados el uno del otro. Sin embargo no había odiares; era imposible cuando no se comunaban ni el amargor ni el candor de los días.
—Estoy viejo —bufó tristemente el Intelectual, rumiando sobre su deteriorado malvivir. Tanto pensamiento lo estaba dejando calvo de la frente a los pies, y la pelusa que se asomaba por sus narices estaba tan nevada que el frío de la muerte parecía ya envolver al pobre. Su profunda tristeza parecía confirmar la inminencia del no-ser.
—Estás viejo —bufó tristemente la hembra, rumiando sobre el tiempo compartido con ese saco de huesos roídos. Aún conservaba la energía de su juventud, pero la contradicción del espejo de los ojos aguados del viejo, que cierta vez la vieran hermosa, hacía que se le crispara la paciencia. Si ninguno de los dos moría antes de que los vidolitos dejasen los platoboldos, su existencia, pensaba, habría sido un completo fracaso.
—Estás viejo y maloroso y afelipado como un cadáver en descomposición —bufó nuevamente la hembra en un tono que el Intelectual jamás había oído de agujero alguno que se elevara sobre los hombros. Su vida se había convertido en una ofensa y lo presentía desde hacía muchas medialunas.
—Mi vida me pasé hundido en las postrimerías de fugaces pensamientos, siempre esperando aferrarme al siguiente que se iba igual al anterior. Lo más arriesgado en mi vida fue vivir una fantasía que nunca se concretó y sufrí cada segundo como si me supiera en un estadio finiquital. Nunca nadie me puso la garra al hombro más que para rasgármelo, y cada vez fui igual de ingenuo; siempre creí que me compadecerían. Pero hoy, tarde, me doy cuenta de que nunca nadie me tuvo en cálculo y para todos no fui más que un chiste que a veces se les cruzaba en tal o cual esquina, ¡ahora mismo deben de estar llorando de risa el Vendepapa y el sotreta Frentepeluda! Pero no puedo culparlos, que si mis huesos no fuesen míos mi angustia sería gracia.
»Mi mujer no es mía más que cuando me sirve de eco de mi consciencia, y ya no me agrada escucharla, como no me gusta tampoco tener que escucharme a mí mismo... ¿Te divertiste con el Vendepapa?
—¿¡Cómo!?
—Lo que suelto, mamor... es sólo una incuera amable; todavía me interesan tus actividades diarias.
Mirando con falsa indignación un largo segundo el platoboldo, la hembra tejía una respuesta que, con sinceridad, pronto hizo voz.
—Bastante —respondió.
—Bien —tragó dolorosamente el Intelectual—, al menos mi mujer tiene la fortuna de abanicar las caderas y sonreir con cuanto labio le plazca. —Y mirando a su mamada devorar sus vidolitos el Intelectual esperaba cruzar alguna gazeada de culpa en sus estropojos, pero jamás la cruzó.
El resto de la mansha sucedióse en silencio, hasta que un único vidolo entuercado en sí mismo quedábale en el plato al Intelectual. Entonces fue que la hembra dripeó unos pocos angustaladros vocablos.
—¿Fuimos en algún tiempo felices?
—Un pretérito lo fue pa mí y si meras sincera lo fuimos ambos... sí... —el Intelectual parecía perder la vista en algún suceso antiguo, retrovaba con una sonrisa oculta en sus pliegues de viejo.
—¿Podremos serlo hoy? —inquirió ansiosa.
—Quén sá, quén sá... séria mi desé, ma no sé si e acontecible —responsó el viejo, intentando no ser demasiado óptimo ni muy negato.
—Y si... —comenzó pensativa y alargada la hembra, pero detúvose pronto y silenció toda expresión.
—¿Posibilitaríamos?... —dijo el Intelectual, pensando en la misma cosa que su mamada. Entonces fue que se luquearon de verdad por única vez en decuriones de años agnósticos; se entuercaron sus ojos y en un tifón remolón de emociones se vieron enroscados. El Intelectual cofó y bajó la vista del fugaz encanto y parsimoniosamente entornó el último vidolito en su cubierto y lo engulló.
—Nah... —suspiró para sí.


Enero 2008

Lunares

por. Facundo Ezequiel

Acá y allá en la esquina
Cuando la gente estornuda
Hay un pequeño lunar que crece
Tan pero tan lentamente
Que pocos se sorprenden
Solo el visitante ocasional
Que busca monedas donde va
Dice “Esto no era así o no estaba acá”
Pero sigue su camino nomás
Acá y allá en la esquina
Cuando la gente estornuda
Hay un cáncer terrible y crece

viernes, febrero 20, 2009

Poema abierto

La idea de "poema abierto" es que quien quiera pueda agregar una línea al mismo, a través de los comentarios. Propongo lo siguiente como piedra fundacional:

Entre las hojas del periódico

domingo, febrero 08, 2009

Palomita guerrera

por. Facundo Ezequiel

Palomita dálmata
a muchos les das lástima
Palomita tristona
dejá de comer las migas de otros
El viejo se sienta y mira
cómo las palomas se pelean
Palomita guerrera
perdiste un ojo y la guerra

Perros

por. Facundo Ezequiel

De-de-de da-da-da
Si pongo mi plata voy a ganar
El perro grande corre rápido
El hombre chiquito le tiene miedo
La fuerte voz hace eco
La tierra pica las narices
De-de-de da-da-da
Los hombres todos tristes

Poemas

por. Facundo Ezequiel

Una hoja fue rasgada
y en su interior
ahogada un alma

§

Apuñáleme la espalda
pero luego
béseme la herida

§

Béseme la herida
pero luego
héchele sal

§

Mi guitarra tiene tres cuerdas
cuando tenga una sola
la amaré igual
cuando no tenga cuerdas
la amaré mucho más

§

Miré dentro de mi vaso
¡y me vi a mí mismo!

Monkey ball

por. Facundo Ezequiel

Monkey has got his ball
let him enjoy now
let him dance a little more
let him be til dawn
til he is tired and out
I'll be waiting you outside
by the drunken man sleeping
by the payphone broken
I'll be moaning til you're mine

Enterrado

por. Facundo Ezequiel

Enterrado
Enterrado
¿No me dejarías al menos descansar?
Mis ojos todavía ven
Mis manos aún sienten
y se aferran con tanta fuerza
Subterráneo con el pecho ardiendo en pedazos
Enterrado
Sin poder descansar

viernes, enero 09, 2009

El callejón de los bellos hombres desnudos

por. Facundo Ezequiel

En el norte de la ciudad hay un callejón que nadie conoce donde se reúnen hombres con una belleza tal que no quisieras que tu mujer se entere jamás que son posibles semejantes atributos de ensueño. Una noche fui invitado a ese oscuro escondrijo por quién sabe qué prodigio de la maravillosa providencia, quizás haya sido un giro equivocado o el aroma a sueño que me guió hasta aquel extraño lugar. Un hombre idéntico a la imagen que tenía de Aquiles fabricada en mi mente esperaba bajo un farol, ante la suprema oscuridad del callejón desde donde podía escucharse el sonido de risas apagadas por lo que olía a una multitud de personas, olor que me recordó a los viajes matutinos al trabajo, así que dudé cuando el hombre me dijo: “Desnúdese.” Lo miré un segundo en silencio. Las risas se elevaban ahora, haciendo eco contra las paredes de ladrillo, húmedas por el rocío de la madrugada. El hombre extendió sus brazos, como esperando que le entregara algo. “No se preocupe,” dijo, “en cuanto entre no querrá volver a usar esta ropa de nuevo.”
Lo cierto es que cualquier hombre que se precie, vería esta situación un tanto rara, pero yo llevaba tiempo descarriado; había intentado el suicidio, pero era demasiado cobarde o inútil como para llevarlo a cabo satisfactoriamente. Cada ocasión que pudiera agregarle un poco de emoción a mi monótona vida suicida era bienvenida. Me quité la ropa y se la puse directamente sobre sus enormes brazos de percha. Apenas recibió las prendas, las arrojó a un lado como si fuesen basura. Estuve a punto de insultarlo, pero la situación, así como se presentaba, no acreditaba una reacción tan desencajada. “Ya va a ver, usted sería un perfecto miembro de nuestro club, no se arrepentirá.”
Caminamos alrededor de medio minuto por aquel largo, oscuro pasillo hasta que una tenue luz como de vela iluminó suavemente el final del callejón. Un grupo de hombres completamente desnudos parecía estar de fiesta, pero no era nada de lo que me hubiese imaginado. Todos reían y se veían completamente satisfechos con lo que hacían. Mi sorpresa fue enorme al ver lo que hacían. A decir verdad nadie interactuaba con nadie más que con sí mismo. Cada uno de ellos era verdaderamente hermoso, eran cuerpos prodigiosos de belleza semejante a los dioses, si es que ellos no lo eran. Todos de una edad indefinida, como si sus cuerpos no tuviesen edad, sólo belleza. Un hombre alto y moreno estaba recostado contra una de las paredes laterales y se acariciaba los músculos de sus brazos, los amplios pectorales, el estómago, los muslos, el pelo como si estuviera amándose. Otro hombre de pelo color zanahoria, en el medio, se encontraba masturbándose mientras reía a carcajadas y gemía en un grito extrañamente mezclado. Estas imágenes se repetían en el extenso grupo donde se confundían unos cuerpos con otros, pero todos estaban concentrados en amarse sólo a sí mismos.
De pronto la sensatez me atacó como un rayo y me asusté. “¿Qué hago acá?,” me dije. Me di la vuelta y salí a toda velocidad, tropezando en la tiniebla absoluta que me guió hasta el farol de la entrada. Detrás continuaba escuchando las carcajadas y gemidos y la voz de mi guía que me gritaba desde la profundidad del callejón. “¡Volvé! ¡Te perdés algo increíble! ¡Te lo perdés!” Encontré mis pantalones y calzoncillos junto a unas páginas viejas del Crónica y cáscaras de naranja secas. No pude encontrar la camisa ni los zapatos, pero no busqué demasiado y salí aterrado al escuchar nuevamente el eco del masivo placer egoísta que se oía desde el perverso callejón.
Algún tiempo después volví a pasar delante del callejón, una tarde. Vi mis zapatos apoyados contra la pared y un montón de ropa amontonada a un lado. Esperando allí estaba el guía, al verme pasar me guiñó el ojo y yo apuré el paso, abandonando para siempre la esperanza de recuperar ese buen par de zapatos. Quién sabe si me tentaría finalmente a quedarme en el callejón, de haber recogido mis zapatos.

El agujero

por. Facundo Ezequiel

Había salido tarde del trabajo, estaba algo cansado y necesitaba mis cigarrillos, así que me fui al kiosco de enfrente. Le pedí los Philip Morris y el kiosquero me contestó poniendo los cigarrillos sobre el mostrador. Le di el billete y el tipo buscó en la registradora las monedas que me puso en la mano. Entonces me dijo simplemente eso. Yo estaba cansado y pensé que no había entendido bien, y cuando estaba saliendo, me aclaró:
—Está a cinco cuadras de acá, siguiendo esta calle.
Yo miré atrás sin darle mucha importancia y seguí mi camino. La parada estaba a dos cuadras y ya había visto que se me escapaba un colectivo. De todas formas era la peor hora para viajar de vuelta; en cuarenta minutos estaba seguro que el asunto iba a mejorar. Tenía que dejar pasar un par de colectivos más. Cuando llegué a la esquina paró el colectivo y la larga fila de hombres de bolsos y portafolios fue tragada por el mastodonte verde. Aproveché inconscientemente el impulso de mis piernas.
«El agujero» había dicho el tipo. Estaba a tres cuadras.
El Agujero, el boliche de los curiosos; sonaba a bar gay, pero qué tal si ni siquiera era un bar. Si veía algún tipo de luz de neón, me cruzaría a la vereda de enfrente y volvería disimulando a tomar el siguiente colectivo.
Pero no había luces de neón. Un grupo de gente cercaba la calle, cincuenta metros más adelante. Bajé la velocidad de mis pasos y miré alrededor en busca de alguien que pudiese advertirme qué era lo que pasaba. No había nadie cerca, por eso estiré un poco el cuello mientras me acercaba, pero no llegué a ver nada, parecía que alguien había tenido un accidente, todos estaban mirando algo en la calle. Necesitaba ver qué pasaba. Finalmente me acerqué a un pibe que estaba en la parte exterior del círculo de gente, plantado con un pie en el suelo y el otro en el pedal de una vieja bicicleta.
Lo que me dijo no fue nada revelador y tampoco me supuso algo tan interesante como para convocar tanta gente.
Me puse en puntas de pie entre una vieja y una señora que volvía de las compras y me asomé.
Ahí estaba, eso que el chico había dicho, nada espectacular ni meritorio en una ciudad como ésta, sin embargo, ahí estaba toda esa gente, mirando como si fuesen cavernícolas ante la primer fogata de la humanidad.
«Un agujero.» Eso me dijo el chico. Eso vi. Cuando le pregunté a la señora qué había pasado, esperando que me dijera que se había caído alguien dentro, no conseguí más que una estúpida repetición sonora de lo que veían mis ojos. Miré de nuevo entre esas dos cabezas de señora. Era casi como una enorme araña que echaba raíces en el pavimento; negro, no se advertía un fondo desde donde estaba parado, y parecía querer tirar abajo buena parte de la vereda: un verdadero desastre estructural, probablemente corríamos peligro estando ahí parados junto al agujero. Se lo intenté decir a la vieja (por lo general son las primeras en alocarse), pero me ignoró por completo. Tal vez yo haya sido el miedoso, pero tantas noticias a lo largo de mi vida me aterraron con gente atrapada en angostos pozos y túneles durante días antes de ser rescatados, algunas veces sin vida, que prefería no desafiar a aquel agujero. Di un par de pasos hacia atrás, pero me daba más miedo parecer cobarde, así que me volví a adelantar.
Volví a mirar al agujero. Por un momento me pareció que era más grande que hacía un momento. Eché una mirada alrededor y todos estaban absortos en aquel agujero, como zombis. Volví a mirar. Una piedrita de asfalto se desprendió del borde opuesto al mío y cayó dentro, yo esperé atento para escuchar la caída y hacer un estimado de su profundidad, pero nada. Nadie tampoco se mosqueó por el desprendimiento de aquella piedrita. ¿No se daban cuenta lo peligroso que era? En cualquier momento se desprendería un cascote y dentro resbalaría aquel pibe de campera gris. ¿Se quedarían todos mirando en silencio? Tal vez el pibe tampoco gritaría al caer hacia la oscuridad. Nadie hizo ningún comentario y yo no quise ser diferente, ya me había intimidado la mirada vacía de la vieja, antes.
De pronto, un gesto me incomodó. Un hombre vestido con una remera negra con el nombre de una banda de rock en ella y pantalones de jogging, comenzó a balancearse poco a poco como quien se está quedando dormido de pie. Estuve a punto de gritar alguna advertencia, pero tenía miedo de asustar a alguien y que cayera por la exaltación de mi grito. Manifesté mi preocupación a la señora de mi derecha, pero no me escuchó, o me ignoró. El tipo parecía balancearse cada vez más profundamente y yo comencé a tartamudear, realmente asustado. El tipo estaba parado en el borde, sabía que hay muchas personas que sufren de vértigo al encontrarse a grandes alturas o frente a la posibilidad de una gran caída, lo empecé a llamar mientras lo señalaba, pero él tampoco me escuchó y su balanceo ya se había convertido en algo realmente peligroso. Nadie se daba cuenta ni hacía nada más que mirar el agujero, negro, como una araña, deborándose el asfalto. Y luego como un rayo difuso. Me quedé con la boca abierta porque no lo podía creer. Levanté la vista. Ya no estaba. El tipo que se balanceaba no estaba: había caído al agujero. El agujero había devorado al hombre aquel. Ningún suspiro. Ninguna exclamación. El agujero absorvía las miradas y consumía los pensamientos de todos al punto de que no podían hablar ni reaccionar ante una atrocidad como la que acababa de ocurrir. Las grietas que lo acunaban como en una frágil tela de araña de pavimento me daban la sensación de estar creciendo a cada segundo, pero cuando lograba quitar los ojos del agujero y miraba las grietas, no me parecía que hubiese algún cambio en su extensión o forma. Por un rato largo me mantuve mirando frenéticamente así, primero el agujero y después las grietas en una repetición que acabó por hacerme doler los ojos.
Me refregué los ojos y me dispuse a relajarme, pero al volver a mirar al agujero, algo me llamó la atención; dentro de él, en la oscuridad que lo conformaba, algo parecía moverse. ¿Sería el recién caído?
«¡Es el hombre!,» grité, contento, exaltado.
Pero nadie reaccionó y más allá de mi súbito desafuero yo tampoco reaccioné. Al segundo me dispuse a aguzar la vista y observé esa oscuridad que se arremolinaba inexplicablemente. Había algo ahí dentro. Había algo. Había algo, así que miré.

viernes, enero 02, 2009

Año nuevo (decile chau al viejo)

Los autos se funden en la perspectiva de tímidas luces y vuelven híbridos de sombra y día por la misma calle. Yo, que apenas me enteré hoy que empezó un año nuevo, no soy muy optimista al formular mis deseos. Vi los vidrios rotos y las dosis manejando. Vi los travestis yendo, volviendo, y las barras tambalearse. Vi una chica hermosa frente a la villa esperando en un kiosco. Vi el camión de los bomberos corriendo como loco mientras aullaba en tajante línea recta quebrando los estallidos de las bombas de estruendo. Me vi mirando mi fantasma del otro lado que me veía mirar y me vi impasible. Éstas fueron las primeras horas de este nuevo año y lo vi tan viejo que casi lo despido al saludarlo.