lunes, noviembre 30, 2009

Picazón

por. Facundo Ezequiel

Por supuesto que no quería verla,
pero tenía que hacerlo,
era algo así como
una picazón
detrás de los ojos,
entre las orejas.
Por más que parpadeara
o pusiera los ojos
en blanco cien veces
la picazón persistía.
No era muy bueno
en esas cosas pero
llamé y tartamudié
frases sacadas de
películas norteamericanas
hasta que cedió.

Mientras esperaba que
llegue, encendí un cigarro.
La mesera, una chica
gordita con un serio
problema de acné,
se me acercó :
“No puede fumar, señor”
dijo.
Era verdad, ni para eso
servía ya —no tenía
el estilo de Bogart.
Me disculpé y
lo apagué,
lamentando mi suerte.

Agarré un sobrecito de azúcar
y me puse a jugar con él.

La mesera me miraba mal
desde el mostrador.

Tomé un edulcorante también
y un par de servilletas.
Empecé a retorcerlo todo,
intentando darle la forma
de un dragón,
pero parecía más bien
una medialuna con patas.
Solté la cosa y
ni siquiera se
mantenía en pie.

Me puse a tararear
canciones que creía
haber oído
en algún momento,
de alguna manera.
La espera no era
lo mío,
tampoco.

Llegó 20 minutos tarde
y pude acordarme
dos cosas :
por qué quería verla y
por qué no quería verla más.

Socialismo puertas adentro

por. Facundo Ezequiel

Yo también tenía
un amigo socialista.
A veces le tocaba la puerta y
él me abría
con esa pinta de
cantante de ópera,
su gran panza enrulada,
y los calzoncillos agujereados.
“Tengo cerveza”
le decía.
Automáticamente
me dejaba pasar,
incluso cuando no
tenía cerveza:
se había convertido
en una especie de
contraseña.
La palabra “Vino”
funcionaba igual de bien.
Yo era bastante joven
cuando lo conocí;
había leído mucho Bukowski
en horas del colegio secundario;
los profesores no me entendían,
mis padres no me entendían;
pensé saber algo.
Así que mi amigo socialista
se había convertido en
una suerte de modelo a seguir;
él era bastante viejo
y yo
mucho más joven.

Por consejo suyo
asistía a reuniones rojas
con hermosas rosas mujeres
Por consejo suyo
empecé a trabajar en la fábrica
Por consejo suyo
lo dejaba dormir en mi casa
Por consejo suyo
socialicé a mi novia...

Bueno,
todo es muy divertido
hasta que no podés dormir
porque tu amigo
y tu novia
se la pasan “socializando” en tu cama
toda la noche,
todo el día.
Pero eso estaba bien,
yo trabajaba todo el día
y ella se aburría,
y a la noche
estaba demasiado cansado y
ella requería mucha atención.

Sí, todo estaba bien,
hasta que se empezaron a
“socializar” todo lo que
había en la heladera:
la cerveza, el queso,
las aceitunas, el dulce de leche,
la lechuga, incluso los huevos.
Llegaba a casa y las
botellas vacías, las migas,
y toda la mugre
parecían el resultado
de una guerra.
Empecé a encabronarme.
Dejé de aportar al
“fondo común.”

Empecé a comer afuera.

Al otro día se acercó él:
“¿Qué pasa, compañero? ¿Los
burgueses enajenadores de trabajo
no te pagan?”

Al día siguiente ella:
“Mi amor, tengo hambre
y no hay plata”

“Puta,” dije yo,
“callate o te emboco;
mañana, cuando me despierte,
no quiero verte ni
a vos, puta desagradecida,
ni al viejo maricón tuyo.”
No escuché sus peros
y me tiré en la cama.
Toda la noche sus murmuros
en la cocina, tramando.
En un momento pensé
que intentarían matarme
mientras dormía, pero
no tenía sentido,
no podían sacarme nada.

Cuando desperté
ya no estaban;
fue mi mejor desayuno
desde preescolar.

Después me encendí un cigarro
y entonces me di cuenta:
se habían “expropiado” mi cenicero.
Con el cigarrillo colgando en los labios
corrí a mirar por toda la casa.
También me faltaban la valija,
una camisa, unos pantalones,
la bufanda, la radio, dos pares
de calzoncillos y el velador.

Yo también tenía
un amigo socialista,
pero desde que no lo tengo
duermo mejor.