jueves, noviembre 17, 2011

El detective borracho (FRAGMENTO)


Este es un fragmento de un cuento inacabado, una historia de detectives y deducciones que parecen mágicas antes de ser explicadas, donde abunda el alcohol, los cigarrillos, las mujeres rápidas y los caballos lentos, y aunque parece sonar de fondo una buena música jazz, sería más probable que se oiga un reggaeton o una cumbia villera, ya que esta historia está escrita en nuestra era, una era patética como cualquier otra, pero con una estética menos inteligente que otras que preferiría no se olviden. Los criminales comunes no usan sombrero, pero sí gorras ajustadas a la nuca y tartamudean una jeringoza que nunca me animaría a reproducir. Sin embargo nada de eso se ve en este fragmento, solo podemos ver al detective borracho, Bartolomeo, un ciudadano común con una para nada despreciable capacidad de observación cuyo único combustible para su motor de vida es el alcohol, y el oficial encargado de reclutarlo, cuyo nombre hasta la fecha desconozco, el cual detesta a nuestro despreciable detective borracho y se ocupa de anotar sus hazañas "à la Watson". Yo lo encuentro estimulante, no sé ustedes.

F.

 


Después de cuatro años sin sobresaltos, cuando pensaba con alivio que no lo volvería a ver, un caso difícil me llevó de vuelta a su habitación. El lugar era una porquería, se mantenía más o menos igual que cuando lo conocí, alrededor de diez años antes; la ropa estaba tirada por el suelo, al igual que una cantidad innumerable de botellas vacías de todo tipo (excepto de agua) y una densa capa de polvo, cenicienta, aterciopelada, lo cubría todo. Nunca vi un lugar tan asquerosamente sucio como ese.
La puerta estaba abierta, así que sabía que había estado tomando toda la noche y que probablemente lo encontraría en un estupor de imbecilidad como sólo él podía tener.
Estaba tirado en la cama y no había forma de saber si me estaba viendo o si estaba dormido, en su estado era casi lo mismo, pero por mera formalidad hablé:
—Señor Bartolomeo...
—mmm
Odiaba que lo llamara por su nombre; el gemido era claramente una señal de vigilia.
—Señor Bartolomeo Diego...
—mmnm...
Se revolvió en la cama y se cubrió la cabeza con la almohada. Aunque la luz apenas entraba por una persiana rota, podía imaginarme las sábanas sucias, duras de costras de semen seco. ¿Las putas se acercarían a este tipo, eran capaces de trabajar en estas condiciones infrahumanas?
—Señor BARTOLOMEO DIEGO BATTAGLIA...
—ptqtprióo...
—¡PUTA QUE TE ESTOY HABLANDO CARAJO! LEVANTATE DE AHÍ HIJO DE PUTA, LEVANTATE, LEVANTATE...
—...dejameee doorrmiiiir...
A veces hay que ponerse duro en mi trabajo, o si no no se obtienen resultados. Necesitaba una pequeña sacudida para ponerse atento, así que lo sacudí un poco; le puse un pie en el estómago hasta que empezó a escucharme un poco más. Estaba pálido, parecía que no había salido de su habitación en semanas.
—Sacame tu sucia pata, rati del culo —gimió.
—¿Vas a escucharme?
—Voy a vomitar...
No tenía razón para no creerle. Levanté el pie y se levantó como un resorte, de igual manera se balanceó al pararse, y salió corriendo al baño. Escuché los salpicones, al parecer no le embocó del todo al inodoro.
—¡Lavate la boca antes de volver, por favor!
Tiré sobre la cama la ropa acumulada en la única silla de la pieza y me senté a esperar. Tiró la cadena, abrió el grifo y se hizo unos buches en la pila del baño. Soltó aire por la boca con un sonido horrible, como si le doliera, y tosió. Cuando volvió y se me acercó lo pude ver un poco mejor, es decir, más nítidamente, porque de aspecto se veía realmente mal. La primera reacción que tuve fue la de pensar “¿cómo este tipo podría ayudar en algo, mucho menos en una investigación policial seria?”, pero el pensamiento no duró mucho; ya había cometido el error de pensarlo un par de veces antes y terminé por verme obligado a tragarme mi orgullo cuando me demostró todo lo contrario. A diferencia de lo que cualquier persona decente pudiese creer al verlo ese borracho asqueroso realmente podía pensar.
—¿Qué mierda querés? —dijo.
No había forma de que sintiese un poco de cariño por ese ser, ¿quién podría?
—Mirá vago de porquería, necesitás plata y yo necesito tu colaboración. Ahora se vienen las elecciones y el Estado está dispuesto a pagarle a cualquier vago hijo de puta con tal de conseguir lo que quiere, esta vez te toca a vos. ¿De qué vivís? ¿De dónde sacás la plata para pagarte todo ese alcohol?
—Le leo la borra a las viejas y ellas aprecian mi don.
Se me hacía el gracioso. No había nada más molesto que este borracho cuando se hacía el vivo. Lo único claro era que nos odiábamos mutuamente y que estaríamos mucho mejor si no tuviésemos que volver a vernos nunca más, por eso los dos estábamos un poco alterados por este inesperado reencuentro. Lo que menos necesitaba era su sarcasmo, pero nuestro roce tenía que mantenerse en eso, un simple roce; si chocábamos el muy hijo de puta podía cagarme de verdad. Aunque no me gustara tenía que hacerle caso a los de arriba y ellos me pidieron que consiga la ayuda de este tipo.
—Bueno, supongo que unas cuantas viejas con sus pensiones de mierda te pagan el alquiler y un poco de vino barato y cerveza, pero en esta porquería de barrio ¿cuánto le podés sacar a las viejas?
—Ey, no soy ambicioso, no quiero más de lo que gasto, soy una persona de bien, soy un monje vidente —el hijo de puta sonreía.
—Hace cuánto que no tomás whiskey.
Lo tenía agarrado, vi como los ojos le brillaban. El cerebro se le había activado, sabía que con la promesa del whiskey podía disponer de la habilidad de este borracho.
Sonrió un segundo y luego hizo esa mueca odiosa.
—¿Cómo está la secretaria? ¿Está cediendo, te está dando bola? —dijo, y las palabras me atravezaron como una daga de hielo. Sabía que era uno de sus estúpidos trucos, ¿pero cómo carajo hacía? Era verdad que estaba intentando agradarle a una secretaria del juzgado, donde me habían llevado mis asuntos últimamente, era imposible que él lo supiera, pero la impresión que causaba este borracho con sus afirmaciones le hacía a uno olvidar que no era sino un ejercicio de observación. También le hacía a uno pensar qué otras cosas podría estar viendo y no exteriorizaba. En esos momentos uno temblaba.
—¿Cómo...?
—Es bastante obvio. Tenés perfume, los tipos como vos no usan perfume, cuanto mucho se ponen colonia.
—Eso no explica nada.
—Eso dice que andás atrás de una mina, porque aunque todos los ratis son putos, algunos prefieren andar con mujeres.
—Puta tu hermana. ¿Y por qué decís secretaria?
—Al principio me tentó la idea de decir recepcionista, pero no muchas recepcionistas usan sellos.
—¿Sellos?
—Sí, la marca en tu codo izquierdo es tinta de un sello, sobre el cual te apoyaste accidentalmente al reclinarte sobre el escritorio en una pose ridícula de ganador, y uno creería que, siendo un policía, intentaste levantarte a la policía de la recepción de la comisaría, pero aunque la marca que dejó el sello es fraccionaria, es fácil reconocerlo como el que usa en el juzgado aquella secretaria rubia.
—¿Rubia? ¿Cómo sabés que es rubia?
—No lo sabía con certeza, era más bien una suposición, pero en los tipos sin clase como vos es bastante común y ahora sé que tengo razón. Igual es teñida.
—Ahí sí que estás mintiendo.
Empezó a reírse, se dio vuelta dramáticamente y después dijo:
—Se llama Franca, y ese es un nombre ridículo para una mujer teñida que se hace la difícil, aunque es obvio que está entregada.
Otra vez me había dejado helado.
—...
—Bueno, todo esto demuestra que como policía son un verdadero fracaso —me dijo—. No podés ni siquiera atrapar a un simple ladrón.
De uno de sus bolsillos sacó una tarjeta que agitó frente a mi cara. No entendía nada. Se la saqué de la mano y leí lo que tenía impreso. Era la tarjeta personal de la secretaria. No pude hacer nada más que echarme a reír.
—Otra vez caí en tus estúpidos trucos —dije—. ¿Cuándo me la sacaste?
—Cuando me sacudiste.
—¿Y todo eso de que es rubia teñida?
—En la misma manga que tenés la marca del sello tenés un pelo largo rubio de raíz oscura. Tan simple como eso.
Hizo una pausa y agregó:
—Quiero un verdadero whiskey, uno de esos de etiquetas de colores que valen lo que un sueldo tuyo.
—Vas a tenerlo, pero primero quiero algunos resultados.
—Me quedé sin vino y no puedo pensar así.
—Ok. Yo no almorcé todavía, vamos, te invito un vino y mientras escuchás lo que tengo que decirte.
—Ahora sí estás hablando.




Pedí una botella de tinto y unos tostados y jugo de naranja. Él estaba despatarrado en la silla de forma desvergonzada, pero yo no podía evitar sentirme incómodo al ser visto en su compañía.
—El borracho soy yo —dijo—, pero creo que el vino te vendría mejor a vos.
—Yo no tomo.
—A eso mismo me refiero. ¿Los policías sólo toman cocaína?
—No empecemos con la boludez, mejor callate.
—Vamos... Tratame bien si no querés que papi te rete.
—No me rompas las bolas, pelotudito, sabés muy bien que te puedo cagar a trompadas.
—¡Opa! Che, negro, ¿qué te anda pasando? Pensé que me querías...
—Sí, te quiero romper el orto.
—Ah, mi amor, todo tiene su precio, nadie mejor que vos para entenderlo.
Por suerte no tardó en llegar el mozo con nuestras cosas. Le llenó una copa de vino y por un par de segundos, mientras el alcohol le bajaba por la garganta, se mantuvo callado.
—Bueno, te cuento de qué se trata la cosa. —Abrí los tostados y les puse mayonesa.
—¿Va a ser muy larga la explicación? Esta botella no va a durar mucho.
—Dedicate a escuchar y tal vez te tomes una segunda.
—Okey.