miércoles, mayo 02, 2007

Capítulo en un bar

Por. Facundo Ezequiel

NOTA ENTRE PARÉNTESIS:
(El relato subsiguiente quizá sea un fragmento de otro algo más extenso, o quizá sea un cuento sin inicio y con un final cuestionable, filosófico para el que sepa leer... Anyway, es materia prima con la necesidad primaria de ser refinada.) FE’07
[EN VERDAD PARECE UN CAPÍTULO DE UNA NOVELA]

—Entonces..., ¿es verdad eso que decías, esa teoría que me tiraste el otro día acerca del sufrimiento?, quiero decir, ¿en verdad creés lo que dijiste?; estabas medio mamado...
—¡Ja! Sí, me acuerdo que te estuve hablando un largo rato, ¿no?, sí, sobre hipótesis más que teorías, acerca de cosas que no me parece que pueda recordar; no sin empedarme primero y, claro, si vos querés pagarme el... los tragos, no voy a tener problema, creo, en reelaborar, recrear... rememorar dichas hipótesis.
—Mmm —suspiró el otro, dudoso—... No sé si creerte...
—¡Exactamente eso es lo que te digo...; sobrio no logro ser muy coherente! En cambio, con unos tragos encima... ¡soy muy convincente!
Silenciosamente, haciéndole caso a su amigo, y aún no muy convencido, realizó un movimiento fluido, casi acuático, con el que llamó al mozo. Pidió una botella de whisky. El otro, excitado, comenzó a hablar solo, con una voz cavernosa, diferente a su voz común, parecía que empezaba a recitar unos improvisados versos:

—“Decimos que todo, al final, acaba,
que nada empieza sin algo terminar
pero yo, si mi memoria no me falla,
otra verdad voy a diseminar...

Más de una botella hará falta, amigo,
para que con vuestros inexpertos ojos
podáis ver la vastedad del infinito
de la que mis versos cosechan oro...”

De pronto se silenció, como si su mente quedara en blanco y olvidase lo que estuviera diciendo. (Lo que en parte pasó, ya que detuvióse al ver que el mozo se acercaba nuevamente, esta vez con una botella de Breeders y dos vasos, haciendo un asombroso equilibrio sobre una vieja bandeja plateada). El mozo puso con vehemencia de bar los dos vasos sobre la mesa, y luego la botella. «Es notable su experiencia; primero los vasos, que pesan menos, y, luego, la botella, así no pierde el control de la bandeja ante una variación repentina del centro de equilibrio, cosa que hubiese pasado al tomar primero la botella, muy pesada...», pensó el que acababa de mudar. «Debe de tener un buen tiempo trabajando de esto.»
Ambos amigos dieron simultáneamente las gracias. El mozo sonrió y se preparó para dar la retirada, de hecho, ya había dado la media vuelta cuando oyó a uno de los dos clientes que se dirigía, al parecer, a él.
—Disculpe...
—¿Sí? —inquirió el mozo un poco inquieto—. ¿Hay algún problema con su orden? ¿Me equivoqué de pedido, señores?
—¡No, no, nada de eso, por favor, todo lo contrario...! Es... sólo una duda, si me permite la indiscreción.
—Diga usted. —El mozo con curiosidad se posicionó firme frente a este extraño cliente, pero encorvado por dicha curiosidad como un niño frente a una larga fila de hormigas.
—Me preguntaba cuánto tiempo hacía que usted... trabaja de... servir mesas —finalmente exteriorizó su duda, tímidamente, pues no quería herir el ego del mozo. El mozo sonrió y se mostró visiblemente afectado ante el cuestionamiento del desconocido.
—Bueno, señor —comenzó el mozo alzando nerviosamente la voz y rascándose involuntariamente el occipucio—, no es que yo tenga la intención de estar sirviendo mesas para siempre, pero me paga la facultad, si las propinas son buenas...
—Mm, sí, apuesto a que incluso se saca buenas notas, nada debajo de 8... —dijo para sí, pensando en voz alta, pero el mozo, al oírlo, creyó que se dirigía a él, por lo que contestó avergonzado.
—No... bueno... algo. Pero, ¿usted...?
El hombre comenzó a reír a carcajadas, el mozo, perplejo ante la inesperada reacción, se endureció, con una facción tal que parecía víctima de la mirada de Medusa. Preocupado se excusó y se alejó de la mesa rápidamente.
—Estás loco... —dijo el amigo, mirando cómo se alejaba el mozo.
—Algo —contestó el otro—, pero no lo suficiente... Aunque espero que esto haga el resto del trabajo —dijo, levantando la botella de whisky hasta la altura de sus ojos y luego echando nuevamente a reír.
—¿Notaste lo patético de aquel tipo? —agregó luego de una pausa en la que se sirvió una medida del contenido de la botella—. Probablemente nunca termine sus estudios y trabaje el resto de su vida sirviendo whisky a borrachos pseudo filósofos que creen tener el derecho moral de juzgar a la humanidad entre copas.
—Pero... pero... —exclamó el otro, desconcertado.
—Después de todo, cada uno tiene sólo lo que se merece —continuó diciendo el primero, con aire cansino, como si le confesara una culpa que le pesara en exceso al vaso que ahora se acercaba a los labios—. Bah —exclamó con asco y sacudió la cabeza al mismo tiempo; reacción que su amigo adjudicó al fuerte trago recién bebido, aunque en verdad se tratara del disgusto que le causaran sus propias palabras, que le habían parecido tan falsas, como salidas de la boca de alguien más, de un ingenuo.
Un tenue silencio se prolongó a lo largo de uno o dos tragos más, impasse que forzó un cambio de tema: ambos, en lo que había durado el silencio, divagaron en diversas cavilaciones que, por su jerarquía (de ínfima o extrema importancia), jamás se hicieron verbo. Finalmente apoyó el vaso vacío, dispuesto a hablar, cuando oyó que su amigo ya lo estaba haciendo, quizás, incluso, hasta hacía un rato ya. Se esforzó en darle significado a los sonidos que desfilaban indiferentemente de un oído al otro sin dejar huella en su cráneo. Sólo logró captar frases fragmentadas de lo que podría haber sido muy interesante oír, según juzgó; y, aun así, sus esfuerzos fueron inútiles y no pudo comprender nada, pero, para no parecer maleducado, asentía continuamente con la cabeza y decía “mjm...” cada vez, pero en ningún momento pudo verle la cara a su amigo; no podía quitarle la vista al vaso vacío que acababa de dejar sobre la mesa. «¡Qué ridículo!», pensaba, y de todas formas no podía evitar mirar el insignificante vaso, barato, como cualquier vaso de bar; sucio, como cualquier vaso de bar, y, sin embargo, su férrea voluntad sólo le provocaba dolor de cabeza al intentar desviar su mirada del vaso aquél, tan ordinario que empezaba a disgustarle profundamente.

Mjm...

Mjm...

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