lunes, julio 02, 2007

Caracol

Por. Facundo Ezequiel

Las lánguidas palabras resbalaban gravemente por mis oídos como una sombra encerada en susurros. Quise responder pero sólo conseguí un cacareo en la parte trasera de mi garganta. Estaba frío pero mis mejillas se enrojecieron, acaloradas por una vergüenza infantil. La abracé bien fuerte, para que no huyera y me abandonara. Tenía miedo de mí y necesitaba sentir el calor de alguien que me comprendiera. Besé su cuello y sentí cómo se estremeció. El contacto de mis labios con su piel erizada me laceró la mente como si se tratara de una afilada hoja de navaja que abría una fruta tierna. Estábamos los dos desnudos y no podía ver su cara, pero sus hombros me confortaban. Besé sus delicados hombros. Oí cómo gimió; parecía un gato soñando pesadillas. Besé sus omóplatos; sus angelicales alas de piel y hueso. Ella respiraba por la boca; mi aire entraba por sus pulmones y exhalábamos al unísono. Acaricié su espalda con mi aliento hasta llegar al cuenco donde terminaba. Besé con todo mi amor y ternura primero una de sus celestiales nalgas y luego besé la otra. Una lágrima caliente se desprendió de mi ojo y quise llorar. Escuché un sollozo y se me cerró la garganta. La abracé bien fuerte, para que no huyera y me abandonara.

1 comentario:

Tono dijo...

Nos aferramos fuertemente, a no perder aquello que nos hace sentir vivos. El miedo, nos dice que podemos perderlo todo en un segundo y aun asi, el momento es divino...buen post, de seguro volvere a dar vueltas por este lugar. saludos