lunes, abril 09, 2007

Cuento y robo

Por. Facundo Ezequiel

Estaba tan empedo que no podía lavarme la cara; el jabón se me caía de las manos. Sin embargo era uno de esos pedos sobrios en los que casi no reconocés tu cara en el espejo y te pinta por escupir barbaridades a las mujeres que te parecen atractivas. La sinceridad ante todo. Te partiría la boca de un pijazo, diría un gran poeta.
Salí del baño y le pedí una hamburguesa completa y otra cerveza. Me quedé esperando en el mismo lugar. Cuando empezaba a bajonearme el tipo puso la hamburguesa y la cerveza sobre el mostrador y me cobró. Felizmente me fui a mi mesa. Comí y tomé hasta que empecé a pensar en lo deprimente que era comer en un lugar donde el suelo es de piedra, de piedras sueltas, como de plaza de estacionamiento de complejo deportivo cubierto por mediasombra. Pero mi amigo que me acompañaba no me dio tiempo de deprimirme mientras me preguntaba por las razones de mi último relato.
—¿Por qué es el protagonista un comunista hipócrita? —me preguntó con cierta desconfianza; quizás sintiéndose aludido.
—Por ninguna razón en particular.
—¿Por qué su hermano es taxista? —volvió a preguntar.
—Pura inspiración divina —le volví a contestar.
—¿Y por qué...? —empezó a preguntar.
—Porque se me cantó las santísimas pelotas —dije yo muy calmado—. Porque era lo más sensato y era lo que me parecía que causaría el mayor efecto emocional en los lectores, aunque fuesen solo dos: vos y el Turco.
Se calló.
Terminé de comer y de tomar y sin pedir el consentimiento de mi amiguito rojo me levanté, me fui al bar de enfrente, donde la bebida era más barata y las mujeres gratis.
Entré como entraban en los grandes westerns los salvajes protagonistas. Pegué una ojeada panorámica y vi lo desastroso del lugar, y lo asesino de las minifaldas. Casi me acabo encima.
Hice unos pasos al estilo John Wayne y pegué una mirada a la forma de Clint Eastwood al tipo de la barra.
—Una cerveza —dije—... en un vaso sucio.
El tipo no entendió el chiste y se me quedó mirando. Le hice una sonrisa para que entendiera que se trataba de una broma pero creo que entendió cualquier cosa porque la cerveza me la dio de mala gana. Así que de mala gana le di mi plata también.
Contagiado por la energía del momento, así, como con mala gana, me acerqué a la mina más buena y que parecía estar más sola en ese lugar.
—Que música de mierda, ¿no? —dije, haciendo referencia a la música que sonaba en el tocadiscos de un peso los dos temas.
—La puse yo —me contestó, mirándome con cara de "forro andá a cagar". Me eché a reír a carcajadas como un loco. Ella tampoco entendió el chiste y me miró con cara de culo.
—No hay razón para enojarse, nena —dije yo sin mirarla, mientras sacaba de mi campera un atado de cigarrillos a lo Humphrey Bogart y me prendía uno. Le ofrecí uno. Ella aceptó. Por lo visto no tenía tan mal sentido del humor. Ya estaba servida.
—Me hacés acordar a alguien —agregué.
—Probablemente a la Madre Teresa de Calcuta, ¿no?, me lo dicen seguido —dijo ella.
Yo me sorprendí por su broma y me reí a carcajadas que no pude aguantar, echándole todo el humo que había tragado en la cara. Ella entrecerró los ojos y esbozó una leve sonrisa. Era una sonrisa aprobatoria.
—Me vas a decir tu nombre —pregunté.
—No antes de escuchar el tuyo —me dijo ella.
Ahí fue que noté que la guacha echaba fuego.
—Facundo —respondí con orgullo no correspondido.
—Ludmila —dijo con gracia divina.
—Un nombre digno de una princesa...
—O de alguien que tiene hambres.
—¿Hambres? Mmm... ¿Tengo yo el alimento necesario?
—Puede ser...
—¿Y cómo podemos averiguarlo?
—Seguime... —Ella sonrió y con su forma de andar tan femenina me guió probablemente a una trampa donde me robarían hasta los zapatos. Pero una mujer así bien vale el riesgo irreflexivo.
La seguí sin preguntar por varias calles oscuras y faltas de estética urbana contemporánea. Llegamos al final a un chalet venido a menos en el que la pintura caída era lo que en mejor estado estaba. El jardín delantero era una mierda con yuyos de un metro de alto y el frente estaba comido por la humedad que ennegrecía todo. Al parecer era una especie de casa tomada. La seguí dentro y subimos unas escaleras hasta el piso superior donde un pasillo dejaba ver cuatro puertas. Entramos en la última de la derecha donde había solo un colchón viejo, sucio y húmedo. Ella se empezó a sacar la ropa. Esperé hasta que quedara con la parte de arriba desnuda al menos para empezar a sacarme la mía; al menos para poder ver esas tetas gloriosas; eran tetas dignas de enciclopedia. Rápidamente me saqué la campera y la remera. Ella ya se estaba sacando el pantalón y yo ya la tenía más dura que una piedra; en cuanto me desabrochara el jean saltaría mi enhiento amiguito a saludar.
—Esperá —me dijo ella al verme a punto de desabrocharme el pantalón—. Esta parte me gusta hacerla a mí.
La pija se me puso todavía más dura. Estaba a punto de explotar. La muy puta se puso de rodillas frente a mí e hizo lo que yo estaba a punto de hacer: me desabrochó el pantalón, me lo bajó y dejó al descubierto mi pulsante verga. Ella la agarró con una mano y con la otra me agarró por las pelotas, creo que la sorpresa fue lo que me impidió acabar al instante. Me la sacudía con la mano y con la boca me la chupaba con furia, como si de eso dependiera su vida. Y pensé: «quizás de eso sí dependa su vida...».
Hizó a un lado la bombacha, sin siquiera sacársela, y manipulando mi porongo se lo metió con todo el cariño del mundo. Los dos empezamos a bombear desesperadamente como dos marineros que se hunden en medio del mar. Transpiré la gota gorda mientras intentaba hacerla acabar. Finalmente se vino y yo me rendí a ese pequeño vacío blanco.
Cuando estaba dispuesto a vestirme nuevamente, dos tipos negros, feos, del tipo muscular heladera, entraron a la habitación y en un abrir y cerrar de ojos me dejaron en bolas (es un decir, puesto que ya estaba en bolas); me robaron absolutamente todo lo que tenía. Me cagaron a trompadas, por las dudas, supongo, y así como vinieron se fueron pero con mis cosas. La puta traicionera se cambió rápidamente.
—Estuviste bien..., perdón; quizás en otra ocasión será... —me dijo ella mientras se iba con su lindo culo tambaleando. Yo sonreí para ella y ella para mí; tenía la esperanza de encontrarnos en una situación más propicia, más adelante... pero lo que era entonces... Me tiré a descanzar; más bien, me desmayé.
Otro día sería.

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