lunes, noviembre 08, 2010

Levitación

por. Facundo Ezequiel

Fui a comprar unos discos, algo de Bowie, algo de Billie Holiday, muy feliz porque por fin tenía algo de plata como para comprar un poco más que fósforos y alcohol (una forma barata de inmolarse, que estaba considerando). Así que con una alegría bien escondida me acerqué al mostrador: los discos en una mano y la otra mano metiéndose como una rata en el bolsillo (una chica una vez me dijo que donde la rata puede meter la cabeza, entra toda; cómo esta chica sabía esto escapa mis pensamientos más inocentes); lo que quería decir es que tenía el brazo metido hasta el codo en el bolsillo y no había rastro de un maldito billete; casi me rascaba el tobillo y nada de nada, ni una moneda, ni una pelusita; fue entonces que muy astutamente me di cuenta de que tenía un agujero en el bolsillo, es decir, ADEMÁS del obvio agujero que nos permite acceder a las pertenecias que guardamos e introducimos por el previamente mencionado y redundante agujero: tenía un agujero y había perdido la guita.
La mujer de la caja me miraba con la mirada agnóstica de todos los que laburan 12hs diarias y yo le sonreía nervioso.
“¿Tarjeta o efectivo?,” escuché una voz que me preguntaba.
Miré a ver si había otra persona detrás de la cajera que me estuviese hablando, porque no la había visto mover los labios, pero esta chica era muy flaca, era un junco: hubiese sido imposible. Volví a meter el brazo en el bolsillo. Aproveché para arrancar un pelo de la pierna que tenía encarnado, pero otra vez esa voz que NO venía de la boca de la cajera, habló:
“¿Por $5 más quiere llevar los éxitos de Sandro?”
Y no había movido un músculo: era la mejor ventrílocua, o la mejor mentalista.
“¡Me estás jodiendo!,” exclamé, “. ¿Cómo lo hacés? No movés la boca, nada... ¿Cómo mierda hacés?”
“¿Disculpe?”
“¡Ahí! ¡Lo estás haciendo de nuevo!”
“¿Eso? Perdón, a veces me olvido y asusto a la gente.”
“¿Cómo lo hacés?”
“Es difícil de explicar, estudié diez años con Sai Baba; pero esto no es nada... deberías verme levitar.”
“Quizás debería,” dije.
“Mirá, eh.”
Cerró los ojos y por un segundo me pareció que me tomaba el pelo.
“Te estás poniendo de puntitas,” dije, riéndome. Pero ella no dijo nada y continuó elevándose, hasta que no me quedó ninguna duda; es decir: cualquiera levita unos centímetros del suelo, pero esta mujer ya estaba por chocarse la cabeza contra el techo.
“¿Qué te parece?,” me dijo, mirándome desde arriba.
“Increíble... ¿Qué hacés trabajando acá? Con una habilidad como ésa podrías hacerte millonaria...”
“Con Sai Baba aprendí que uno no debe aspirar a los bienes materiales.”
“Nunca querría aspirar una heladera,” dije jodiendo, pero ignoró mi comentario, y comenzó a bajar lentamente, hasta que otra vez tocó el suelo con los pies.
“¿Estás bien?,” pregunté.
Se la veía agitada.
“Sí, es que hace mucho que no levito tanto, y cansa...”
“Solo me lo puedo imaginar.”
Nos quedamos en silencio, mirándonos. Me acordé de que no tenía plata y los discos estaban sobre el mostrador.
“Mirá,” dije, “... en realidad no voy a comprar estos discos.”
“¿No? ¿Te asusté? ¡Perdón, por favor, no le digas a mi jefe, que ya es la segunda vez en el mes, me van a echar!”
“No, tranquila, nada que ver, todo lo contrario, me gustó mucho el truco de la voz, y verte levitar fue... fabuloso; es decir: nunca vi a nadie levitar así, me pareció hermoso... lo que quiero decir es que la única razón por la cual iba a comprar los discos era para hablar con vos, así que...”
“En serio.”
“Absolutamente.”
Ella se sonrojó, sonrió, intercambiamos teléfonos y le dije que la iba a llamar esa misma noche.
Me fui con los discos y un par de ideas útiles para el asunto de la levitación. Hice un bollo con su número de teléfono y me lo metí en el bolsillo. Ya podía ver mi primer millón, mientras caminaba de vuelta a la pensión.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El salame puso el número en el bolsillo del agujero. Si la frase del bollo fuera la última estaría segura. Pero como no es la última, ahora estoy en duda. Siempre hay una vuelta con tus cuentos. Bueno, pero el de Shostakovitch o como se llamara sí que cerraba, un buen cuento. Saludetes.

Facundo Ezequiel dijo...

Gracias, señora Anónimo. Y saludos, también.