viernes, marzo 07, 2008

Con la loca mordiéndome los talones

por. Facundo Ezequiel

Esperaba sentado —enlatado entre un banquero peludo como un mono y una negra famélica— por mi corte de pelo. Frente a mí una mujer psicótica y su marido, un tipo que parecía agradable, quien leía una revista de periodismo glamoroso, esperaban su turno también. La loca me vio mirándola y por un segundo empezó a parpadear y casi a convulsionar con los múltiples tics que la atacaban, de pronto mete su mano en la cartera y se abalanza gritando sobre mí con uno de esos aturdidores eléctricos que las mujeres llevan para defenderse de los atacantes.
—¡Controlá a tu mujer! ¡Controlá a tu mujer —gritaba yo mientras me tiraba hacia atrás intentando evadir la punta eléctrica de su aparato fálico ayudándome con la suela de mis zapatillas.
El marido, con unas maneras de lo más apacibles, llamaba a su mujer, casi amaneradamente, sin levantar la vista de su lectura.
—Marilú... Marilú... Dejá al muchacho... —como esos padres que no demuestran convicción alguna al retar a sus hijos salvajes.
—Podés pasar —me dijo mi peluquero y yo me arrastré asustado hacia la silla de cuero giratoria.
Apenas me senté, me di cuenta que la habitación estaba cubierta de espejos y mirara donde mirara me veía a mí mismo; si miraba hacia arriba podía llegar a ver las suelas de mis zapatillas, y, si miraba un poco a la derecha de ese punto, podía llegar a ver la parte de atrás de mi oreja izquierda. Incluso había ciertos espacios en la habitación donde la luz se reflejaba tantas veces que podías ver gente que se había sentado en esa misma silla hacía más o menos 20 años; así lo delataban los pelos abultados y las enormes hombreras entre destellos de colores flúor. Entonces vi un nene que me pareció conocer de algún otro lado. Era un chiquito simpático con su cabecita cubierta de enmarañados tirabuzones, rubios como el mediodía. Un chiquito tímido que no hablaba excepto cuando le preguntaban algo, o eso parecía, según las muecas mudas de las personas que lo rodeaban, incluído mi peluquero, solo que esta última figura, su voz, tenía sonido y en verdad, tardé un segundo en enterarme, no era ningún reflejo, era mi peluquero en carne y hueso, preguntándome cómo andaba y qué quería para mi cabeza.
—Un juego nuevo de ideas —le dije, y él, con su velocidad de peluquero, comenzó a hundir sus tijeras en mi enorme cráneo y a moldear todo dentro de él hasta que me relajé y dio por finalizado su trabajo.
Le agradecí y le pagué los $15 a la señora del mostrador, di las buenas tardes a todos y salí corriendo con la loca mordiéndome los talones.

1 comentario:

Clau dijo...

quiero hacerte llegar ua foto