jueves, octubre 04, 2007

Despertarse

Despertarse: el mayor de los dilemas en la sociedad actual. ¿Cuántos habrán deseado quedarse en la cama descansando aunque sea un minuto más? ¿Cuántos habrán transigido la hora sagrada del levante por un arremetedor capricho de laxa vagancia? Bueno, sin contar aquellos superhombres que han nacido con la acatadora agudeza de un reloj suizo y que funcionan como engranajes constantemente, creo que la respuesta podría ser “todos”.
Habiéndome despertado, hoy, a las ocho de la mañana con una genial idea en la cabeza, me propongo anotarla de mala manera (si no fuese por la idea hubiese seguido durmiendo) y, al acabar, decido completar mejor el concepto de la misma retornando al mundo de los sueños. Dos horas más tarde me vuelvo a despertar y la idea no se completó, por lo que, murmurando entre dientes, me vuelvo a dormir. Nuevamente, dos horas más tarde (al parecer se desarrollaba un patrón), me despierto, esta vez con el cuerpo adolorido y con cierto grado de remordimiento que me impedía volver a dormir.
¡Somos piezas de un aparato, hoy por hoy, disfuncional! Claro que cuando digo “somos”, sólo puedo hablar por mí... De cualquier manera, los horarios difícilmente puedan mantenerse. Nos despertamos todos los días al escuchar el terrible ruido del despertador que es como un baldazo de agua fría en invierno, hacemos todo lo que tenemos que hacer, salimos para la oficina (yo jamás saldría para la oficina, pero estoy tratando de hacer un punto), pero de pronto nos encontramos que, sin nosotros haber fallado en nuestra maquinaria rutina, nos sermonea el jefe: ¡Se llega a horario! ¡Esto es un trabajo! (Aunque uno se pase las horas boludeando con la computadora, hay que llegar a horario, pues es un trabajo).
¿Qué salió mal, si hicimos lo que hacemos siempre, incluso lo que hacemos cuando nos palmean la espalda y nos felicitan? Por lo general, cuando esto sucede, no es tanta nuestra culpa (al menos que no recordemos cambiar las pilas al despertador y aquello que era un desgarrador y agudo trino se convierta en un gastado y grave pedo de la mancha voraz y jamás nos despertemos) como sí lo es de alguien más (siempre funciona echarle la culpa a otro que no se puede defender). La avenida principal se vio bloqueada a causa de un accidente: alguien no hizo caso al horario de sueño, no durmió sino al volante y se hizo torta contra un colectivo; algunas calles se encuentran embotelladas y nos retrasamos en nuestra rutina. ¡Terrible! ¡Se ha desencajado el engranaje! El mundo que con tanto cuidado construimos con la humildad de nuestro oficio madrugador se desmorona y sólo podemos observar en silencio cómo, a la mañana siguiente, ya no somos los mismos y ese algo indescriptible nos devora por dentro: un horrible cáncer de culpa, contagioso, nos convierte en hombres incapaces de levantarse de sus camastros, y cuando por excepción lo logran, lo hacen en calzoncillos viejos y sucios, transpirados y borrachos... perdidos, olvidados del tiempo: disfuncionales.

1 comentario:

Anónimo dijo...

muy bueno lo que escribis. me encanta.