miércoles, octubre 06, 2010

El guitarrista virtuoso

por. Facundo Ezequiel

Estaba terminando de escribir una carta cuando mi amigo me llamó:
—Mi profesor de guitarra va a tocar esta noche —dijo, desde el otro lado de la línea.
—Mirá vos, ¿y qué toca? —pregunté, no muy interesado.
—¿Además de la guitarra?
—Sí, además de la guitarra..., quiero decir, qué música toca.
—El tipo se toca todo, es re zarpado, el otro día, en la clase tocó una obra de Bach y casi me caigo de culo; si lo ves no lo podés creer. Pero no toca solo clásico, yo lo vi con su banda de rock y cuando tocó un par de temas de Maiden sacaba chispas; el tipo tiene algo que no te puedo explicar, tenés que venir a verlo hoy.
—¿Te parece?
—Sí, dale.
—Bueno.
Terminamos nuestra conversación y arreglamos encontrarnos en un lugar en el centro a cierta hora; tenía unos veinte minutos antes de salir. Terminé de escribir la carta, fui al baño, me puse algo de ropa encima, agarré mis cosas y salí.
Cuando llegué al lugar encontré a mi amigo en la puerta, esperando junto a su chica, una rubia de nombre de planta, y un tipo de pelo largo y rulos, encajado en un pantalón de cuero dos talles demasiado chico.
—¡Iannu! —gritó mi amigo cuando me vio acercarme.
Lo saludé con mi típica falta de entusiasmo y él me presentó a su amigo:
—Este es Facundo —le dijo al tipo, mientras me ponía una mano en el hombro—. Es groso, ya vas a ver. Facundo —me dijo ahora a mí—, este es Cristian; es el mejor guitarrista.
Nos dimos la mano y después saludé a la novia de mi amigo con un beso hipócrita o una frotada de mejillas; tenía puesto un perfume que me violó las fosas nasales y se me clavó justo atrás de los ojos.
La situación realmente me estaba matando el ánimo, después de tantas noches de salir solo estaba cansado de conocer mujeres de otros hombres y hombres demasiado estúpidos como para que me admiren por mi falta de entusiasmo en ellos. Todo atentaba contra mi ego y mi estima por la humanidad.
El guitarrista dijo algo que no escuché; yo miraba detrás de la cabeza de mi amigo cómo un grupo de tipos de camperas de cuero vociferaban mientras vaciaban una botella de cerveza. Los mejores momentos de mi vida se sentían como malas películas, y aunque pensé eso, ni siquiera estaba pasando un buen momento; era como ver un documental sobre la vida de Perón mientras un hombre encapuchado te clavaba agujas entre las uñas de las manos. No muy divertido.
—¿Qué te parece? ¿Entramos? —me preguntó mi amigo—. Cristian tiene que terminar de arreglar el sonido, pero mientras podemos tomarnos una cervecita.
—Dale.
Mi amigo atravezó la puerta de la mano de su chica, yo eché una mirada hacia la calle y después los seguí. El patova de la puerta me miró y con un gesto me dijo:
—Son diez pesos. Pagá adentro.
Yo no dije nada y me metí.
El lugar estaba oscuro, busqué a mi amigo, pero no lo vi por ninguna parte, aunque, después de todo, no había mucho que quisiera ver en ese antro.
Una vocecita me llegó desde abajo:
—Son diez pesos.
Miré. Había una mujer sentada en una mesa con un talonario de rifas y una caja de zapatos.
—No, mi amigo acaba de entrar, yo estoy con el guitarrista, el tipo de pantalones ajustados —dije.
—Si querés pasar a buscar a tu amigo son diez pesos.
—¿No puedo pasar un segundo a buscarlo? Es un segundo, estoy seguro que lo encuentro y arreglamos todo...
—Diez pesos.
Sentía que la conversación no llegaba a ninguna parte. Yo era muy fácil con la gente; no es que me engañaran con facilidad, simplemente me ganaban por cansancio; lidiar con los intentos subnormales de estafa me causaban un grado de vergüenza ajena tan incómodo que terminaban por sacarme cualquier cosa que quisieran. Así es como tenía una tele que nunca miraba, una multiprocesadora que nunca multiprocesó y un seguro de vida que nunca iba a cobrar.
Saqué mi único billete del pantalón y se lo entregué de mala gana.
La tipa cortó un número para mí con una firma en rojo en la parte de atrás y me dejaron pasar.
Apenas hice unos pasos pude ver la mesa en la que estaba mi amigo con su novia. Una mesera estaba parada junto a ellos, tomándoles el pedido.
—¿Dónde te habías metido? —me preguntó mi amigo.
—La tipa de la puerta me acaba de robar diez pesos.
—¿Por qué no me dijiste? Si entramos gratis; Cristian nos hizo pasar.
—No me sirve de consuelo que me digas esto ahora.
La mesera, que en algún momento se había ido, volvió con una Corona que plantó en medio de la mesa y destapó. A cada uno nos puso un vaso delante y después se fue.
Agarré la botella y llené los vasos intentando no generar espuma. Lo hice bastante bien. Vacié mi vaso de un trago.
—¡Epa! —dijo mi amigo—. Qué dure un poco, ¿no?
—No pasa nada, ahora nos pedimos otra —dijo la novia mientras le sobaba sonriente el muslo.
—Se... pedite otra —dije yo, llenando mi vaso nuevamente.
Mi amigo miró a su novia, esperando algún tipo de aprobación, después llamó a la mesera y le encargó otra cerveza.
El guitarrista se acercó a nuestra mesa y comentó:
—Al final no vamos a hacer la prueba de sonido; lo arreglamos sobre la marcha; ya fue, si no, se hace demasiado tarde.
—Tomate un trago —dije, alzando el vaso.
—Uh, no sé, no, le saco un traguito al muchacho, nomás... No me gusta tomar antes de tocar: me pongo lento —dijo y le tomó un trago del vaso de mi amigo. Se dio la vuelta hacia donde estaba la consola de sonido, le dijo algo al sonidista y encaminó hacia el escenario.
—¿Estamos? —dijo al microfono.
El tipo del sonido dio el OK.
Sacó la guitarra del soporte y se pasó la correa por detrás del cuello, bajó los brazos y la guitarra quedó firme sobre sus hombros. Parecía una especie de guerrero bárbaro, con su arma cargada y lista para disparar. Todos estábamos entusiasmados, esperando ver la clase de milagro que desataría con semejante máquina.
Empezó a puntear las cuerdas de acero con los dedos. Mientras su cuerpo se adaptaba a su nueva monstruosa forma, se contorsionaba de extrañas maneras, su cara gestualizaba ridículamente; realizaba arpegios que, poco a poco, florecían como jardines; campanas sonaban con una intensidad religiosa. No era sólo la cerveza; desplegaba acordes con tal seguridad, fuerza y belleza que en poco tiempo gran parte de la concurrencia estaba dispuesta a tapar con gritos de emoción su sonido.
Se notaba que se le dificultaba escucharse a sí mismo; empezaba a pulsar las cuerdas con más fuerza, machacaba casi como un tren, ganaba, segundo tras segundo, en velocidad. Le hizo una seña al sonidista para que suba el volumen, pero por alguna razón nunca parecía ser suficiente; se podía ver cómo saltaban los fragmentos de uñas rotas de sus dedos; apretaba los dientes, se lo podía sentir llegar al límite de su cuerpo. En cualquier momento yo estaba dispuesto a ver su espíritu flotando sobre nuestras cabezas, esa era la impresión que causaba.
Corrí la vista hacia la botella y me serví otro trago. Miré a mi amigo: tenía una mirada muy extraña, la rubia estaba inclinada sobre él con una expresión nerviosa y se sacudía un poco. Me serví otra vez, envidiando la suerte de mi amigo, despreocupado, disfrutando de un show de guitarra y siendo masturbado bajo la mesa con un vaso de cerveza lleno delante suyo. Solo esperaba que no acabe sobre mí.
Miré a mi izquierda y casi incrusto la nariz en el perfecto culo de la mesera, que se había inclinado para pasarle el trapo a una mesa. Deseé tener encima un par de cervezas más para animarme a hacer lo que tenía ganas de hacer. Me serví el último vaso de la botella.
Volví a mirar al escenario. El tipo se estaba derritiendo. Chorros de agua le caían por la cara, le empapaban la ropa. Cuando se movía bruscamente, para pasar de una nota grave a una aguda, del pelo saltaban miles de partículas de sudor en todas las direcciones, rutilantes como diamantes bajo la luz del escenario; era como ver una película de Rocky.
Todos estábamos tan ensimismados por el extraño efecto envolvente que este hombre había causado en nosotros, tanto que, cuando una nota mala y una puteada nos sacó del trance, ninguno entendía muy bien lo que estaba pasando.
El tipo se había llevado las manos a la cara y se encorvaba hacia delante; el pelo le cubría la cara y no se podía ver si estaba actuando o qué había pasado. El técnico de sonido dejó la consola y se acercó; tratando de tranquilizarlo le sacó una mano de la cara, entonces exclamó:
—¡DIOS!... Es el ojo, es el ojo. ¡Llamen a una ambulancia!
Mi amigo se levantó de un salto y se acercó unos pasos. Algo le hizo retroceder. Disimuladamente se subió la bragueta. Volvió a mirar al guitarrista que estaba empapado en sangre y después volvió a la mesa.
—Che, lo voy a llevar al hospital, tengo que llevarlo —dijo.
—Está bien.
—Te acompaño —dijo la novia y empezó a agarrar camperas y cartera.
—¿Venís? —me preguntó mi amigo.
—No, gracias, yo me quedo un rato acá...
Finalmente se acercó al guitarrista y junto al tipo del sonido lo llevaron agarrado por los sobacos hacia fuera, seguidos por la rubia.
La guitarra había quedado junto al parlante y poco a poco comenzó a elevarse una aguda montaña de acople. La gente apretaba los dientes.
—¡Eh, que alguien corte el sonido, la puta madre! —gritó un tipo desde atrás; se había parado y parecía dispuesto a romper todos los equipos.
La mesera se acercó a la consola y empezó a tocar nerviosamente todas las perillas, sin ningún resultado. La aguja blanca seguía clavándose en los tímpanos. El tipo de la barra, viendo que el ambiente se estaba poniendo pesado, fue junto a la mesera y también se puso a tocar botoncitos, pero nada.
El tipo que había estado gritando se abalanzó hacia el escenario y desenchufó el cable de la guitarra. Y mientras volvía a su mesa, aplaudido por algunos borrachos que estaban riéndose de la situación, el tipo dijo en una voz bien argenta:
—¿TAN DIFÍCIL ERA, TAN DIFÍCIL? ¿CÓMO MIERDA HACEN PARA QUE FUNCIONE ESTE LUGAR SI NO SABEN DESENCHUFAR UN PUTO CABLE?
Los empleados murmuraron y volvieron a sus trabajos.
Por fin un show valía lo que había pagado de entrada.
El guitarrista había tenido suerte: había un montón de guitarristas ciegos; con ojo o sin ojo podía seguir haciendo lo suyo, diferente hubiese sido si se le hubiera salido una mano, aunque me venían a la mente al menos un par de maneras más de rasgar una guitarra.
Vacié el vaso abandonado de mi amigo. Le hice una seña a la mesera: otra ronda. Me sonrió, pero ¿cuánto le duraría la amabilidad cuando descubriese que un show era lo único que podía pagar? La gente se hace rica tan solo para tener una serie continua de vacuas amabilidades. Yo era pobre otra vez. Después de un par de cervezas más, ¿cuánto duraría la amabilidad? Mientras tanto, había perdido la mano, aunque podía fingir un rato poniendo el muñón en el bolsillo. No me preocupaba, iba a disfrutar como rico, como en las películas; después de todo, hay más de una manera de rasgar una guitarra.

miércoles, septiembre 29, 2010

El poeta es el gran soñador

por. Facundo Ezequiel

Es difícil ser poeta
cuando no salís de tu casa en semanas
y estás solo.
Lo único que te llama la atención
es el súbito ataque
de las agujas del reloj
que desaparece,
diluyéndose
en el próximo pensamiento.

Te acostumbrás a la mugre
y solo te repugna
pensar en lidiar
con la raza humana,
las conversaciones de barrio,
las charlas de trabajo,
de familia,
los problemas infinitesimales,
los fantasmas sociales de los eternos adolescentes,
la necesidad de éxito,
el sexo.

Sabés que el alivio viene
después de dormir bien,
pero por alguna razón
cuando llega el momento
tus ojos corcovean en sus cuencas
como toros enfurecidos,
pero no hay nada que ver
en la oscuridad
y te convencés
de que ahí
tampoco hay
sueños.

martes, septiembre 07, 2010

Some nothing / Algo de nada

Some nothing

por. Facundo Ezequiel


not much to write about

not much to live for

nothing to succeed in

no game to play

a rest of no activity

so hard to explain

so far from complex

my life in the waste land

where no snow

no roots

no cards

no nothing

ever

grows

from

still

pain



Algo de nada

por. Facundo Ezequiel


no mucho de que escribir

no mucho por lo cual vivir

nada en lo cual triunfar

ningún juego que jugar

un descanso de no actividad

tan difícil de explicar

tan lejos de complejo

mi vida en la tierra baldía

donde ni nieve

ni raíces

ni cartas

ni nada

jamás

crece

del

estancado

dolor

lunes, agosto 23, 2010

Los vasos equivocados

por. Facundo Ezequiel

Una vez que empinás
Los vasos son cada vez más
Y más, y más,
Y más cortos,
Hasta que te das cuenta
De que estás sorbiendo
La carne de tus huesos
Y la sangre circula
Por los vasos
Equivocados.
Y no hay remedio
Para el remedio,
Querida debutante.
La muerte le llega pronto
Al que sabe que viene;
La vida eterna
Es para el que lo ignora.
Es cuestión de decidir
Si naciste muerta
O si morís
Para vivir.
De todas formas
El resultado
Es el mismo.
Y el mundo sigue
Muy a pesar tuyo.

Los Nerudas

por. Facundo Ezequiel

Cuando me enamoré
surgían los Darío,
los Neruda,
los Lorca
de mi ingenuidad,
pero no era mi amor,
eran mis miedos infantiles
ahogándose
después de que los empujara
a la eléctrica
corriente
de la ciudad.
Y si se preguntan
por qué no hay
Lorcas o Nerudas o Daríos en BSAS hoy,
intenten atravezar la ciudad
para ver a una mujer y
después me cuentan.

Muchacho Punk

por. Facundo Ezequiel

A un muerto respetable

Nunca te hablé
pero vos me hablaste
a mí
de la forma
más íntima,
y me dejaste pensando,
nos dejaste a todos,
no todos pensando.
Nunca me animé
a buscarte
sino a encontrarte
de casualidad,
como se encuentran
las cosas más valiosas.
Fogwill,
no podías irte a otra edad
más que a tus eternos
69 años.
La vida te jodió
como nos jode a todos
pero seguro que vos
le hiciste el amor
como pocos pueden.
Ahora te pueden santificar
con la dolorosa discreción
de todo argentino,
y mientras descansás
en algún lugar
contando
asombrosas realidades,
me das tiempo
para alcanzarte
y encontrarme
otra vez.
Fogwill,
no quiero ser vos
y morirme.
No voy a ser
velado en la biblioteca
nacional,
no voy a tener
un nombre tan sonoro,
tan hermoso
sobre el papel,
ni voy a ser respetado
por los que creen
en la Literatura;
voy a vivir
olvidadamente
y nadie
jamás
va a saber
que morí,
eso,
de alguna manera
es
también
vivir
por siempre.

Viejos huesos

por. Facundo Ezequiel

Escribir no es poner palabras en un papel,
es sacar tierra con las manos.
Hay que dejar sangrar un poco los dedos,
y con algo de suerte
vas a insensibilizarte
lo suficiente
como para desenterrar
el cadáver
de la inteligencia humana.

Partí cabezas
con los viejos huesos
o tiráselos
a los perros.

Toneladas de basura

por. Facundo Ezequiel

Hay toneladas de basura en lo que te digo,
Pero ninguna de estas botellas rotas,
Ningún pañal para adultos usado,
Ninguna aguja corroída,
Ninguna bolsa agujereada,
Ningún medicamento vencido,
Ninguna toalla petrificada,
Ningún manifiesto pasado,
Ninguna lata de aceite,
Ningún pañuelo descartable,
Ninguna pila sulfatada,
Ningún tubo de cartón,
Ningún rollo de papel,
Ningún forro pinchado
Está dedicado a vos.

Buscá un trabajo, buscá una mujer, sé feliz

por. Facundo Ezequiel

A veces tenés una cosa
y no tenés la otra;
a veces no tenés nada,
y otras veces lo tenés todo,
pero lo único que no cambia
es que siempre te falta algo,
y no se puede ser feliz
si te falta algo;
sé que no tengo nada
si algo me falta.
Y ella siempre me pide algo.
¿Cómo puede haber amor en el hombre
cuando no tiene lugar donde crecer?

¿Cómo se le llama a eso?
Ah, sí: vida.
Vida de mierda.

martes, junio 29, 2010

La velocidad de la oscuridad

por. Facundo Ezequiel

Por qué la oscuridad es tan ligera?
Se mueve más rápido que la luz.
A veces estoy descansando
Y la siento rozarme el brazo
Mientras se desliza a mi lado.
A veces me alcanza
Incluso antes de cerrar los párpados.

Por qué es tan veloz la desdicha
Y se adelanta a toda gracia?
A veces la veo parada en la esquina
Y ya no sé si seguir caminando.

A veces los oídos me zumban
Creo que los lobos del tiempo
Están aullando.

La Gran Puta de dios

por. Facundo Ezequiel

una poesía tiene que ser
como una mujer de rodillas
mirándote a los ojos
ansiando tu bragueta
cavando fertilidad insospechada

un poeta debe ser
una gran bomba de sangre
dilatando venas y arterias
del Sexo Universal
enviando fuego líquido
por canales venéreos

el poeta es
la Gran Puta
de dios

Una lectura sobre la mierda

por. Facundo Ezequiel

De alguna manera para mí inexplicable, luego de algunas incursiones durante ciertas clases en la universidad, a la cual asistía de forma esporádica y poco decidida, había logrado alcanzar una notable popularidad en el cuerpo estudiantil.
Un día estaba sentado en un bar frente al edificio de la universidad, disfrutando de un café y leyendo un libro de poemas de Dylan Thomas, cuando una hermosa pelirroja se me acerca y se para junto a mí. No estaba seguro de si la conocía de algún lado; había aprendido a olvidarme rápido de las mujeres hermosas.
Se quedó ahí parada, me estaba poniendo nervioso, no sabía si tenía que decir algo o qué, así que me quedé quieto con los ojos fijos en mi libro pero toda mi atención dirigida hacia la chica.
—Perdón —dijo al final—. Vos sos Balthazar Dahl, ¿no?
Levanté la vista para mirarla a los ojos. Hermosos ojos azules.
—Sí.
—Mi amiga va con vos a la clase de literatura alemana, se llama Luisa.
—Perdón, no creo acordarme.
—No te preocupes, no es una chica memorable, pero sí es inteligente. Me contó de vos.
—¿Ah, sí?
—Sí. Quiero conocerte.
—Acá estoy. No hay mucho más.
—No, digo... quiero “conocerte.”
—Está “bien”...
—¿Te parezco una chica memorable?
—Probablemente me acuerde de vos esta noche.
—¿No tengo las caderas muy anchas?
—Para nada..., es más, hacen juego con... bueno, con tu parte de arriba. Para mí estás muy bien.
—¿En serio?
—Muy en serio.
—¿No me vas a preguntar cómo me llamo?
—No veo que eso haga alguna diferencia. Ok, cómo te llamás.
—Vanessa, con doble “S”.
No tenía ningún comentario amable así que me callé.
—Invitame a tu casa —dijo ella.
—Vivo lejos, no tengo auto.
—Vamos a mi casa.
—¿Dónde vivís?
—Acá nomás, a unas cinco cuadras.
—¿Tenés plata?
—Algo.
—¿Podés comprar unas cervezas?
—Un par, sí. Tengo vino en casa.
—Buenísimo, vamos.
Me levanté y me fui, sin tiempo de pagar el café; tenía que acordarme de no volver a aparecer por ahí.
En el camino la agarré de la cintura y la acerqué para besarla. Tenía que agacharme un poco pero valía la pena. Ella se separó y me señaló un supermercado chino. Entramos y compramos algunas cervezas y un par de cajitas de preservativos.
Estábamos muy calientes. Apenas cruzamos la puerta del edificio en el que ella vivía empecé a meterle mano, podía sentir la cálida humedad entre sus piernas. Las botellas tintineaban una hermosa tonada. La fui besando y manoseando a lo largo del pasillo. Ella se liberó un momento para llamar al ascensor.
Empezamos antes, ella intentaba poner la llave en la cerradura, pero tenía el culo más hermoso que jamás hube visto y no pude aguantar. Le desabroché el pantalón y le bajé el cierre en un solo movimiento. Ella no podía o no quería embocar la llave. Le bajé poco a poco el jean para descubrir ese glorioso culo. No le saqué la bombacha, me excitaba más así, no sé, era una especie de morbo. Se la corrí a un lado y empecé a hacer fuerza para entrar. Ella gimió un poco de dolor y otro poco de calentura. Seguí empujando. Se había olvidado de la puerta y de la llave, aunque algo de lo que pasaba a mí me lo recordaba.
Era difícil metérsela, estaba bastante cerrada. La agarré de las caderas y con una mano la empujé un poco para que se incline hacia delante. Dejó caer las llaves y apoyó las manos en la puerta para no perder el equilibrio. Apenas había entrado la mitad de la cabeza y yo empezaba a transpirar. Empujé un poco más. No era fácil. Estaba haciendo tanta fuerza que empecé a tener miedo de partirme la pija; había escuchado unas historias horrorosas acerca de eso. Le encomendé mi suerte a dios e hice un último gran esfuerzo.
Escuché una especie de crujido. La puta madre, pensé, me rompí la pija. Pero finalmente estaba adentro. Empecé a bombear. No me dolía, es más, se sentía muy bien, así que me dediqué a lo mío. Le di unos quince saques frenéticos y cuando estaba a punto de acabar se la saqué rápido para enchastrarle los muslos y la espalda. Largué unos chorros infinitos, probablemente le había hecho un pegote hasta en las hermosas hebras cobrizas de su cabeza.
Suspiré triunfalmente. Un olor penetrante me llegó a la nariz, era asqueroso, como si alguien hubiese abierto la cloaca. No se podía ver muy bien, la luz del pasillo estaba apagada, era una de esas luces que se mantienen prendidas por unos segundos y uno tiene que correr a apretar el botoncito naranja. De pronto me doy cuenta de que Vanessa, con doble “S”, está llorando.
—¿Qué pasa? —pregunté—. ¿Por qué llorás?
—¡No!... ¡Me muero! ¿Por qué? ¡Que vergüenza!
Parecía una loca, sollozaba y hablaba sola.
Me levanté el pantalón con una mano y fui a apretar el botoncito naranja.
—¡NO! ¡NO! ¡NO PRENDAS LA LUZ! ¡NO QUIERO QUE MIRES!
Tarde. Parecía el escenario de una película de terror. Mierda y sangre por todos lados, y semen, bastante semen.
—¡Me cagué!... No mires... por favor... —sollozaba.
Era horroroso, pero no podía imaginarme lo mal que debía sentirse ella, así que intenté ser todo lo amable que podía.
—Shh... no te preocupes, no es nada, es solo mierda, vamos a limpiarte, abramos la puerta y vamos a limpiarte...
La mandé a bañarse, para que se tranquilice, y le dije que yo me ocupaba de limpiar el resto. La mierda se me había metido hasta debajo de las uñas. ¿En qué momento había pasado esto? Tenía las marcas de los dedos en el pantalón y salpicones hasta en la camisa. Cerré la puerta del departamento y fui hasta la cocina a lavarme lo mejor que pude. Me eché detergente en las manos y restregué un largo rato. Parecía que la mierda no se iba más. Después me acordé de mi pija, la había metido ahí dentro y antes de enterarme de lo que había pasado la había vuelto a guardar. Me saqué los pantalones, la camisa y los calzoncillos, y los tiré a un lado. Empecé a sentir el olor penetrante otra vez. Me agarraron arcadas. Tenía pedacitos de caca pegados a mi verga como sanguijuelas de chocolate. Me tiré media botella de detergente encima y empecé a limpiarme.
Después de empezar la tercer enjuagada, escucho unos gritos que vienen del pasillo de afuera.
—¡OH, POR DIOS! ¿QUÉ ES ESTO? ¿QUIÉN PUDO HABER HECHO ESTO? ¡QUÉ HORROR, OH, DIOS! ¡QUÉ INMUNDICIA! ¿ESO ES SANGRE? ¿Y ESO? ¡QUÉ HORROR, QUÉ HORROR, ESE OLOR!
Cuando escuché que la persona se encerró en su departamento de un portazo, abrí la puerta y entré las cervezas, que con toda la conmoción me había olvidado de entrar. De nuevo me había ensuciado las manos al tocar el picaporte. Parecía que la mierda no se iba a ir más. Volví a la cocina a terminar de lavarme.
No sabía que hacer con mi ropa. Alguna vez me había cagado estando borracho, pero al menos era mi mierda, ¿qué se supone que haga uno con la mierda de otro? Busqué la pieza y en el armario algo que ponerme por el momento. Encontré una bata de seda. Me quedaba un poco chica y pensé que me vería un poco puto, pero me imaginé que si tenía que salir por cualquier cosa era mejor que andar desnudo o todo cagado.
Me acerqué a la puerta del baño a escuchar. El agua de la ducha había dejado de correr.
—¿Estás bien? —pregunté a través de la puerta.
—No quiero que me veas —respondió con voz llorosa.
Cuando una mujer no quiere ser vista es cuando uno debe mirarla, a veces se descubren cosas maravillosas. Abrí la puerta del baño y ahí la vi, sentada en el bidet, completamente desnuda, con su belleza pelirroja al descubierto. Sentí cómo se abría paso por entre los pliegues de seda de la bata una nueva erección.
Ella me miró con sus enormes ojos azules cansados de llorar. Y después miró mi entrepierna.
Se abalanzó como una fiera. Creo que era mayor su deseo de redención sexual que su verdadero deseo, pero se prendió como un pulpo con su boca a mi verga. Puso cara de asco, como si acabara de chupar un limón, y después escupió un hilo de baba en el suelo.
—¿Qué es ese gusto? Es horrible.
—Acabo de excavar un pozo de petróleo y quise limpiarme un poco, ¿viste? Ah, te aviso: creo que se te terminó el detergente...
Se quedó mirándome un segundo, analizando con ojos rutilantes mi pija roja de tanto restregar, y después volvió a lo suyo. Era buena. Demasiado buena. Parecía haber recuperado el ánimo y se mostraba muy entusiasmada. Le pedí que lo hiciera con la mano y cuando estuve a punto de acabar le pedí que lo hiciera otra vez con la boca, y entonces, antes de que me aprisionara otra vez con su increíble ventosa, sin avisar, solté mi carga en su cara, en su boca, en su pelo, en sus brazos, en sus tetas, por todo el suelo. ¿Por qué era tan excitante ver a una mujer cubierta de semen? Particularmente mujeres de piel blanca como de alabastro. Ahora estábamos a mano.
Me sentí con ganas de abrir una cerveza. Le limpié la hermosa piel con una toalla lo mejor que pude y volví a la cocina a abrir una botella.
No podía encontrar ningún destapador, abrí varios cajones y revolví entre cuchillos, cucharas, tenedores y bombillas hasta que, al abrir un cajón lleno de repasadores, encontré uno de esos viejos sacacorchos metálicos de forma humanoide cuya cabeza funciona a su vez como destapador.
Me puse a pensar en el vecino, horrorizado tras haberse encontrado en el pasillo con toda esa hedienta porquería. Probablemente se haya dispuesto a llamar al portero, a la policía, a los bomberos, a su psicólogo, al cura párroco, sin saber qué hacer, esperando algún tipo de solución, algún conjuro que borre de su memoria la atrocidad que tuvo que pasar. Pero no tenía caso. Afuera, no solo en el pasillo, sino en la calle, en las universidades, en las comisarías, en las iglesias, en las casas de familia e incluso en el paraíso terrenal había un montón de mierda, sangre y semen.
Le di el primer trago a la botella. En la base tenía un salpicón de caca. Esa era la solución al enigma de la vida. Había que bañarse en mierda antes de poder disfrutar la limpieza.
El agua de la ducha empezó a correr otra vez. Tomé un trago largo y miré mi ridículo reflejo en la ventana atardecida. Tal vez me sume a ella en el baño, pensé.

viernes, junio 25, 2010

Si le rezara a algo

por. Facundo Ezequiel

Si le rezara a algo
le pediría por favor
que se lleve para siempre
las cosas que no tengo
no más mujeres
no más drogas
no más alcohol
no más amigos
por favor

Oeste

por. Facundo Ezequiel

Estas tantas calles entrelazadas
Son como una media de red
En la divina pierna femenina,
Son oscuros ríos de tristes secreciones.
Tantos sentimientos insanos
Arrastran a los hombres
Como cadáveres aún temblando
En un estertor interminable.
Pero mis murmuraciones
Son el patetismo
Del hombre mortal.

Si los dioses también lloran,
Más probablemente lo hagan de risa.
Si ellos también se reproducen,
Seguramente no eligen a otros dioses
Para depositar su continuo esperma;
Elegirán semi dioses
Porque saben de la desgracia
Que mata al hombre.

¿Por qué estás tan deprimido?
Ella le pregunta, tocándole el hombro.

Las pasiones son impedimentos,
Pero son también la única razón
Para enfrentarse a ellos.

Nadie puede ver a través tuyo,
Nadie sabe lo que es morir siendo vos,
Ni te molestes en contarlo,
Esa mierda literaria es solo otra forma
De justificar tus deseos de atención.

Ella no lo ama,
Es solo otra madre
Abandonándolo.
Una brisa le acaricia el cuello
Y sale por la ventana opuesta
Mientras el auto se detiene.
La naturaleza llama.

Hace frío y no tiene abrigo.
Las calles lo tratan mal.

Dos hermanas adolescentes se abrazan,
Pero no van a tardar en olvidar
Que la inocencia es algo que
Requiere un gran esfuerzo adulto
Para mantener.

Muchos padres quisieran
Seguir siendo hijos.

Prendió un cigarrillo viejo.
Lo había dejado, aparentemente,
No en un lugar donde no pudiese
Encontrarlo.
Puso los espejos a una altura
Donde le infiriesen al ambiente la ilusión
De amplitud pero
Donde no pudiese ver
Su rostro.
Tenía la edad de los dioses,
Listo para morir en cualquier momento,
Sin sueldo u obra social,
Sin ideología o ilusiones.

¿Qué significa ese tatuaje?
Eras tan joven.
Yo tengo estas cicatrices
Pero mi piel es inmaculada
Como la de un bebé.

Muchas puertas se abren en esta noche,
Muchos hombres salen a la vereda
Con la cabeza girando y débiles pies.
Las mujeres de la esquina
Ayudan a mover ese gran camión
A través del país.
Tensión es relajación.
Negro es blanco.
Un apretón de manos es
Algo peor que la muerte,
El gris es la falta de necesidad,
El gris es la obesidad de la mente,
El gris es una puta sin piernas
Esperando a su marinero castrado.

Si querés vivir mucho tiempo
Sé estéril.

Prestá atención
Y quizá puedas elegir
Qué calle seguir.

Notas para un mal momento

por. Facundo Ezequiel

Luces de la calle
como eructos de alcohol
tragados
en esta noche

Ruidoso café borbotea
en lenguas incomprensibles

Mamá y bebé paseando

Vago en la esquina

Perro mueve la cola

Mesera gesticula y chista

En frente, ignoto,
cabizbajo llora
un abandonado
de regreso a casa

En algún lugar
amor nace
como súbita
realización

Vida
vale
pena

viernes, junio 11, 2010

Enfermedad

por. Facundo Ezequiel

Debo tener una enfermedad
sin diagnosticar;
durante la noche no duermo
y durante el día
me quedo largos minutos
en un estúpido trance
sin verdaderos pensamientos
observando fijamente
los objetos más triviales.
Seguro estoy enfermo
porque casi no como
y transpiro baldes enteros
a lo largo del día.
Mi corazón salta —
un amigo dijo
que estoy enamorado,
pero él no sabe nada;
yo sé que tengo algo malo
pero nada tan malo
como el amor.

miércoles, mayo 26, 2010

El amor es una estafa

por. Facundo Ezequiel

El amor es
una estafa publicitaria
me digo
cada vez
que pienso
en esta mujer

Prendo la tele
y pongo el canal
de las mujeres
que posan

El amor también
está acá
está en todas partes
si tenés
ojos y oídos

Espero que haya
algo más
en todo este
asunto
del amor

Estas mujeres
se están poniendo
peligrosamente
flacas
y
mis brazos
extrañamente
desproporcionados

Debe haber
algo más
o
pronto
me voy a
enterar
que
todo es
un
engaño
:
la democracia,
el capitalismo,
el comunismo,
Dios,
incluso
los precios en
los estantes,
la duración
de las pilas,
el reloj que
trompeo todas
las mañanas,
Papá Noel,
el Ratón Pérez,
los impuestos,
la capa de ozono,
el ejército,
la televisión,
Greenpeace,
las estafas,
el arte,
el sentido común,
el trabajo,
el lenguaje,
los consejos,
la medicina,
el parentesco,
las drogas,
el cielo,
las matemáticas

TODO
quiero decir
TODO
absolutamente
TODO
quizá también
la Muerte

La idea es
desalentadora
y el hecho
de que
la provoque
una mujer
que apenas
conozco
es
casi
una
doble
negación

No soy nadie
para ella
—ni para nadie—
pero
no puedo esperar
a verla de nuevo.
Todos estos pensamientos
no son sino
otra forma
de
masturbación,
un tanto
más obscena,
debo decir

miércoles, mayo 05, 2010

Encogimiento

por. Facundo Ezequiel

Cuando yo era chico
tenía un autito;
crecí, y el auto
me tuvo a mí.

El canal de los animales

por. Facundo Ezequiel

La vida se pone difícil
cuando se intenta
complacer a
los demás
pero es peor
si se intenta
complacer
uno
a sí mismo

ella lo sabía
porque se lo expliqué
mientras estábamos
desnudos
en la cama

“nunca nada
sale como lo planeo”
dije
“así que dejé
de planear las cosas”

hicieron falta
algunas cervezas
y un
excepcional
buen humor
para que
yo
dijese tanto
pero
ella
no parecía
de tan buen humor

probablemente
no la hice
acabar

era seguro
que yo había
acabado
un buen par de
veces

buen buen humor

me dio la espalda y
apagó el velador
prendí un cigarrillo
y la tele

el canal de los animales
era el más sensato
:
el leopardo
siguiendo a este
animal cornudo
que parecía tan
indefenso
ante el veloz
carnívoro —
y después
las crueles
escenas
del leopardo
estirando los
pedazos de carne
y músculo
como chicles
despegándose
de los
huesos

toda la hermosa
trompa sucia
de sangre

yo también
me había
ensuciado
la barba
más de una vez
actuando
como
un animal

toda esa
desesperación
gritos
sangre
dolor :
cuando lo
pensabas parecía
artificial

a mí también
deberían filmarme
para enseñarle
a los niños de la jungla
cómo es la vida
salvaje
en la ciudad

corriendo mujeres
comiendo conchas
rompiendo culos

cuando el leopardo
dejó de comer
su presa ya no era
sino un montón
de colgajos de piel
y huesos
irreconocibles

pensé en
la mujer
a mi lado y
ya no estaba
de tan buen
humor

apenas se había
consumido
la mitad de mi
cigarrillo

no me sentía
muy depredador
¿quién era
la presa?
¿yo? ¿ella?
encogido y
hacia la izquierda
casi
se había
consumido
mi alma
por completo

lo triste es
que
apenas pude
darme
cuenta

DGI

por. Facundo Ezequiel

Hacé mal
y el mal
vuelve
Hacé bien
y el bien
vuelve

Hacé
lo que
hacen
todos
y tenés
el nirvana
asegurado