lunes, noviembre 17, 2008

El primer hombre

por. Facundo Ezequiel

Cuando la puerta del bar se abrió, sólo el hombre detrás de la barra entrecerró los ojos para ver mejor la borrosa figura que irrumpía violando la oscuridad del antro, pero apenas la puerta se cerró, continuó pasándole el trapo sucio a un vaso de whisky. Los borrachos ni se enteraron que en la habitación había un hombre más, el mismo encargado de la barra se hubiese olvidado de no haber sentido la obligación de cobrar al menos un trago de los cientos que los vagos jamás pagarían. El hombre que acababa de entrar no parecía particularmente arruinado ni tenía apariencia de inspector o policía.
—¿Qué le sirvo? —preguntó el mozo, esperando la negativa, seguro de que solo era un tipo que había sufrido un pinchazo en una rueda de su Fiat Uno.
—Una Corona... Y unos maníes, si tiene, por favor.
El tipo tenía cara de manejar un Fiat Uno, pero venía vestido como un Relaciones Públicas, o como cualquier vendedor de drogas bien conectado.
—Una Corona —dijo el mozo mientras ponía sobre el mostrador la cerveza y la destapaba con una herramienta que sacó mágicamente de un bolsillo en su pantalón— y maníes...
El mozo se le quedó mirando un momento y luego preguntó:
—Bien, no es de acá, ¿no?
El tipo, inexpresivo, le dio un trago a la cerveza y después contestó con una sonrisa:
—No, la verdad que no.
—Sí, me di cuenta en seguida. Escucho mucho “manís”, o “manises”, pero nunca un “maníes”.
El tipo levantó la mirada de su botella, esperando entender a qué quería llegar con ese comentario. En silencio tomó otro trago. Como el pie no llegaba, el mozo continuó tendiendo su puente conversacional.
—Lo único que se ve por acá son borrachos perdidos, siempre son los mismos vagos que vienen todos los días, y toman una botella de ron o de whisky; el último que pidió cerveza fue un viejo que se la pasaba el día entero tomando whisky sentado allá en esa esquina: tenía cirrosis, la última vez que vino me pidió la cerveza, “Estoy en tratamiento,” me dijo, “acabo de salir del hospital y el doctor me dijo que absolutamente nada de whisky”. Esa noche se murió el viejo loco, por suerte alcanzó a salir de acá. Se desangró por adentro; lo encontraron en la escalera del edificio donde vivía, despatarrado y blanco como un papel.
El tipo no pareció reaccionar con la historia del mozo.
—¿Usted no se va a morir, no? —bromeó el mozo.
—Uno nunca sabe —replicó el tipo con una sonrisa y miró el reloj que adornaba su muñeca izquierda.
El mozo apenas tuvo tiempo de recuperarse de su perplejidad, cuando la puerta se abrió sorpresivamente por segunda vez dejando entrar una cegadora ráfaga de luz. El segundo hombre se acercó a la barra y se sentó junto al primero.
—Una Corona... Y unos maníes, si tiene, por favor —dijo el segundo hombre.
El mozo no habló por un momento, puso sin fuerzas la botella sobre el mostrador y torpemente la destapó.
—Ustedes —habló finalmente—... ¿No serán compañeros, no?
El segundo hombre apenas corrió su mirada hacia el primero un instante y dijo:
—No, nunca lo vi en mi vida —y sonrió.
—Curioso —dijo el mozo—; pidieron lo mismo y exactamente de la misma manera. ¿Cuáles son las probabilidades de que pase eso, en este lugar?
—No sabría decirle —dijo el segundo hombre. El primero tomó un trago, estoico, como había hecho hasta el momento.
—Créame que menores que las que se le puedan ocurrir —aclaró el mozo—. ¿No le molestará compartir los maníes con el señor? No me quedaron más.
—No creo que eso sea un problema. ¿A usted le molesta? —preguntó dirigiéndose al primer hombre.
—De cualquier forma me tengo que ir, no se preocupe —contestó y le dio un último trago largo a su cerveza. Sacó un billete de diez y lo puso en el mostrador—. No se preocupe por el cambio —dijo y se levantó.
—Oh, muchas gracias. ¡Aprendan, vagos! —dijo el mozo, levantando la voz a los borrachos que balbuceaban para sí en la oscuridad del bar.
La puerta se abrió por tercera vez y la figura del primer hombre se desvaneció en la luz del mediodía. El mozo notó una fugaz e imprecisa sonrisa en la cara del segundo hombre; aunque era extraño, le pareció que era bastante parecido al primero. El hombre entonces dijo:
—Cóbrese de lo que le dejó mi amigo —y se levantó con una energía que el mozo jamás había visto. Había algo en esa actitud que le impidió protestar.
La puerta se abrió una cuarta vez. El hombre desapareció en el incierto exterior.
—Hijo de puta, ni siquiera tomó la cerveza —dijo el mozo.
—Dámela a mí, entonces —propuso un borracho que había oído.
—¡Primero pagá lo que debés, vago de mierda!
Un estallido proveniente de afuera los hizo saltar de sorpresa.
El mozo, aferrándose primero a la botella, para alejarla de las garras de los borrachos, se acercó a la puerta para ver qué había pasado con aquella explosión. Cuando abrió la puerta el paisaje le resultó demasiado pálido como para distinguir la forma de las cosas, pero un instante después, pudo ver lo que le pareció un hombre tirado en la vereda. Acostumbrado a los borrachos que se desmayaban en la puerta, lo pateó para que reaccionara, pero entonces se dio cuenta que pisaba un río de sangre que se desprendía de la cabeza del tipo y corría hacia la calle. Dio un paso atrás y arrastró los pies en el suelo hasta limpiarse las suelas.
Reconoció al muerto como el primer hombre y perezosamente se metió otra vez en la oscuridad del bar donde un borracho se había guardado una botella de J&B en el saco aprovechando su ausencia.

1 comentario:

Kermax Bathz dijo...

Juaz, bueno, muy bueno.

PD:thioan