miércoles, abril 16, 2008

Monotonía del azul

por. Facundo Ezequiel

Y cuando el primer chorro era echado, Nagasaki, Hiroshima, era lo único que te venía a la mente, pero no era ni Hiroshima ni Nagasaki; uno se siente estúpido tratando de explicarlo pasando los 20 minutos del quinto chorro, pero era más bien como la radiación del sol, un presenciar en la carne esa terrible combustión, y al segundo caer en la soleada playa donde ese calor distante se tornaba placentero y no podías más que suspirar por lo acontecido y tal vez elevarte en sueños.
Pero al otro día todo se volvía pesado y pálido y triste, porque no había nada que te confirmara que eso no había sido un sueño.
Caminabas, entonces, pensando que el hoy era una pesadilla y no podías levantar la vista, porque al mirar a los ojos a la gente veías una cantidad de cosas abominables, cosas que eran un simple reflejo de lo que ellos veían en vos, y eso no querías ver, porque verte siempre te asustaba, y te veías desnudo, avergonzado.
Así te evadías, fingías pensar otra cosa, ver a otro lado «Cómo me gustaría un superpancho con papas fritas,» porque simplemente pasabas arrastrándote junto al carro del vendedor de panchos, y así a veces estabas tan gordo que no te cerraba el pantalón o terminabas con libros que jamás leerías o con grabaciones raras de óperas de Verdi.
Pero a veces decías «Mierda» y te sentabas con los ojos en algún mar de tu mente hasta enamorarte del dolor, de la mala suerte, de una chica embarazada, o, aunque parezca imposible, de vos mismo. Y dibujabas y escribías como un loco, esperando que alguien espiase mientras te hacías el distraído y te alabase; y de vez en cuando aparecía un tonto ingenuo con la ilusión perfecta de encontrarse con un artista desconocido y genial y entonces pretendías ser humilde y negabas tu capacidad de representar el alma humana de manera artística «Sólo dibujo... Sólo escribo...,» decías levantando los hombros y sonriendo nerviosamente, pero eso era parte de tu puesta en escena, porque cada segundo, cada cosa que hacías era una pincelada más en tu autorretrato.
Y tu nostalgia volvía; era tomar un paso atrás para admirar el lienzo. «Es solo un boceto,» te decías a veces, «¿Tantos grises estarán bien?,» te preguntabas otras, pensando que cada pincelada era definitiva; o la definitiva.
Caminabas. Te enamorabas, y cuando te distraías... ¡BLAM! Nagasaki, Hiroshima, todo el calor del sol, la playa, el sueño, y el despertar de una patada. Era una mujer y era tu arte.

No hay comentarios.: