por. Facundo Ezequiel
Por supuesto que no quería verla,
pero tenía que hacerlo,
era algo así como
una picazón
detrás de los ojos,
entre las orejas.
Por más que parpadeara
o pusiera los ojos
en blanco cien veces
la picazón persistía.
No era muy bueno
en esas cosas pero
llamé y tartamudié
frases sacadas de
películas norteamericanas
hasta que cedió.
Mientras esperaba que
llegue, encendí un cigarro.
La mesera, una chica
gordita con un serio
problema de acné,
se me acercó :
“No puede fumar, señor”
dijo.
Era verdad, ni para eso
servía ya —no tenía
el estilo de Bogart.
Me disculpé y
lo apagué,
lamentando mi suerte.
Agarré un sobrecito de azúcar
y me puse a jugar con él.
La mesera me miraba mal
desde el mostrador.
Tomé un edulcorante también
y un par de servilletas.
Empecé a retorcerlo todo,
intentando darle la forma
de un dragón,
pero parecía más bien
una medialuna con patas.
Solté la cosa y
ni siquiera se
mantenía en pie.
Me puse a tararear
canciones que creía
haber oído
en algún momento,
de alguna manera.
La espera no era
lo mío,
tampoco.
Llegó 20 minutos tarde
y pude acordarme
dos cosas :
por qué quería verla y
por qué no quería verla más.
2 comentarios:
Joder me encanta como terminas lo que escribes :)
bueno, gracias, un gusto ser de su agrado
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